La oscuridad envolvía la ciudad mientras Alejandra, Carla y Martín se aproximaban al edificio. El plan estaba claro: entrar, obtener las pruebas y salir antes de que alguien se diera cuenta de su presencia. Sin embargo, Alejandra no podía ignorar el nudo en su estómago, una sensación que crecía con cada paso que daban.
El edificio en cuestión era un almacén abandonado a las afueras de la ciudad, un lugar que no llamaba la atención pero que, según los contactos de Martín, albergaba los registros que podrían desenmascarar a los responsables de la red de corrupción. El problema era que estaba fuertemente vigilado, aunque el exterior pareciera completamente normal.
“Estamos cerca,” susurró Martín, deteniéndose detrás de un grupo de árboles que bordeaban la propiedad. Desde allí, podían ver el edificio iluminado por un par de luces de seguridad. “Hay cámaras en las entradas principales, pero he identificado un punto ciego en la parte trasera. Es nuestra mejor opción para entrar sin ser vistos.”
Carla asintió, revisando una última vez el equipo que llevaban. “No podemos permitirnos ningún error,” dijo, su voz firme pero baja. “Una vez dentro, nos movemos rápido y en silencio. No sabemos cuánto tiempo tendremos antes de que alguien note nuestra presencia.”
Alejandra asintió, sintiendo la adrenalina correr por sus venas. Todo dependía de lo que encontraran dentro de ese edificio. Si conseguían las pruebas, podrían acabar con todo de una vez por todas. Pero si fallaban, las consecuencias serían devastadoras.
“Vamos,” susurró Martín, liderando el camino hacia la parte trasera del edificio. Se movieron con cautela, evitando las cámaras y manteniéndose en las sombras. Cuando llegaron al punto ciego, Martín sacó una pequeña herramienta y comenzó a trabajar en la cerradura de la puerta trasera.
El clic de la cerradura al abrirse resonó en el silencio de la noche, y Alejandra contuvo la respiración mientras la puerta se abría lentamente. Ingresaron en el edificio, encontrándose en un pasillo oscuro y frío. Las luces parpadeaban débilmente en el techo, creando sombras que se movían con cada paso que daban.
“Por aquí,” indicó Martín, guiándolas hacia una escalera que descendía al sótano. Según la información que tenían, los archivos más importantes estaban almacenados en una bóveda subterránea, lejos de las miradas curiosas.
El sótano estaba aún más oscuro que el resto del edificio, con una humedad que se sentía en el aire. Alejandra pudo ver las puertas metálicas de varias habitaciones, todas cerradas y con etiquetas que indicaban que habían sido usadas para almacenamiento. Pero la que les interesaba estaba al final del pasillo, una puerta pesada con un código de seguridad.
“Martín, ¿puedes abrirla?” preguntó Carla, observando la cerradura electrónica.
Martín asintió, sacando un pequeño dispositivo que había conseguido para hackear el sistema. “Esto tomará un minuto,” dijo mientras conectaba el dispositivo a la cerradura. “Manténganse alertas.”
Alejandra y Carla se colocaron en posición, vigilando el pasillo mientras Martín trabajaba. El tiempo pasaba lentamente, cada segundo aumentando la tensión. Alejandra podía sentir su corazón latiendo con fuerza en su pecho, una mezcla de nervios y anticipación.
Finalmente, la luz en la cerradura cambió de rojo a verde, y Martín sonrió. “Lo tengo,” dijo, abriendo la puerta. “Vamos.”
Entraron en la bóveda, encontrándose con estanterías llenas de carpetas y cajas. Alejandra se sintió abrumada por la cantidad de documentos, pero sabía que no podían perder tiempo. “Busca cualquier cosa que esté marcada como confidencial o clasificada,” dijo Carla, ya comenzando a revisar las carpetas en una de las estanterías.
Alejandra hizo lo mismo, buscando cualquier pista que pudiera indicar la ubicación de los documentos más importantes. Después de unos minutos de búsqueda frenética, encontró una caja marcada con un sello rojo que indicaba su importancia. “Aquí,” dijo, llamando a Carla y Martín.
Abrieron la caja con cuidado, revelando una serie de carpetas llenas de documentos. Al revisar el contenido, Alejandra sintió una mezcla de alivio y horror. Los documentos contenían detalles sobre sobornos, transferencias de dinero y nombres de personas involucradas en la red de corrupción, todo lo que necesitaban para exponer a los culpables.
“Esto es suficiente para derribarlos,” dijo Carla, tomando algunas de las carpetas y guardándolas en su mochila. “Ahora debemos salir de aquí antes de que alguien se dé cuenta.”
Alejandra asintió, sintiendo que finalmente tenían una oportunidad real de justicia. Pero al girarse hacia la puerta, escuchó un ruido que la hizo detenerse en seco. Pasos. Alguien más estaba en el edificio.
“Tenemos que movernos,” susurró Martín, su voz llena de urgencia. “Rápido, antes de que nos encuentren.”
Salieron de la bóveda y cerraron la puerta detrás de ellos, moviéndose con cuidado por el pasillo. Los pasos se acercaban, y Alejandra sabía que estaban a punto de enfrentarse a un peligro real. No podían permitirse ser atrapados, no ahora que estaban tan cerca de la verdad.
Cuando llegaron a la escalera, los pasos estaban casi encima de ellos. Alejandra vio una sombra moverse en la esquina del pasillo, y su corazón se detuvo. Pero antes de que pudieran ser vistos, Martín los guió hacia una pequeña sala de mantenimiento, cerrando la puerta justo a tiempo.
“Esperemos aquí hasta que pase,” susurró Martín, su mano en la empuñadura de la puerta.
Alejandra contuvo la respiración, escuchando los pasos que se detenían justo fuera de la sala. El silencio se volvió insoportable, cada segundo sintiéndose como una eternidad. Estaban atrapados, con los documentos que podían salvarlos o condenarlos, dependiendo de lo que sucediera en los próximos instantes.