El jovenzuelo Mateo Espinal sin comer algo y sin beber una tan sola pizca de agua, había logrado caminar con bastante paciencia muchos kilómetros por un desierto inhóspito. El lugar aparentaba un calor más terrible que del miserable infierno. Al norte, sur, este u oeste solamente se miraban toneladas de arena, espinosos cactus y parvadas de carroñeros descansando sobre huesos.
Mateo se detuvo por un momento para tocar sus delgados brazos, su blanca frente y el resto de su pequeño cuerpo; pero no encontró ningún rastro de asqueroso sudor ni siquiera en la ropa. No sentía nada de cansancio además no recordaba a que sitio debía llegar, cuando al fin comprendió todas aquellas cosas… decidió mejor seguir caminando tranquilamente; pero fascinado del ambiente onírico tan perfectamente detallado y acabado, por lo cual eso lo mantuvo sumiso durante gran parte del misterioso viaje.