Los padres siempre tienen ideas raras y descabelladas. Lo que creí que sería una cena de cinco personas se multiplicó. La casa estaba repleta de personas, entre ellos estaban varios integrantes de mi familia, algunos conocidos de mi parte y amigos de mis padres; según ellos querían celebrar que su hija estaba cumpliendo la mayoría de edad, y que pronto sería una universitaria.
La palabra pequeña para mis padres significaba:
—Tiene que estar todo el mundo.
Durante la tarde, el abuelo y mi padre estuvieron arreglando la casa, la abuela y Derek cocinaron y terminé sorprendiéndome, ya que él cocinaba muy bien. Mi madre me había llevado a la peluquería y a comprar algo para la noche, cuando estábamos en unas de las tiendas, Jazmine llegó. Ahora entendía porque había dicho que nos veríamos más tarde.
—Esto está muy bueno —habló Jazz con la boca llena.
Sonreí, estábamos sentadas en el patio trasero de la casa. Con platos de plástico en nuestras manos.
—Todo gracias a la abuela —contesté y metí otro pedazo de pastel de chocolate a mi boca.
—¡Oye, yo también ayudé! —objetó Derek a mi lado izquierdo.
—Ciertoo. —Alargué más la O de lo debido.
Fue extraño regresar a casa del centro comercial y volver a verlo. Cuando entré en la cocina se me quedó mirando, y por alguna razón, mi rostro terminó rojo como un tomate. Cada vez que los sucesos de la sala se reproducían en mi cabeza, una sonrisa tonta se creaba en mis labios. Por otra parte, había sido al principio incomodo estar junto a Jazmine y él bajo el mismo techo; pero ella no había mentido y él le agradaba.
—Creo que te voy a contratar para que hagas mi pastel —habló la rubia—. ¿Te parece, Derek?
—Lo haría, pero voy a cobrar —explicó mirándola—. Ni creas que lo haré de gratis.
La rubia abrió su boca y colocó una mano en su pecho, fingiendo estar indignada.
—Pensé que éramos amigos, pero —se levantó del suelo—, veo que no valoras mi amistad, así que mejor me voy a buscar otro pedazo de pastel para ahogar mis penas.
Me eché a reír por su actuación y Derek también lo hizo. Nos dio una mirada divertida y entró en la casa.
—Ella está loca —afirmó, después de parar de reír.
Volteé a verlo.
—Pero es una buena persona —añadí.
Asintió.
No dijimos nada y seguimos comiendo. No me sentía forzada a empezar una conversación con él, porque el silencio que se instalaba entre nosotros era cómodo. La luna brillaba en el cielo, y las estrellas formaban las constelaciones, el viento soplaba una leve brisa y abrigaba mi cuerpo.
—Sé por qué ya no corres —susurré sin pensarlo—. Sé sobre el accidente.
Sentía su mirada en mi perfil, volteé a verlo y hablé antes de que él lo hiciera.
—Jazmine me enseñó el video que hay en YouTube, eras bueno.
Apartó la mirada.
—Casi muero —susurró—. Cuando los frenos no cedieron todo pasó en cámara lenta, podía sentir como el latido de mi corazón era lento y después se aceleraba. Intenté controlar el auto, pero no lo logré y, antes de que me diera cuenta el carro había empezado a dar vueltas. La primera imagen que pasó por mi mente en ese momento fue la de mi familia. Mi madre, mi padre, Ela y Emily. Luego perdí el conocimiento, y a los días desperté en el hospital. —Hizo una breve pausa—. Lo peor de todo, fue ver el rostro de mi madre, tenía ojeras y lucía cansada, papá estaba demacrado y cuando dejaron pasar a Ela, sus ojitos estaban rojos. Lo más horrible que he tenido que vivir, es ver como mi familia sufría por mi culpa.
—Tuviste suerte de sobrevivir —susurré.
Hizo una mueca y resopló.
—Prefiero creer que aún no era mi hora, no que tuve suerte. —Volteó a verme—. La suerte en algún momento se acaba.
Asentí.
—Como haya sido, estas aquí y eso es lo importante.
—¿Sabes que es curioso? —inquirió y ladeó el rostro—. Que los frenos no funcionaron, y antes de competir Caroline revisó el carro, asegurándose que todo estaba bajo control.
Fruncí el ceño y lo miré confundida.
—¿Qué quieres decir?
—Quiero decir que es raro que los frenos no funcionarán, si Caroline los había revisado antes de correr.
Una idea pasó por mi mente y no quise decirla en voz alta, porque quizás tenía razón. Parecía, por la expresión que tenía su rostro, que él también había pensado lo mismo, pero tampoco era capaz de decirlo. Un silencio sepulcral se instaló entre nosotros, era un silencio algo incómodo. Quería hacerle preguntas sobre lo que pensaba, pero preferí callar.
—¿No crees que Jazmine se ha tardado? —inquirí.
—Deberías ir a ver —sugirió y asentí.
Me levanté del suelo y caminé hasta la puerta, pero antes de entrar a la casa eché un vistazo por encima de mi hombro. Él estaba abrazando sus piernas, estaba pensativo, sus hombros estaban caídos y lucía arrepentido. Había tocado una fibra sensible, y odiaba saber que por mi culpa se colocaba triste, iba a invitarlo a que me ayudara a buscarla, pero entré en la casa y lo dejé allí. Le di algo de espacio.