LA NOCHE LES CAIA ENCIMA CUANDO hacían su entrada en el puerto pesquero de Beauvoir. No había luna, las nubes ocultaban las pocas estrellas que iluminaban el cielo. A lo lejos sonó el silbido de la sirena, despertándola, desorientada se movió entre las mantas perezosa, a la vez que con una mano retiraba la cortinilla.
Se incorporó y vagamente empezó a reconocer la zona. Sintiéndose nerviosa por los recuerdos de aquel día, Se volvió a tumbar cubriéndose con la manta la cabeza, no quería ver aquel lugar hasta que no estuviesen listo para embarcar.
Escuchó las voces de ellos allá fuera, y eso la hizo sentir más segura. Después de todo estaba a salvo con ellos. Deseaba más que nada, que todo acabase de una vez. Estaba cansada de pernoctar en diferentes lugares, de huir y de que su salud que parecía no tener ninguna intención de hacerla sentir mejor.
Esperaba que una vez en la abadía toda se solucionase. Allí la curarían y podría pensar con más claridad. Todo se había tornado en una pesadilla de la que no sabía cómo salir, pero la realidad era muy diferente. Estaba en un carruaje a punto de embarcar con rumbo a un monasterio, donde la cuidarían y sanaría con Max a su lado.
Como si al nombrarlo, su cara apareció reflejada en el cristal, dio unos golpecitos con los nudillos en la puerta antes de abrirla. Ella asomó la cabeza por encima de la manta. —¿Cómo te encuentras? —preguntó al verla despierta. Las luces opacas de los faroles iluminaban vagamente la zona.
—No estoy muy segura —frunció el entrecejo y añadió con voz preocupada, ¿sabes?, no me encuentro bien ahora mismo. ¿Cuánto tiempo nos tomará llegar al…? —Valentina se interrumpió. Abriendo mucho los ojos y poniéndose de rodillas lo miró fijamente. —Oh, cielos —dijo— y cubriéndose la boca con las dos manos no pudo controlarlo, vomitó sobre la preciosa manta. Lagrimas inundaron sus ojos.
No tenía ni idea de lo que le estaba ocurriendo, era como si de pronto se estuviera muriendo; Las manos le temblaban y un escalofrió recorrió la columna de su espalda haciéndola temblar. Max abrió la puerta con tanta brusquedad, que la hizo tambalear.
—¡Ciprian, ayúdame aquí! —Llamó a su hermano con voz serena pero firme, mientas la sujetaba por la cintura. Este interrumpió la charla con uno de los marineros, con un. Ya vuelvo, Pero por la expresión seria de su hermano, supo que algo no iba bien. En dos zancadas se colocó al lado de él, la escena era un poco alarmante. Valentina con los ojos cerrados se apoyaba en el hombro de Max, cubierta en un vomito verdoso amarillento.
—Sera mejor que me deshaga de todo esto —dijo —mientras doblaba con cuidado la manta con su contenido y lo sacaba del carruaje.
Max se apartó un poco de la puerta para dejar que el aire llegase hasta ella. Valentina agradeció el aire frío de la noche como una fresca caricia, reanimándola.
—Me estoy muriendo… ¿verdad?, voy acabar como aquella pobre muchacha. —dijo secándose las lágrimas.
—¿De qué muchacha hablas? —preguntó él.
—La señora Durman tenía razón, el veneno que acabó con la vida de aquella joven, se está llevando la mía. Y no pongas esa cara de no saber. Os escuché a los dos hablar de ello, estoy enferma pero no sorda. —Max la apretó contra su pecho, en un futuro sería más cauteloso al hablar de la muerte delante de una enferma.
—No te va a pasar nada —dijo—, en un intento de animarla con la verdad. —En unos minutos estaremos a bordo de ese barco—añadió—, haciéndola mirar hacia el muelle para que viese que era real. —En una hora estaremos en la abadía y prometo que esta noche dormirás en una cama cómoda con sabanas limpias como a ti te gusta, y ¿sabes quién te está esperando, aparte de los monjes?
Ella lo miro con media sonrisa
—¿Aleyda? —preguntó certera, —el asintió y cubriéndola con el chal la sintió temblar en sus brazos como una frágil hoja. —Quisiera tumbarme un momento, quizás así se me pase—dijo ella, deshaciéndose de su abrazo.
Ciprian y Luck se acercaron al carruaje, zarparían en cuestión de minutos, solo quedaban ellos por embarcar. Max asintió y sin esperar un gesto de ella, la envolvió en la manta que por suerte no se había manchado de vómito y en sus brazos embarcaron juntos.
La travesía transcurrió en silencio, esta vez no compartían una bodega con sacos de patatas ni gallinas. Iban en una cómoda cabina con alargados sillones, en uno de ellos iba ella, medio tumbada, envuelta en la manta y con los ojos cerrados, esperando a que todo acabase pronto.
Las luces del pequeño embarcadero de la abadía aparecieron ante ellos, estaban a escaso kilómetro. Se miraron aliviados. Lo habían conseguido esta vez. Una suave brisa disipó las nubes que cubrían una luna llena, iluminando la abadía en todo su esplendor.
—Es una pena que no puedas verlo, —dijo Max—, observando el maravilloso edificio a través del ojo de buey.
Valentina hizo un gesto negando con la cabeza bajo la manta, podía sentir el balanceo del barco, haciendo que las viles revoloteasen en su estómago. No le gustaba navegar y mucho menos enferma.
***
DESDE SU DESEMBARCO, los días pasaban rápidos y las noches agónicas. Las altas fiebres la sumergían en un pozo oscuro, lleno de pesadillas con seres inhumanos que la hacían huir de miedo. Aleyda rezaba lo poco que aprendió en su larga estancia en el convento, sin despegarse del lecho, hasta el mismo abal le había dado la extremaunción dos veces, creyendo que se marchaba hacia la otra vida. El hermano Thomas había preparado varios argumentos sin mucho existo.
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Editado: 07.12.2023