Alejandra y Adrián caminaron en silencio por las calles oscuras de la ciudad, evitando las miradas curiosas y los callejones que pudieran llevarlos a un peligro innecesario. La luna apenas iluminaba su camino, y la tensión en el aire se hacía más densa con cada paso que daban. Sabían que acercarse a Julia era un riesgo, pero también que era su única esperanza de descubrir la verdad.
Al llegar al edificio donde vivía Julia, notaron que todas las luces estaban apagadas, salvo una tenue en el tercer piso, la de su apartamento. Adrián revisó el área con cuidado antes de dar un paso hacia adelante. Los instintos que había desarrollado en su tiempo en la policía le decían que algo no estaba bien, pero no podían detenerse ahora.
“Tengo un mal presentimiento,” murmuró, mirando hacia la ventana donde se veía la luz.
Alejandra asintió, también sintiendo la opresión en su pecho. “Solo será una conversación rápida,” dijo, intentando convencerse a sí misma tanto como a él. “Si algo parece raro, nos vamos de inmediato.”
Con un último vistazo a su alrededor, Adrián asintió y comenzaron a subir las escaleras. Los viejos escalones de madera crujían bajo sus pies, haciendo eco en la oscuridad, pero seguían avanzando, impulsados por la necesidad de respuestas.
Cuando llegaron a la puerta de Julia, Adrián tocó suavemente. Esperaron, el silencio sólo roto por el sonido de sus propias respiraciones. Justo cuando Alejandra estaba a punto de sugerir que se marcharan, la puerta se abrió un poco, revelando el rostro cansado de Julia.
“¿Qué hacen aquí?” susurró ella, lanzando miradas nerviosas por el pasillo. “Los estoy arriesgando a ambos.”
“Necesitamos hablar,” respondió Adrián, manteniendo su voz baja. “Es urgente.”
Julia dudó por un momento, pero finalmente abrió la puerta para dejarlos entrar. El apartamento estaba en penumbra, apenas iluminado por una lámpara de escritorio. Había pilas de documentos y fotografías dispersas por la mesa, evidencia de la obsesión de Julia con el caso de Mendoza.
“No tienen idea de en lo que se están metiendo,” dijo ella, cerrando la puerta tras ellos. “Mendoza no es solo un criminal; es alguien con recursos y conexiones que ustedes no pueden imaginar.”
“Lo sabemos,” respondió Alejandra, adelantándose. “Pero no podemos detenernos. Encontramos un cuaderno que él estaba buscando, y creemos que hay más. Necesitamos saber qué está planeando.”
Julia los miró con una mezcla de sorpresa y respeto. “¿Un cuaderno? ¿Dónde lo encontraron?”
Adrián le entregó una copia de las páginas más importantes. “Aquí. Fernando nos ayudó a encontrarlo, pero luego desapareció.”
Julia leyó las páginas en silencio, sus ojos se movían rápidamente sobre el texto. Cuando terminó, levantó la vista con una expresión que era mitad admiración, mitad preocupación.
“Esto es mucho más grande de lo que pensé,” admitió finalmente. “Estos cuadernos podrían contener la clave para desmantelar toda su operación. Pero si Mendoza se entera de que los tienen, no se detendrá ante nada para recuperarlos.”
Alejandra y Adrián intercambiaron una mirada significativa. “Por eso necesitamos tu ayuda,” dijo Alejandra. “Sabemos que has estado investigando a Mendoza durante años. Cualquier información que puedas compartir podría ser vital.”
Julia suspiró, pasando una mano por su cabello desordenado. “Hay más de lo que creen. Mendoza ha estado utilizando una red de corrupción que se extiende por varios países. He descubierto que ha estado enviando mensajes cifrados a través de estos cuadernos, pero solo tengo fragmentos. Si ustedes tienen más cuadernos, podríamos desenmascararlo.”
“Pero necesitamos hacerlo sin que él lo sepa,” añadió Adrián. “Si se entera de lo que estamos haciendo, todos estaremos en peligro.”
Julia asintió, consciente del riesgo que implicaba ayudarlos. “De acuerdo. Trabajaremos juntos, pero bajo una condición: si en algún momento las cosas se ponen demasiado peligrosas, deben prometer que se irán y dejarán esto en mis manos. No vale la pena arriesgar sus vidas por esto.”
Alejandra y Adrián asintieron, aunque ambos sabían que no sería tan simple como abandonar todo si las cosas se complicaban. Estaban demasiado involucrados, y ambos sentían la necesidad de ver esto hasta el final, sin importar el costo.
“Comencemos entonces,” dijo Julia, apartando algunos documentos para hacer espacio en la mesa. “Tenemos mucho trabajo por delante, y el tiempo no está de nuestro lado.”
Así, bajo la luz parpadeante de la lámpara, los tres se sumergieron en un laberinto de pistas, códigos y secretos, conscientes de que cada minuto que pasaba los acercaba más a la verdad... y al peligro que la acompañaba.