Esto tiene que ser una maldita broma.
Mis manos se tornan puños, arrugando el papel. Lanzo la pequeña bola de palabras sin sentido y traición en forma de petición judicial contra la pared.
Mi visión se tiñe de rojo mientras desciendo por las escaleras del sótano. El corazón me golpea con fiereza, mi respiración se ha vuelto irregular y mi mente ha decidido desconectar mi lado racional. No tengo tiempo para vendar mis manos y protegerme de lesiones, ni siquiera pierdo tiempo en colocarme los guantes ni en encender la luz grande que ilumina todo el espacio, la claridad que entra de las escaleras es suficiente como para saber dónde tengo que golpear.
Mis puños impactan sin descanso contra el saco negro de boxeo que cuelga del centro de la estancia mientras mi mente se convierte en un torbellino de oscuridad de la que no sé cómo deshacerme.
Era mi amiga, eran mis amigos. Confié en ellos y lo único que obtuve a cambio fueron mentiras, puñaladas que me dejaron sangrando y que tendré que curar sola, como siempre. Nunca me ha importado demasiado tener que luchar mis propias batallas, pero pensaba que estaba comenzando una nueva etapa en la que podría dejar las espadas de lado y deshacerme de la pesada armadura de metal.
Estaba tan equivocada.
Niego con un rápido movimiento cabeza, tratando de centrar mi energía en los golpes.
Ni siquiera fue capaz de enfrentarme, no fue capaz de mirarme a los ojos y disparar la última bala, se limitó a ver cómo me marchaba, cómo desaparecía.
Sus palabras siempre fueron claras, nunca dijo que me quisiera ni que estuviera dispuesto a hacerlo. Sin embargo, confié en que la química y compatibilidad que existía entre nosotros hiciese todo el trabajo. Por supuesto mi intención nunca fue encontrar la felicidad para toda la vida a su lado, ni siquiera estaba en mis planes encontrar a alguien con quien poder compartir algo ahora. Pero eso no es algo que elijas o planees porque el amor es como un robo a gran escala, cuando te quieres dar cuenta ya han entrado a tu casa y tu bien más preciado ha desaparecido.
Hardy fue así, sin quererlo logró conectar conmigo de una forma más profunda de lo que ninguno de los dos estábamos dispuestos a aceptar. Logró despertar cosas en mí que había experimentado anteriormente, pero con él es —era— todo más intenso, más... real.
Río mientras mis nudillos sangran. El líquido carmesí ha comenzado a correr por mis manos y gotear en el suelo. La humedad que amenazaba con abandonar mi ojos ya baña mis mejillas y las piernas comienzan a fallarme.
Me aterra la idea de que mi vida sea todo una gran mentira.
Es desgarradora la sensación de estar completamente sola luchando contra el mundo que trata de hacer hasta lo imposible por romper mi alma en tantos pedazos que me sea imposible mantenerme en pie.
Mis rodillas se clavan en el suelo y el llanto se convierte en la banda sonora de la escena hasta que el dolor anestesió la decepción y el sueño me venció.
—¿Iris?
Escucho una voz lejana que trata de sacarme de este bucle autodestructivo en el que se han convertido mis sueños, pero no es lo suficientemente fuerte como para logralo.
—¡Ve! —grita mi hermana.
Penélope.
Abro los ojos, desorientada.
Me encuentro en el suelo del sótano en posición fetal. La luz del amanecer ya ilumina todo a mi alrededor: las estanterías con todas las herramientas que nunca uso y material de entrenamiento, la enorme casa de muñecas de Penélope que no ha querido tirar, el escritorio de mamá, el saco de boxeo y la sangre seca en el suelo.
Mi mirada se dirige a las heridas que adornan mis nudillos, no puede verme así. Entro en el pequeño baño, limpio la sangre seca que seguía bañándome las manos, me deshago del rastro de lágrimas de mi rostro y subo las escaleras corriendo.
—¡Estoy abajo, peque!
Escucho sus pasos bajando las escaleras a toda velocidad.
—¡Ten cuidado! —le recuerdo, pero hace caso omiso.
Llega al salón abrazada a Joy, su elefante azul de peluche. El brillo de sus ojos me da la información que necesito, estaba asustada.
—Ven aquí... —susurro mientras extiendo los brazos en su dirección.
Asiente y corre a mi lado.
Sus pequeños brazos rodean mi cuello y se aferran a él con fuerza lo que me permite notar su corazón acelerado contra mi pecho.
—Pensaba que tú también...
Su voz se quiebra.
—Eh, tranquila. —Aparto los rizos de su preciosa carita—. Yo nunca me voy a ir.
—Tú no eres mamá.
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Editado: 28.10.2024