—¡Layla baja! —gritó mamá desde la planta inferior.
Agarré las maletas y salí de la habitación, bajé las escaleras con cuidado y salí de la casa. El cielo aún estaba oscuro, eran las cuatro de la mañana y nuestro avión salía a las cinco de la mañana—mamá quería llegar temprano al aeropuerto—. Caminé hasta el carro donde le entregué las maletas a papá, y él las metió en el maletero.
Ese día viajaríamos hacia el pueblo donde vivían los abuelos —Ashland, Oregón— allí nos íbamos a reunir toda la familia para festejar navidad, y antes de año nuevo nos nosotros regresaríamos a Minnesota.
Abrí la puerta y entré al carro.
—¿Estás feliz de visitar Ashland? —preguntó mamá, mientras abrochaba el cinturón de seguridad.
—Sabes que lo estoy, Ashland es hermoso y tengo tiempo sin ver a los abuelos. —Sonreí—. ¿Tú debes de estar emocionada por ir a tu ciudad natal?
—Como no tienes idea, cariño. —Suspiró—. En esa ciudad están partes de mis mejores recuerdos, está mi familia y viejos amigos.
—Pero luego me conoció y se enamoró de Minnesota —manifestó papá entrando al carro.
Mamá golpeó su hombro.
—No te creas mucho cariño, tu ciudad es Portland y si no hubiera sido por la universidad, nosotros no nos habríamos conocido.
—Cierto, pero yo fui el que sugirió venir a Minnesota. —Ladeó la cabeza hacia un lado, sonriendo—. Así fue que se trasladó la compañía de mi padre desde Portland hasta Minnesota.
—Y no me arrepiento de haber venido hasta aquí. —Besó su mejilla—. Aunque parecía una idea descabellada cuando me lo dijiste.
—Pero valió la pena —añadió papá.
Mamá asintió y sonrió.
—Que romántico y todo, pero debemos irnos. —Miré el reloj—. Así que después me siguen contando.
Papá asintió, prendió el carro y arrancó. Me acomodé en el asiento trasero y cerré mis ojos para descansar mientras llegábamos al aeropuerto. Estábamos a unos veinticinco minutos de distancia, veinticinco minutos en los cuales podía dormir.
—¿Trajiste la cámara, Layla? —inquirió papá.
—Ujum —contesté y me dejé llevar por el sueño.
Mis ojos se cerraban y mi cuerpo pesaba, durante todo el viaje en avión una señora estuvo contándome su vida y eso era triste. Nos encontrábamos de camino a Ashland, el viaje duraba cuatro horas y llevábamos la mitad. Saqué el teléfono del bolsillo de mi abrigo y revisé, abrí el chat y ahí estaba el último mensaje que Arthur había enviado hace días, y ni siquiera había insistido en hablar, no había llamado ni nada.
Él me confundía, me hacía sentir estúpida por esperar algo de él.
Observé por la ventana las calles cubiertas por una gran capa de nieve; los autos pasaban en diferentes direcciones, mamá estaba dormida y papá manejaba.
—¿Por qué no duermes, princesa? —cuestionó papá.
Solté un suspiro y me acomodé entre los dos asientos.
—No puedo, pienso en muchas cosas.
O, mejor dicho, en una persona.
—Es normal. —Sonrió mirándome a través del espejo retrovisor—. Desde hace tiempo que no venimos a visitar a los abuelos, ellos siempre van a Minnesota. Será especial.
—Al parecer ya no le tienes miedo al abuelo.
—Nunca le he tenido miedo —me miró confundido—. ¿Quién te dijo eso?
—Mamá y el abuelo me lo dijeron. —Apoyé la cabeza en el asiento de mamá—. El día que le fuiste a pedir la mano de mamá, el abuelo te quería sacar a patadas y siempre te amenazaba con cortarte las pelotas sí la lastimabas. Lo mismo que dijiste que harías si alguien me lastimaba.
Soltó una carcajada.
—En mi defensa, tú abuelo tiene una escopeta llamada Abigail y me amenazaba con ella, aún lo hace. —Sonreí de manera inconsciente—. Tú abuelo da miedo, no le digas que dije eso. —Colocó cara de horror—. Si quieres verme vivo, no lo hagas.
Solté una carcajada.
—¿De qué hablan? —inquirió mamá, acomodándose en el asiento.
—De lo maravilloso que es tu padre, cariño —contestó rápido papá.
Mamá lo miró con cara de pocos amigos.
—¿Qué le dijiste a la niña de mi padre? —se cruzó de brazos.
—Nada. —Sonrió inocente.
Mordí mi labio inferior para no reír.
—Nunca dice que mi padre es maravilloso, Clark. —Alzó una ceja.
Eso es cierto.
—Dijo que lo amenazaba con una escopeta llamada Abigail y que da miedo —confesé rápido.
—¡Clark! —exclamó mamá.
—¡Layla! —exclamó él y yo solté una carcajada—. Traidora. —Acusó mirándome con los ojos achinados y le sonreí en respuesta.
Seguimos hablando y mamá insistía una y otra vez que el abuelo era una buena persona —cosa que nunca dudé—. Y que ha papá los años le estaban afectando. En ese momento entendí porque el abuelo siempre lo amenazaba con buscar a Abigail si no jugaba al póker con él.