Luego de recorrer Yamanashi en silencio, el pequeño grupo llegó a los linderos de Aokigahara; deteniéndose un momento antes de adentrarse. Por todo el sendero que recorrían podían observarse cientos de letreros con el mismo mensaje en diferentes idiomas: se aconsejaba pedir ayuda o contactar a un familiar antes de llevar a cabo la trágica decisión que probablemente los había conducido hasta allí; no por nada se le conocía como el bosque de los suicidios.
—Este lugar emana una tranquilidad abrumadora —comentó Sachi, mirando alrededor—. Me sorprende que apenas haya recibido daño alguno.
—Las deidades elementales protegen la naturaleza, de modo que no incurren en su destrucción a menos que sea necesario —explicó Subaru—. En términos generales, lo de allá atrás fue solo una rabieta y el bosque no tenía que sufrir por ello.
—Esa rabieta costó cientos de vidas humanas —puntualizó Reijiro.
—A ellos no les importan las vidas humanas. Son elementos, lo que no les compete les importa un pepino.
Reijiro hizo una mueca de disgusto, y un segundo después cayó al suelo de rodillas, llevándose una mano al pecho. De inmediato, Subaru se acercó a él y le tomó el rostro con ambas manos mientras le insuflaba un poco de energía, la necesaria para que pudiera seguir su camino.
—La maldición de las dos almas ya no puede retrasarse —dijo—. Amigo mío, estás en la recta final.
—Lo dices como si fuera una buena noticia —refunfuñó Reijiro, poniéndose de pie.
—No has colapsado, eso ya es algo.
—Ya, claro.
El grupo siguió su camino en relativo silencio, roto solamente por el sonido de sus pasos al adentrarse en el bosque. Sekai se sentía inquieto con cada paso que daba, el lugar emanaba una esencia maligna que le era espantosamente familiar y le traía una gran melancolía: el odio de su hermana se había asentado en ese sitio, llenándolo de muerte.
—¿Qué tengo yo que no tenga Akane?
Sachi, Sekai y Subaru voltearon hacia Reijiro, que estaba pensativo. El muchacho los miró a su vez y dijo:
—Subaru dijo en Helmuga que yo soy la debilidad de Akane. ¿Qué tengo yo que no tenga él?
—No lo sé —respondió Subaru—. Puedo ver las debilidades de la gente, pero no puedo ver a ciencia cierta el por qué de ello. Cuando los vi, lo supe: el único que podía vencer a un aprendiz en otro aprendiz; de modo que la única persona capaz de derrotar a Akane, era alguien que hubiera tenido de maestro al mismo hombre.
—Yo no sé de nigromancia —rebatió Reijiro.
—Eso no es verdad —le rebatió Sachi—. Reconociste el viento de putrefacción y manipulaste la llama azul.
—Eso no es nada.
—De hecho, sí lo es —intervino Subaru—. En su primer encuentro, Akane intentió utilizar la nigromancia contra ti y falló; en la ciudad, el viento putrefacto los golpeó a ambos sin que les afectara…
—Cuando traje de vuelta a Sachi, le di inmunidad a la nigromancia —dijo Sekai, saliendo de su mutismo.
—Eso me lo imaginé —replicó Subaru.
—Pero eso no explica cómo es que a mí no me afectó —repuso Reijiro un poco celoso, lo que hizo que Sachi le tomara la mano y sonriera con tranquilidad.
Subaru se agachó para evitar chocar con una rama baja que se cruzaba en el camino y dijo:
—Tengo una explicación para eso, pero no te va a gustar. Creo que Tatsu, al cederte su alma, te entregó sus habilidades y el conocimiento inherente para usarlas. Luego de descubrir lo que él consideró una traición por parte de Ritsu —en este punto, Subaru miró a Sekai, pero éste no reaccionó y prosiguió—, consideró que había llegado su hora de morir aún sabiendo que eso liberaría a Akane.
—¿Y por eso Tatsu le dio su alma a Reijiro? —preguntó Sachi.
—Ten en cuenta que Tatsu los entreno a los dos —intervino Sekai.
—Los conocía lo suficiente como para notar que el único que podría vencer a su estudiante más reciente sería su estudiante más antiguo —dijo Subaru.
—Pero…
De repente, Reijiro se detuvo y miró a su alrededor, levemente confundido, para luego salir del sendero y tomar una ruta a su izquierda, parcialmente oculta por unos arbustos.
—Es por aquí —indicó.
Sachi, Sekai y Subaru lo siguieron en silencio. Luego de haber recorrido una gran distancia, llegaron a un castillo de fachada negra, muy amplio, que daba la ilusión de ser espacioso.
—No sabía que Tatsu pudiera hacer algo como esto —comentó Subaru, impresionado.
—Tatsu no lo hizo —replicó Reijiro.
Sekai contempló la construcción con tristeza.
—Fue mi hermana —dijo.