El Reflejo

La revista cósmica.

14 de noviembre del 2021

AXEL

¿Para qué poner mil alarmas cuando tienes a tu mamá en la puerta de tu cuarto cada mañana para asegurarse de que te despertarás a tiempo? 
Mis sueños solían ser raros, normalmente se debían a mi apetito voraz por la diversión en algunas fiestas o con personas, otras veces se reflejaban mis miedos más extraños, pero también parecía que predecían cosas, se sentían tan reales y muchas veces siniestros. Daban miedo.

Esa mañana mientras soñaba con mujeres bailando a mi lado, mientras disfrutaba de la noche acompañado de frituras y cervezas con nada más que luces neón y personas disfrutando por doquier, escuché a una de las chicas que me hablaba con desesperación: — ¡Axel! — gritaba cada vez más fuerte mientras se llevaba una botana a la boca. — ¡Axel se te hace tarde!

La miré confundido dejando caer una cerveza sobre mi cuerpo y una punzada de frío me congeló el abdomen.

— ¡Despierta! — exclamó bastante cerca de mi rostro.

Abrí los ojos con detallado cuidado, viendo como un rayo de sol entraba por mi ventana e iluminaba una esquina al otro lado de la cama. Las partículas de polvo se notaban flotando en la línea dorada de luz, bastante llamativas.
— ¡Vamos! Te quiero abajo en cinco minutos para el desayuno, si no volveré para arrojar otro vaso de agua, pero esta vez será en la cara. 
— Ya voy mamá — dije con pereza — estaré allí enseguida.

Me senté en la orilla del colchón y me quité la sudadera mojada, tenía el abdomen y pecho empapados, por lo que tomé un pañuelo que tenía cerca para secarme. Vi mi reflejo en el espejo recargado enfrente sobre un buró viejo que me había regalado mi abuelo hace un par de años. Solté un suspiro y acaricié levemente uno de mis pezones, parecía que había crecido aquel vello asqueroso de nuevo, me causaba repulsión. 
Tomé una camiseta y me la puse lo más rápido que pude y, en el intento, mi dolor de cabeza parecía haberse intensificado. Levanté la puerta de madera en la entrada a mi cuarto; estaba en el piso que también era del mismo material, además tenía forma cuadrada, tan pequeña que apenas y papá entraba por ahí. Abajo, la escalera de caracol parecía dar más de mil vueltas, sentía que un paso mal podría significar la despedida de mis piernas, por lo que con la más extrema cautela bajé para tomar el desayuno, descendiendo en círculo por casi dos metros mientras apretaba mis manos en el barandal.

— Te ves fatal — dijo mamá mientras sujetaba una sartén que contenía huevos revueltos con tocino. — ¿Qué diablos pasó anoche? — preguntó curiosa, al mismo tiempo que limpiaba la mano libre en el mandil rosa. 
— Nada, madre, es solo que me tomé unas copas de más. 
— ¿Unas? Yo diría que te tomaste unas cuantas botellas tú solo. Te ves bastante mal, se ve que fue una noche muy larga, ¿verdad?
— No es para tanto, aparte no creo que me vea tan "fatal" como dices. 

Hizo una mueca, se llevó las manos a la cintura, típico de una mujer enfadada.

— Mírate, debes estar más pálido que un papel higiénico — continuó diciendo.

Colocó un pequeño espejo a cinco centímetros de mi rostro para que me apreciara por mí mismo, esperando con una mirada aterradora. 

La piel de mi rostro era como dos tonos más blanca, tenía unas ojeras marcadas y los cachetes caídos al grado de que mis pómulos se notaban mucho. 
— Se me notan más las arrugas de los ojos, madre — dije desviando el tema. 
— Deja de decir sandeces, mejor apresúrate a comer que si eso se enfría te lo vas a tener que terminar así. 

Devoré mi platillo en dos minutos, con miedo a que esa acción tuviera consecuencias.

— Listo ma —  dije, y me apresuré a subir de nuevo a mi cuarto. 
— ¡Ay niño!, te vas a atragantar si sigues haciendo eso. Dijo ella al notar mi prisa. — Toma una aspirina de la caja de medicamentos, es para el dolor.
— Yo no te he dicho que me duele algo, ma.
— Soy tu madre niño, se todo sobre ti. — susurró, para después continuar secando el plato de porcelana que tenía en las manos. — Lo haces por favor. 
— Está bien — respondí, para posteriormente subir por la escalera sin voltear a verla.

Una sensación de mareo me tomó por sorpresa justo cuando faltaban tres escalones, me sujeté con fuerza de los barrotes y me senté para evitar una caída.

— ¿Axel? — escuché la voz de mi mamá que se acercaba. — ¡No te muevas de ahí, ya voy!

La sentí llegar, sentí sus manos húmedas y las puntas de sus dedos arrugados por el agua. 
— Está bien ma, ya pasará. 
— Más al rato te llevaré al médico, una revisada no hace daño — dijo sonriendo y sujetando mis mejillas. 
— Vale, pero ahora tengo que subir hacer algo importante, te veo en un rato más entonces. 
— Si, ve con cuidado, y no pongas el seguro, por si tengo que subir a revisarte.

Levanté la tapa para entrar a mi cuarto, y un mareo más me sacudió la cabeza haciendo que pareciera que la alfombra roja se movía de izquierda a derecha muy rápido. Puse el seguro en la puerta cuadrada y me tiré en la cama; me sentía cansado. Encendí el televisor y prendí la Xbox para jugar un poco y distraerme, después de todo necesitaba recuperarme de alguna manera. 
Ya sería hora de ir a la clínica más tarde.

 

MÓNICA

— ¿Y ahora quién será?

Ajusté la cintilla del mandil a mi cuello una vez más. Corrí hacia la puerta y la abrí muy poco para observar quién llamaba con tanta prisa. 
— ¿Si, diga? — respondí con cautela.

Un señor vestido de traje y zapatos de charol estaba de pie en el primer escalón, sobre el tapete que decía "Bienvenidos a mi hogar". Lo acompañaba una joven muy bella con un vestido verde que tenía tejido flores color rosa. 
— Buena tarde señorita — ¿tendrá tiempo para hablar un poco de Dios? — dijo sonriente, dirigiéndose a mí.




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