Sekai llegó a su santuario en Kioto y entró al interior de éste, acompañado por Sachi, Reijiro y Subaru. Le parecía que había pasado una eternidad desde que saliera de allí para enfrentar a Chaosas en campo abierto, y después se embarcó en esta aventura.
—El santuario ha estado solo mucho tiempo —les había dicho a sus compañeros—. Debo dejarlo protegido antes de internarme en Aokigahara.
Y, sabiendo el peligro que ese lugar encerraba, insistió a Sachi y Reijiro a acompañarlo; de modo que allí estaban luego de un corto viaje. Sekai rebuscó en un relicario mientras parecía debatir consigo mismo y tomó dos amuletos.
—Tomen —dijo, entregándole uno a Sachi y el otro a Reijiro.
—¿Qué es esto? —preguntó Reijiro, observando el amuleto.
—Amuletos de protección. Van a necesitarlos para no verse afectados por la energía del lugar.
—¿Desde cuándo eres un zorro de Inari? —preguntó Sachi.
Sekai la miró de forma inexpresiva.
—No lo soy —dijo—. Solo estoy honrando un trato. Subaru, deja eso.
Subaru dejó caer una llave de cerámica como si lo hubieran sorprendido haciendo una travesura y levantó las manos, diciendo:
—Perdón. ¿Ya nos vamos? El…
—El tiempo apremia, ya lo sé —le interrumpió Sekai—. No me molestes. Deben estar por aquí…
El muchacho siguió revolviendo en un mueble hasta sacar cuatro cirios amarillos y salió, colocando cada uno de éstos alrededor del santuario. Después de encenderlos, volvió a entrar; luego tomó la llave e indicó:
—Síganme.
Sekai guió a sus acompañantes a un extremo alejado del santuario, donde se encontraba una pequeña puerta de cobre con una perilla de madera. Al verla, Subaru se detuvo bruscamente.
—Un momento —dijo—. ¿No es esa la entrada al portal máximo?
—Sí —dijo Sekai—. La usaremos como atajo para llegar a nuestro destino.
—¿Sí sabes que es probable que terminemos muertos?
—De un modo u otro acabaremos así. ¿Qué importancia tiene?
Sekai introdujo la llave de cerámica en la perilla y abrió la puerta. Una oquedad oscura y cavernosa les recibió, tras retirar la llave, Sekai fue el primero en entrar, seguido por Reijiro, que guió a Sachi por la abertura. Subaru fue el último en entrar, cerrando la puerta tras de sí, y el grupo se sumió en una oscuridad absoluta, que fue rota de repente por el resplandor de una antorcha que se encendió apenas se acercaron.
—Esto no está bien —dijo Subaru, tenso.
—Sachi, Reijiro, sean bienvenidos al reino de Helmuga —dijo Sekai—. El hogar del Destino.
Ambos miraron alrededor, sobrecogidos de estar en una de las tierras del mítico inframundo. Subaru comenzó a temblar incontrolablemente como respuesta instintiva al estar en los dominios de la deidad que lo había arrastrado al exilio del sueño y, para distraerlo, Sekai le preguntó:
—¿Pudiste ver la debilidad de Akane?
Conforme avanzaban, una nueva antorcha se encendía a la par que la anterior se apagaba. Subaru asintió con la cabeza al tiempo que señalaba a Reijiro y dijo:
—Es él.
—¿Yo? —soltó Reijiro, deteniéndose de golpe.
—Sí, tú. ¿Me haces el favor de moverte?
Reijiro abrió la boca para replicarle a Subaru, pero el sonido de un bastón arrastrándose en una superficie rocosa se lo impidió. Aquello significaba que había un intruso y lo mejor era no hacer más ruido del que ya habían hecho. Una voz afable salió de la oscuridad, indicando:
—Oh, por favor no se detengan por mí. No tardare mucho.
Al poco tiempo emergió un anciano que avanzaba lentamente, apoyándose en un viejo bastón, que al igual que su portador parecía tener todos los años del mundo, y se detuvo frente a los visitantes. Por mero reflejo, Sekai se colocó delante de Sachi y Subaru, pese al miedo que lo acometía, hizo lo propio con Reijiro.
—Eso no era necesario —dijo Paskirties Vieta, con el mismo tono afable que había usado antes.
—Con sus designios nunca se sabe —dijo Sekai.
—Solamente tengo un designio. Uno que nació en los albores del tiempo.
—Y tiempo es precisamente lo que no tenemos.
—Lo sé, pero no olvides que lo que deba pasar, pasará.
Paskirties Vieta exhaló un suspiro.
—He estado un poco distante desde que Priestavarimas asesinó a mi amado Férid —dijo—. Mi benevolencia con los vaticinios disminuyó desde entonces, pero este te compete directamente a ti, Gerumas: es un secreto que guardé desde hace más de mil años.
Por un momento, Sekai sintió el impulso de mandarlo al diablo, pero la curiosidad se había prendado de él y deseaba saber… aunque al final, el sentido práctico venció y dijo:
—Supongo que tendrás que guardarlo un poco más.
—En Helmuga, el tiempo corre de manera diferente —dijo la deidad—. Aún tienen una ventaja sobre el retoño creado por el esbirro de tu hermana.
El tono despectivo con el que Paskirties Vieta dijo sus últimas palabras hizo que Sekai se dirigiera hacia él con la rabia aflorando a sus facciones. Subaru se interpuso entre ellos sujetando a Sekai y dijo:
—Déjalo ya. No podemos distraernos más.
Los ojos ciegos del Destino se centraron en él con una rabia inusitada; Subaru se puso rígido, como si hubiera recibido un ataque directo y Sekai se puso frente a él, sacudiéndolo por los hombros levemente.
—Vete de aquí —le dijo—. Y lleva contigo a Sachi y Reijiro.
—Tú eres un mal necesario que no debió ver la luz —dijo el anciano señalando a Subaru—. Sabes cómo terminara esto. Comprendes el alcance de lo que va a suceder. Por eso aún vives.
Subaru no dijo nada, solo hizo un gesto a Sachi y Reijiro para que lo siguieran. Sekai asintió con la cabeza y los tres se fueron, fue entonces que volteó hacia la deidad y le cuestionó:
—¿Qué es eso tan importante que has guardado por siglos?
—Siempre estuvo escrito que la calamidad vendría el día que la Vida y la Muerte concibieran un hijo —dijo Paskirties Vieta—. Una calamidad tan grande que traería consigo una total devastación… pero cuando Gyvenimas dio a luz a dos hijos, la profecía se dividió en dos.
—¿Eso se puede? —preguntó Sekai, cuya molestia había dado paso al desconcierto.
—Cuando se trata del futuro, todo se puede —aclaró el anciano con una sonrisa—. La primera profecía no cambiaba mucho de la original: uno de ustedes estaba irremediablemente destinado a la maldad, y fue ésta la que se cumplió con las imprudentes acciones de Chaosas.
—¿Qué vaticinaba la segunda profecía?