El príncipe y el hada

Capítulo III: Comienza la aventura

Tan fugaz como apareció aquel inesperado e inexplicable fulgor, se desvaneció, dando la impresión de no haberse manifestado jamás. Y es que, de alguna manera ajena a la razón, a cualquier atisbo de entendimiento, el recuerdo de lo ocurrido en los alrededores del castillo se volvió añicos, dejando en las memorias de los guardias un enorme y confuso vacío. 


 

Cuando los portadores de plateadas armaduras volvieron en sí, el sol se ocultaba en el horizonte y el cielo se teñía de colores rojizos que, con el pasar de los minutos, se tornaban aún más intensos. Quedarse postrados en el verde pasto no sería nunca una opción para hombres de tal valor, por lo que, pese a la somnolencia que nublaba sus sentidos, con lentitud y torpeza de fueron poniendo de pie.

Aquel estado de embotamiento se transformó, a su vez, en débiles reminiscencias, destinadas a ser sepultadas en las profundidades del olvido.

Sin necesidad de emitir palabra, volvieron a cumplir sus obligaciones en cuanto estas regresaron a ocupar el primer lugar en su lista de prioridades. La noche cayó con paz y quietud, presagiando una nueva mañana igual de imperturbable.

—No puedo creer que me hagas madrugar un fin de semana —espetó Youl, en un susurro apenas audible, mientras miraba a Hytris con los ojos entrecerrados y el ceño fruncido.

El hada chasqueó la lengua, negándose a posar sus azulados ojos en el muchacho de cabello negro.

Para el príncipe, escabullirse entre los pasillos del castillo nunca había sido tan difícil como en ese momento: no se encontraba solo; además, pasar desapercibido con el rubio de doradas alas —quien por motivos desconocidos se rehusaba a usar su magia para facilitarles la travesía—, era todo un reto.

Hytris permanecía un par de centímetros detrás del heredero, ambos se encontraban contra una de las gruesas paredes del primer piso, esperando el instante preciso para cruzar hacia el otro lado.

—Eres pésimo escapando —murmuró el ser mágico, con evidente fastidio.  

Youl, a causa de ello, se limitó a respirar con fuerza por la nariz, conforme sus manos se cerraban en un par de tensos puños. Las palabras se aglomeraban en su garganta; sin embargo, la presión en su mandíbula las mantenía cautivas. Incluso si desease replicarle, una vocecilla en su cabeza le impedía hacerlo; estaban tratando de huir sin llamar la atención ni levantar sospechas.

—Nos van a descubrir por tu culpa.

Al escuchar tal afirmación, el príncipe de Elidair inspiró de forma larga y profunda, y luchó por retener el aire en sus pulmones. En su mente, procuró contar hasta diez, en pro de mantener la calma; no obstante, a medida que el segundero continuaba su curso, la poca paciencia del muchacho amenazaba con desaparecer en su totalidad. 

—Si eso sucede, será tu c…

—¿Q-quién anda ahí? —preguntó un guardia, interrumpiendo el murmullo de Youl. Existían infinitos motivos para deducir que se trataba de un novato, sin necesidad de mirarlo; su forma de hablar era uno de ellos. 

La quijada de Youl se notaba rígida; Hytris, por su parte, se mordía el labio inferior, conforme el zafiro de sus ojos cobraba filosa intensidad, la cual era dirigida al pelinegro. Si las miradas matasen, el príncipe hubiese desfallecido; en vez de ello, una chispa, flamante y recelosa, crecía en el interior de su pecho. 

Los pasos del joven guardia se avecinaban, y el palpitar de sus frenéticos corazones iba en ascenso; sudor frío se deslizaba, raudo, por la piel de Youl; mientras que un ligero temblor se apoderaba de las alas de Hytris. Allí, ambos permanecieron inmóviles, como si las plantas de sus pies se hubiesen anclado al piso; e incluso en medio de aquella situación, se negaban a verse el uno al otro. 

El paso del tiempo se convertía en un suplicio; pesado y sofocante. La tensión podría llegar a producirles asfixia, y las opciones escaseaban: no tenían salida, la otra ala era custodiada por uniformados con mayor experiencia; a duras penas habían logrado burlarlos minutos atrás. Irrisorio era la palabra adecuada para describir las circunstancias que los rodeaban.

—Disculpa… 

Alivio puro los inundó ante esa conocida voz. Del otro lado del muro, Irietta llamaba la atención del guardia. 

—¿Es que acaso ya no hay caballeros en esta época? —Su tono severo llevaba consigo un fino toque de indignación. 

Cuando el príncipe reunió la valentía suficiente para asomarse y ver lo que ocurría, el muchacho yacía de espaldas, frente a la mujer; a pesar de ello, se podía percibir su desconcierto, mientras Irietta se encargaba de llenar sus brazos de lo que parecía ser kilos y kilos de sábanas y edredones.

—Pero… Estoy de g…

—Solo será un momento —insistió ella, suavizando la pronunciación; luego, le dedicó una delicada sonrisa.

—¿Está coqueteándole? —masculló Youl, estupefacto, para sí mismo. 

Hytris siseó, apoyando una mano en el pecho de Youl, obligándolo a recargarse de lleno contra la pared. 

—Lo siento, señorita, yo no…

—Por favor… 

—Esa es nuestra señal —susurró el hada, observando a Irietta con el novato. Apenas vio de soslayo a Youl, quien asintió con la cabeza de forma casi imperceptible—. Ven —añadió enseguida, tomándolo del brazo para después tirar de este. 



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Editado: 30.08.2021

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