El cruce de la frontera fue rápido y sin complicaciones, pero el alivio que Alejandra esperaba sentir nunca llegó por completo. Estaban al otro lado, sí, pero la incertidumbre de lo que vendría después seguía pesando sobre todos ellos.
El hombre que los había guiado se despidió sin muchas palabras, dejándolos en un pequeño pueblo que parecía detenido en el tiempo. Las casas eran de madera desgastada, y las calles estaban casi desiertas, con solo unos pocos habitantes mirando curiosos desde las ventanas.
Luis había hecho arreglos para que se quedaran en una casa segura por unos días mientras organizaban su próximo movimiento. El lugar no era más que una pequeña cabaña en las afueras del pueblo, oculta entre los árboles y alejada de miradas indiscretas. A pesar de su simplicidad, la cabaña ofrecía un refugio temporal mientras decidían cómo proceder.
“Tenemos que mantener un perfil bajo,” les recordó Luis mientras cerraba la puerta tras ellos. “No sabemos quién podría estar vigilándonos, incluso aquí. Lo importante es no llamar la atención.”
Carla asintió, dejando caer su mochila en un rincón. “No será difícil. Este lugar parece estar lejos de todo.”
Martín, que había estado en silencio durante la mayor parte del viaje, se acercó a la ventana y observó el exterior con una expresión preocupada. “Esto nos da tiempo para pensar, pero no es una solución a largo plazo. Necesitamos un plan para mantenernos a salvo y asegurarnos de que las pruebas que entregamos tengan el impacto necesario.”
Alejandra se sentó en un viejo sofá, sintiendo el cansancio acumulado en cada músculo de su cuerpo. “¿Qué pasa si nos encuentran? ¿Qué hacemos entonces?”
Luis se acercó a ella, su rostro serio. “Si nos encuentran, tendremos que huir de nuevo. Pero no podemos pensar en eso ahora. Necesitamos concentrarnos en lo que podemos controlar.”
“Y eso es?” preguntó Carla, mirando a Luis con atención.
“Difundir la información y asegurarnos de que llegue a las personas adecuadas,” respondió Luis. “Mientras más ojos estén sobre lo que hemos descubierto, más difícil será para ellos silenciarnos. Pero también necesitamos preparar una salida rápida si las cosas se complican.”
Martín se apartó de la ventana, su expresión endurecida. “Voy a revisar el perímetro. No me sentiré tranquilo hasta estar seguro de que no hay nada sospechoso en los alrededores.”
Luis asintió, y Martín salió de la cabaña, dejando a los demás en un silencio tenso. Alejandra observó cómo se iba, sintiendo un nudo en el estómago. La preocupación por Martín se sumaba a la ya creciente ansiedad por la situación en la que se encontraban.
Carla se sentó junto a Alejandra, intentando aliviar la tensión. “Todo esto pasará, Ale. Solo tenemos que ser fuertes un poco más.”
Alejandra le dio una pequeña sonrisa, agradecida por el intento de consuelo, pero el miedo persistía. Sabía que cada paso que daban los acercaba más al borde del abismo, y la posibilidad de que todo se desmoronara era real.
El día transcurrió lentamente. Luis y Martín se turnaron para vigilar la cabaña, mientras Carla y Alejandra revisaban cualquier noticia que pudiera indicar que sus enemigos estaban cerca. El pequeño pueblo, aunque tranquilo, parecía envuelto en un aire de misterio que no hacía más que aumentar la paranoia de todos.
Al caer la noche, la tensión en el aire era palpable. Alejandra intentó dormir, pero cada ruido, cada crujido en la madera de la cabaña, hacía que su corazón se acelerara. Finalmente, decidió salir al porche para tomar un poco de aire.
La noche era oscura, y el cielo estaba cubierto de nubes, lo que hacía que la cabaña pareciera aún más aislada. Alejandra se apoyó en la barandilla del porche, mirando hacia el bosque que rodeaba el lugar. El silencio era inquietante, solo roto por el ocasional susurro del viento entre los árboles.
De repente, un sonido suave pero persistente llegó a sus oídos. Al principio, pensó que era el viento, pero pronto se dio cuenta de que era algo más. Algo o alguien estaba cerca.
Su primer instinto fue llamar a Luis, pero se detuvo. Quería asegurarse de que no estaba imaginando cosas. Conteniendo la respiración, se movió hacia el borde del porche, aguzando el oído.
El sonido se repitió, esta vez más cerca. Eran pasos, lentos y deliberados, acercándose a la cabaña. El pánico comenzó a apoderarse de ella, y sintió cómo su cuerpo se tensaba, listo para correr.
Antes de que pudiera decidir qué hacer, una figura emergió de entre los árboles. Alejandra retrocedió, casi tropezando con la barandilla, pero una voz familiar la detuvo.
“Tranquila, Ale. Soy yo,” dijo Martín, saliendo de las sombras con una expresión seria. “Estaba revisando el perímetro.”
Alejandra dejó escapar un suspiro de alivio, pero su corazón seguía latiendo con fuerza. “Me asustaste,” dijo, intentando calmarse.
Martín esbozó una sonrisa cansada. “Lo siento. No quise alarmarte. Pero debemos estar atentos. No estamos tan seguros como quisiéramos.”
Alejandra asintió, comprendiendo la gravedad de sus palabras. Sabía que cada día que pasaban en ese lugar era un riesgo, y aunque habían logrado escapar por ahora, el peligro seguía acechando.
“Vamos adentro,” dijo Martín finalmente. “No es seguro quedarse aquí afuera.”
Alejandra lo siguió, echando un último vistazo al oscuro bosque antes de entrar en la cabaña. Aunque se sentía un poco más segura estando con Martín, sabía que el peligro no estaba tan lejos como querían creer.
Dentro de la cabaña, Luis y Carla estaban sentados, en silencio, esperando noticias. Cuando vieron entrar a Martín y Alejandra, ambos se relajaron visiblemente.
“No hay nada extraño afuera,” dijo Martín, sentándose junto a ellos. “Pero no podemos bajar la guardia. Necesitamos estar preparados para cualquier cosa.”
Luis asintió, y el grupo se sumió en un silencio reflexivo. Sabían que su situación era precaria, y que cada día que pasaban allí era un día más cerca de ser descubiertos.