He aprendido a leerla incluso cuando no quiere que lo haga. Antes me aterraba, ahora me alegra poder entender el lenguaje de su cuerpo que parece bailar en armonía con el mío siempre que tiene oportunidad. Aunque puede que lo más importante con Iris sea saber escuchar sus silencios, suele decirte más con ellos que con discursos vacíos o palabras monótonas. Quizás sea por la cantidad de veces que rezó que alguien la escuchara y sus gritos fueron silenciados por la oscuridad que la rodeaba. Nadie la escuchó. Lo que es peor. La escucharon y jamás actuaron. Eso es capaz de arruinar la mente de cualquiera. Da igual lo fuerte que seas o las ganas que tengas de seguir adelante; no importa que tengas una niña pequeña a tu cuidado, esa mierda es capaz de acabar contigo. Y por mucho que lo esconda, sé que una parte de ella está muerta, otra aún no se ha recuperado. Lo que muestra al mundo es un pequeño porcentaje que pinta de color todas sus sombras.
Cuesta creer que la mujer que tengo delante jugando con María y Penélope en la arena con una sonrisa en la cara, sea la misma que sufría abusos repetitivos por parte de sus progenitores. Si pudiera estar más enfadado o sentirme más impotente, estoy seguro de que lo haría. Pero qué derecho tengo yo de borrar esa sonrisa de su cara con preguntas cuyas respuestas no estoy seguro de poder enfrentar. La simulación del interrogatorio de Morgan y Jen fue bastante esclarecedor con respecto a lo sucedido en el pasado. No obstante, estoy seguro de que es solo la punta del iceberg. Una enorme roca de hielo que se ha mantenido intacta durante años y que no quiero derretir a menos que ella decida inundar su mente hasta derramar la ultima gota que la consume. En tal caso, seré un pozo sin fondo capaz de tragarme todo su dolor. Si eso es lo que ella necesita, eso es lo que le daré.
Quiero dárselo todo. Quiero abrirme el pecho en canal, sacarme el corazón y ponérselo en las manos para que entienda el poder que tiene sobre mí.
Iris es todo que que quiero. La he sentido huir entre mis dedos como cenizas incapaces de reconstruirse. La he lanzado al vacío, le he mentido, he intentado negarme sentimientos y con ello le he hecho daño. La he cagado como no pensé que podría hacerlo jamás. Y, a pesar de todo, aquí está. Algunas veces, como ahora que mira a su hermana con una devoción que hace brillar sus ojos, me gustaría meterme en su mente. Quisiera adentrarme en el laberinto oscuro que estoy seguro esconde más pesar que alegría. La necesidad de conocer hasta el último rincón de su cuerpo, se extiende hasta el último rincón de su mente. La quiero a ella. A toda ella. Con sus días buenos y sus recuerdos malos. Quiero quererla como se merece que lo haga y por mucho que me esfuerce en ello, siento que jamás seré capaz de reparar lo que ha pasado entre nosotros.
Las palabras de Annalise vuelven a mí: «¡Vete, huye! Es lo único que sabes hacer. Pero ya es hora de que dejes de ser un puto niño y comiences a afrontar las cosas. Porque por mucho que te tapes los ojos, siguen estando ahí. Solo cuando comiences a luchar contra tus demonios y le plantes cara al pasado, serás consciente de lo que posees. Tienes que perdonarte a ti mismo.»
Quizás tenga razón y deba perdonarme a mí mismo antes de buscar el perdón de los demás.
—¿Están preparadas, chicas? —alza la voz sobre el sonido de las olas para que las niñas la puedan escuchar.
Penélope y María asienten mirando el arsenal de bolas de arena que tienen a sus pies.
—¡Ve, tenemos más bolas que tú!
Las niñas se ríen chocando los cinco antes de esconderse detrás del pequeño muro que han hecho para resguardarse.
Me acerco lentamente a la rubia que se aparece en cada uno de mis sueños. Como los depredadores en plena caza. Ansioso por llegar a su lado, temeroso de que se me escape del todo. Con Iris hace tiempo que parece que camino por arenas movedizas. Todo parece lo suficientemente firme como para atreverte a dar el paso, a la vez es tan endeble que puedes ser arrastrado a las profundidades. En realidad, no me importaría quedar estancado con ella de por vida.
Los pantalones cortos se le pegan a la piel llena de arena por la humedad, dejando una curva perfecta a la vista. Si no fuera porque hay dos niñas de seis años a unos metros, mis pensamientos podrían volar muy alto con esta vista. Si me concentro aún puedo saborearla en mi boca, mis manos siguen picando por el recorrido de caricias que hicieron por su cuerpo antes de salir de casa. La siento debajo de la piel, tan enterrada que me es familiar e imprescindible.
Me tumbo sobre ella pegándome lo suficiente como para que sienta los estragos que causa en mi cuerpo.
—¿Necesitas ayuda contra esas dos enanas? —Mi voz es un susurro bajo que deja caricias en el lóbulo de su oreja.
—¿Y tú? —Mueve las caderas contra mi entrepierna—. ¿Necesitas ayuda con otra cosa?
Río sin poder evitarlo. Rueda sobre si misma hasta quedar de frente. Aún con la arena tapando las pecas que el sol ha sacado a relucir, es preciosa. Me parece increíble que haya decidido darme otra oportunidad de verla, de tocarla, de sentirla.
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Editado: 28.10.2024