Vi el momento en que sus murallas cedieron. Sus pupilas dilatadas, su respiración errática, la mirada perdida en los recuerdos que la golpeaban. El dolor. El puto dolor agonizante que supuraba. Me estaba matando verla así, tan perdida en su oscuridad que no era capaz de ver nada más. Jen se acercó a ella con un nudo en la garganta y lágrimas cayendo por sus mejillas. Sabía lo que acababa de hacer. Había estado tan centrada en descargar la rabia contenida hacia su padre que había olvidado las consecuencias de las verdades escondidas.
La bilis seguía alcanzando mi garganta. Las ganas de vomitar pensando en esa niña indefensa que vivía un infierno conocido. Las jodidas ganas de arrasar con todo aquel que no movió un dedo por sacarla de allí. Me dolía mirar a Jen, no podía hacerlo sin sentir el resentimiento rasgando las cuerdas vocales. No la odiaba, a ella no podría odiarla, pero no podía con su presencia en ese momento e Iris tampoco. Lo demostró cuando huyó de las manos de la morena que intentaron calmarla. Iris estaba ahogándose. Necesitaba oxígeno. Y yo sabía bien lo que se sentía. Joder, conocía a la perfección esa sensación de presión, de vacío. Ese miedo irrefrenable. Lo había sentido durante tanto tiempo que ya casi ni recordaba lo que era respirar con normalidad.
No fue hasta que dejó de temblar en mi brazos, que mi cuerpo se relajó. Llevaba toda la noche llorando o completamente ausente. Estaba entrando en ese ciclo oscuro, ese pozo al que nos gusta lanzarnos cuando creemos que no tenemos elección. Sabía que lo había hecho con anterioridad. Esta vez era diferente. Yo estaba aquí. No me había lanzado con ella, jamás lo haría. Necesitaba su espacio y yo se lo daría, pero cuando quisiera una cuerda auxiliar, yo estaría aquí para lanzarla y sacarla de toda esa mierda que la consume.
Antes de abrir los ojos sé que no está a mi lado. Donde antes había un cuerpo cálido, ahora hay frío. Hace más de una hora que salió de la cama con movimientos lentos. Podía saborear el miedo que tenía de enfrentarse a algo que no podría gestionar. Yo. Mi presencia. Yo y la puta mierda de persona que fui con ella. No la culparía si cada vez que me mirara viera a la novia loca de su hermano psicópata. La pelo zanahoria que me follé tantas veces que perdí la cuenta. Me porté como un jodido desgraciado que no merece su perdón. No tengo excusa. Ni siquiera el miedo, el terror por lo que estaba sintiendo por Iris y me negaba a aceptar. Puede que a Analise la apartara y le rompiera el corazón con la indiferencia, pero con Ve lo hice aún peor. Dejé que se enamorara de mí de la misma forma que yo lo hice de ella. ¿Y todo para qué? Para ser un cobarde que se escondía detrás de sus miedos y se negaba a avanzar cuando ya no podía dar marcha atrás. Porque es una putada, pero es lo que es. La quiero. La quiero tanto que me falta el oxígeno cuando me levanto y no la veo a mi lado. Y es una mierda, lo sé. No puedo ni mirarla a la cara sin odiarme por hacer lo que hice. Tendría que dejarla marchar. Olvidarme de ella y asumir de mis actos tienen consecuencias. Debería. No puedo. Lo he intentado, lo juro por lo más sagrado que jamás tuve.
Intenté sacarla de mi cabeza y lo único que conseguí fue clavármela más profundo. Por eso, no puedo renunciar a ella. Ya no. No ahora que la siento en cada maldita célula cardíaca. No ahora que sé a lo que sabe la felicidad, aunque no supiera que eso era lo que estaba saboreando.
Salgo de la cama sin pensarlo demasiado. No es el momento. Está lidiando con toda la mierda del pasado y las traiciones de las personas que consideraba familia. Eso no me detiene. No quiero que siga creándose historias ficticias de lo que pasó, necesito que sepa la verdad. Necesito quitarle ese peso de encima para que pueda respirar a mi lado. Tengo que ser su lugar seguro y no podré conseguirlo nunca si cada vez que me mira ve más allá de lo que tuvimos y lo reduce a cenizas bajo mentiras. Era real. Necesito que lo sepa. Ella, yo, nosotros éramos reales.
Atravieso el largo pasillo blanco cuyo único toque de color son los cuadros de mi madre de los que jamás pude deshacerme. Una suave brisa me eriza la piel de los brazos, como una caricia fantasma que me anima a hacer lo correcto. Sé que es ella. Que de alguna manera está conmigo, ayudándome a arreglar mis cagadas, como siempre estuvo.
La voz de Agatha es lo primero que llega a mis oídos al descender las escaleras.
—¿Crees que podrás llegar a perdonarlo, Iris?
No escucho su respuesta. Mi corazón se salta un par de latidos mientras espero paciente que alguna palabra salga de su boca. Paso tanto tiempo detrás del umbral de la puerta que comienzo a sentirme como un extraño en mi propia casa. Las minutos pasan, los miedos se agolpan en mi garganta junto a las palabras no pronunciadas.
Estoy a punto de salir cuando su suave voz calma mis sentidos.
—Jamás podré hacerlo, aunque quisiera, aunque me fuera la vida en ello. Soy incapaz de perdonarlo. Algo así no se perdona, Agatha. Es imposible.
Su confesión me golpea con fuerza. El aire abandona mis pulmones. Si no me hubiera dicho esas mismas palabras a mi mismo miles de veces, estoy seguro de que habrían logrado afectarme. Mas es la realidad. Algo así no se perdona. Yo no podría hacerlo de haber sido al contrario. ¿Cómo podría perdonar a alguien que ha roto mi corazón sin miramientos? ¿Cómo podría volver a confiar en ella si hubiera hecho lo que yo? No lo haría. Sé que no.
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Editado: 28.10.2024