El recuerdo de un amor

Capítulo 16

Observaba el techo blanco de la habitación como si fuera lo más interesante que hubiera visto en mi vida. Me había despertado, pero no había querido salir de la cama, los sucesos de la noche anterior se reproducían en mi mente como un disco rayado. Necesitaba hablar con Anne, deseaba ayudarla, tenía que hacerlo. No quería ver a Arthur, necesitaba espacio, lo que había ocurrido me había herido. Mi única prioridad en ese momento era Anne, solo ella.

—Layla. —Escuché a papá decir desde el otro lado de la puerta.

—Pasa.

Abrió la puerta, caminó hasta el borde de la cama y se sentó.

—¿Estás bien? —cuestionó mirándome con preocupación.

Me senté en la cama.

—¿Por qué lo preguntas?

—A esta hora siempre estás en casa de Anne. Y ayer te miré salir de la casa de ella con lágrimas en tus mejillas.

Solté un suspiro y miré mis dedos.

—¿Crees que Anne es fea? —cuestioné—. ¿Qué tiene algo malo?

—¿Por qué preguntas eso? —inquirió—. ¿Qué ocurrió, Layla?

—Por favor, contesta.

Se acomodó en la cama, suspiró y habló:

—No creo que sea fea, Anne es hermosa, cielo. Solo que ella no lo ve; desde que la conocemos ha sufrido abusos por parte de las demás personas, la criticaban y llamaban gorda cuando apenas era una niña pequeña. Esas palabras, esos insultos, quedaron en su mente dando vueltas, taladrando su cabeza y lastimándola. Ella no ha aprendido a quererse. No importa cuántas veces le digas lo linda que se ve o lo hermosa que es, su mente siempre le dice todo lo contrario. El mayor enemigo de los seres humanos es nuestra propia mente, ella conoce nuestros miedos, conoce nuestros puntos débiles; sabe dónde atacar.

» Anne necesita tiempo para curar sus heridas, necesita a personas apoyándola e intentando hacer que se dé cuenta de lo equivocada que está. Ella tiene miedo de no agradarles a los demás, tiene miedo de que la lastimen otra vez, tiene miedo de enfrentar al mundo. Solo es una niña pequeña que se esconde detrás de una coraza, una niña pequeña que desea ser amada, pero no ha llegado la persona que lo haga. —Tomó mis manos entre las suyas, acariciando el dorso de estas con los pulgares—. Por eso es que tú tienes que estar ahí para ella. Para demostrarle que, a pesar de todo, siempre pero siempre estarás junto a ella. Tanto en las buenas como en las malas.

—¿Y si no quiere tenerme cerca? ¿Si me aleja? 

—Entonces lo sigues intentando. Una persona jamás admite que está rota, a nadie le gusta que lo vean con lastima y mucho menos que sepan que su corazón está destrozado. Por eso siempre hay que seguir intentándolo, aunque la persona grite que está bien, ambos sabemos que por dentro está hecho trizas.

Las lágrimas escocían la parte trasera de mis ojos, me lancé hacia los brazos de mi padre, los cuales me recibieron con gusto. Tenía tanta razón, ella me necesitaba y no importaba cuanto dijera que me alejara, no lo iba hacer, porque detrás de esas palabras que decían que me alejara. Estaba gritando que me quedara.

—Ve con ella, Lía.



 

La casa que estaba enfrente de mí era como mi segundo hogar; muchas veces me había quedado en ella, había construido buenos recuerdos en ese lugar, y las personas que vivían ahí eran mi familia. Caminé hasta la puerta principal con el corazón acelerado y las manos temblorosas, toqué la puerta dos veces y escuché a Chloe gritar Ya voy. Los nervios me estaban matando, había ido cientos de veces a esa casa y justo en ese momento me sentía como una completa extraña.

—Layla —dijo Chloe al abrir la puerta.

—Hola, eh…puedo pasar —dije señalando hacia adentro.

Asintió y se hizo a un costado, entré y respiré profundo.

—¿Vienes a verla? —Asentí—. Ayer se quedó dormida llorando. Está arriba. —Señaló las escaleras—. Solo te pido que arregles las cosas, Layla. Sé que no es tu culpa, pero no quiero volver a escucharla llorar hasta quedarse dormida, no quiero ver a mi hermana hecha una mierda. —Un sollozo escapó de sus labios—. Me parte el alma verla tan apagada, mirando un punto fijo como si estuviera ida —me acerqué a ella y la abracé.

—Todo estará bien —dije intentando convencerla a ella y convencerme a mí.

—Está muy lastimada —admitió—. ¿Por qué alguien querría apagar su luz? Anne no le hace mal a nadie.

—Algunas personas son crueles, dañan sin importarles las consecuencias de sus actos.

—Lo sé —se separó de mí y secó sus lágrimas—. Ve con ella, te necesita.

Asentí y subí las escaleras, recorrí el pasillo y me detuve enfrente de la puerta de su habitación, tomé el pomo de la puerta y la abrí. Anne estaba sentada en la cama, mirando hacia la ventana, aún seguía en pijama y su cabello negro caía por su espalda. Caminé hasta ella y me senté en el borde de la cama, no se había dado cuenta de que había llegado. Su mirada estaba perdida en algún punto, se miraba frágil y pequeña. Esa luz que tanto irradiaba ya no estaba, había desaparecido.

—¿Qué haces aquí? —cuestionó en un susurro, cuando se dio cuenta que estaba sentada en el borde de la cama.



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En el texto hay: amor, amistad, tóxicos

Editado: 20.06.2021

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