Al día siguiente, los chicos regresaron a su vida normal, pero con el fuerte deseo de averiguar por qué Felipe Rodríguez tenía esas fotos de mujeres asesinadas dentro de su departamento, pero si le hacían alguna pregunta relacionada con el descubrimiento de la noche anterior, el profesor podría acusarlos con los Carabineros por invasión a la privacidad.
Era un verdadero dolor de cabeza ver en la sala de clases al posible asesino de Martínez, pero tanto Emilia como sus amigos estaban haciendo todo lo posible para poder demostrar la verdad de los hechos en la comisaría, nada más que la verdad. Cuando habían hecho una visita no autorizada al departamento 319 la noche anterior, Emilia tuvo la gran idea de sacar fotos con su teléfono a todos los rincones sospechosos: el escritorio, la cocina y también a los elementos de dudosa procedencia.
Al término de la clase de historia, Emilia y sus amigos se quedaron en la sala unos minutos más, para conversar sobre lo que habían descubierto anoche. Carolina estaba delante de los dos y apenas escuchó a su amiga nombrar al profesor de matemáticas, sintió una corriente de frio recorriéndola de pies a cabeza.
Ya sabían dos cosas: 1) El profesor Rodríguez sabía quién había matado a su enemigo de la universidad y 2) No había sido lo suficientemente valiente para contar toda la verdad en la comisaría.
-Creo que tenemos que ir al cuartel para mostrar todas las pruebas que tenemos en contra de Bustamante. No me cabe duda de que él es el asesino- dijo Emilia, luego de acercar su silla hacia sus amigos.
-No sé, chicas. Creo que aún nos faltan pruebas para desenmascararlo. ¿Qué tal si el no las asesinó? Tal vez esas fotos son de alguien más- les dijo Diego. El chico obtuvo respuestas de ninguna de las chicas. ¿Qué debían hacer? ¿Creer en las palabras de su amigo? ¿O dirigirse al cuartel de carabineros para mostrar todas las pruebas que tenían en contra del profesor y decirles que él era testigo de homicidio?
Vania Castillo era la secretaria general de los policías, reconocidos en la ciudad por resolver los crímenes más horribles , a manos de sujetos de mente asesina sin compasión por nadie, ni siquiera con las mujeres. Llevaba alrededor de dos meses trabajando con el Departamento Criminalístico de Punta Arenas. En todo el tiempo que llevaba dentro de su oficina, contestando el teléfono y respondiendo correos electrónicos, nunca había pensado que tendría conocimiento sobre el caso Martínez, que aún seguía en investigación.
Esa mañana de julio, cuando faltaban pocas semanas para las vacaciones de invierno, la secretaria Vania estaba hablando por teléfono con una empresa de cobranza cuando vio entrar al edificio a tres jóvenes, vestidos de uniforme y luciendo muy orgullosos el símbolo de su colegio: Sagrado Corazón. Les hizo una señal con los dedos para que la esperaran a que terminara la llamada. Ellos asintieron con la cabeza y tomaron asiento frente a su escritorio.
La conversación de Vania terminó cinco minutos después. Fue Emilia quien dirigió la conversación con la secretaria.
-Tenemos información muy importante sobre un asesinato. Apenas la joven dijo estas palabras, la secretaria de pelo castaño claro, con lentes negros y un maquillaje sobrio en el rostro la miró fijamente, como si acabara de recibir una mala noticia.
-¿Qué está diciendo, señorita?
-Sé muy bien que no tenemos la edad suficiente para demostrar nada, pero no quiero que nos mire en menos. Acto seguido, Emilia abrió la carpeta que llevaba debajo del brazo, sacó las mismas fotografías que había tomado con su celular desde el departamento de Rodríguez (esta vez como impresiones a color) y las dejó encima del escritorio, esperando tener alguna respuesta proveniente de la secretaria.
-Miren, chicos. Me parece que estas pruebas no los llevan a nada. ¿Cómo están tan seguros de que estas pruebas se relacionan con la muerte del profesor? Si quieren, regresen en un par de días, con pruebas contundentes y que logren llamar la atención de los investigadores. Lo siento, chicos.
La secretaria se puso de pie y los invitó a salir de su oficina, con toda la amabilidad del mundo. Un pocos derrotados, los tres chicos abandonaron la subdivisión del cuartel de investigaciones y salieron a la calle, con deseos de poder encontrar nuevas respuestas sobre la verdadera identidad del profesor Felipe Rodríguez. Mientras salían de la oficina, la secretaria fue hasta ellos, les entregó un papel, que contenía un número de teléfono y una dirección y les pidió que la buscaran después de las 18.00 horas.
-Voy a ayudarlos, chicos. Quiero que ese maldito pague por el daño que causó. Pero necesitaré que sean muy discretos, ¿de acuerdo? Nadie puede saber que los estoy ayudando a encontrar a un asesino….
Eran las dos de la tarde. Para matar el hambre, se dirigieron juntos a la cafetería Cohen, en calle Chiloé con Croacia, donde los cuatro pidieron papas fritas y bebidas en lata. La garzona les llevó su orden, minutos más tarde. Para su suerte, las condiciones climáticas del exterior estaban mejorando. Al terminar de comer, Diego pidió la cuenta, fue a pagar en la caja y salieron del local. Luego de este pequeño descanso, los chicos decidieron ir al cementerio de la ciudad, para visitar a su antiguo profesor. Su tumba estaba al fondo de un pasillo, adornado por cientos de flores y pequeños arbustos. Reconocieron de inmediato a su sepultura, por la foto enmarcada que había debajo de su placa.