He experimentado el dolor en múltiples ocasiones. Con el tiempo he aprendido que es más que un sentimiento, una sensación, un estado. Es lo único capaz de hundirte lo suficiente como para hacerte sentir que no hay salida.
Miles de cuchillos me rasgan el corazón, machacan mis pulmones y golpean mi cuerpo sin piedad. Como si estuvieran matándome desde dentro.
El dolor es una jaula de cristal, un espejismo sin escapatoria.
FLASHBACK.
Hace 10 años...
Hace frío. La calefacción nunca ha sido necesaria pero en noches como esta creo que mamá debería invertir en ese cacharro. La pobre se pasa los días trabajando para que no me falte de nada y cuando llega a casa está tan agotada que no puede hacer otra cosa que dormir un par de horas hasta que llegue el huracán a destrozarlo todo. Porque el huracán siempre llega, papá siempre vuelve. Ojalá no lo hiciera.
Tenemos hasta las diez para descansar un poco y prepararnos mentalmente para lo que va a suceder una noche más. Espero que hoy venga de buen humor, cada vez se me hace más difícil mantenerme callada mientras escucho sus golpes y gritos.
El viento se cuela por las rendijas de las ventanas, las cortinas danzan ligeramente y el ambiente es tan lúgubre que asusta. No obstante, la película que estoy viendo consigue captar toda mi atención. Los párpados comienzan a pesarme y el silbido del viento se silencia poco a poco.
El sonido de la vajilla chocando contra la pared de ladrillo de la cocina hace que salga de mi sueño profundo, pero mi cuerpo sigue tan adormilado que soy incapaz de ponerme alerta.
—¿¡Dónde coño está mi puta comida!? —grita una voz conocida.
Cuando quiero darme cuenta estoy volando por encima de la mesa del salón.
Ruedo por el suelo hasta que el duro ladrillo de la pared me detiene. El golpe que recibo en la cabeza hace que me cueste procesar lo que está sucediendo, segundos que aprovecha para abofetearme. Lo hace tan fuerte que la sangre comienza a brotar de mi labio.
Las lágrimas ruedan por mis mejillas. Esto no puede estar pasando.
Mamá corre escaleras abajo y mira horrorizada la escena. El color desaparece de su rostro y sus manos comienzan a temblar mientras llora desconsolada. Supongo que acaba de entender que no es tan fácil ver cómo golpean a un ser querido y mirar impotente. Es entonces cuando, el monstruo que consideraba un padre, entiende que es a mí a quien ha golpeado. Mas, en lugar de ver arrepentimiento en sus ojos, lo único que irradian es cólera con una chispa de ligera diversión.
Sonríe y se acerca a ella para seguir con su descarga de furia infundada.
Yo me quedo ahí, abrazada a mis rodillas, temblando de miedo mientras presiono el corte profundo que me ha hecho la esquina de la mesa en el brazo.
FIN DEL FLASHBACK.
Cierro los ojos con fuerza.
Esa fue la noche que dejé de considerar a Cristian un padre; el momento exacto en el que descubrí que los monstruos caminan entre nosotros.
No solo me había lanzado como a una muñeca de trapo y golpeado. Me había cosificado y reducido a la nada. Él nunca buscó una familia, una esposa e hijos a los que transmitirle todo su amor. En su retorcida mente lo único que cabía era un saco de boxeo humano y espectadores aterrorizados dispuestos a callar para salvar la vida de su madre.
Debería haber acabado con él antes, debería habernos salvado a todos.
Una lágrima escapa de mis ojos cuando vuelvo a abrirlos.
Guardo la camiseta de Ian en la pequeña caja de madera blanca, meto el primer zapato de Penélope, el avión de papel que me regaló Kai y el collar de perlas que le rompí a mamá cuando era pequeña. Estoy a punto de desterrar ese baúl de los recuerdos al fondo de mi armario para ir a recoger a mi hermana cuando un folio se desliza desde el estante superior.
Un dibujo de Penélope.
Cojo el papel y lo observo con curiosidad. No recordaba haberlo dejado aquí, guardo todos los dibujos en la misma carpeta. Sus obras de arte suelen ser bastante coloridas, por lo que el árbol monocromático que se extiende hasta los límites de la hoja llama mi atención, pero no tanto como la dedicatoria del final.
Para Zeus.
Un par de grietas nuevas aparecen en mi bomba cardíaca. Es el dibujo que me pidió que le diera cuando nos fuimos a la nieve.
Río furiosa.
Doblo el papel y lo guardo en el baúl antes de tirarlo dentro del armario, ponerme en pie y salir de casa. No puedo volver atrás, con el tiempo tiene que doler menos, no más.
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Editado: 28.10.2024