La noche era fría y oscura mientras Alejandra y Adrián se dirigían al lugar indicado en los documentos de Mendoza. Las calles estaban desiertas, solo el eco de sus pasos rompía el silencio. Ambos sabían que lo que estaban a punto de hacer podría cambiarlo todo, pero también que un solo error podría costarles la vida.
Llegaron al lugar, una vieja fábrica abandonada en las afueras de la ciudad, un edificio que a simple vista parecía desmoronarse con el tiempo. Sin embargo, sabían que las apariencias podían engañar y que el lugar estaba lleno de trampas.
“Esto no me gusta,” murmuró Adrián mientras inspeccionaba la entrada. “Es demasiado fácil.”
Alejandra asintió, sintiendo la misma inquietud. “Debemos ser cuidadosos. No podemos arriesgarnos a activar alguna alarma.”
Avanzaron lentamente, entrando por una puerta lateral que parecía estar fuera de uso. Dentro, la oscuridad era casi total, solo rota por los haces de luz que penetraban a través de las ventanas rotas. La fábrica estaba en un estado de abandono total, con maquinaria oxidada y escombros por todas partes. Aún así, había un aire de alerta, como si en cualquier momento algo pudiera salir mal.
Adrián sacó su linterna, iluminando el camino mientras avanzaban. Sabían que Mendoza había utilizado este lugar para reuniones clandestinas, y que podría haber algo más oculto en su interior, algo que podría cambiar el curso de su enfrentamiento.
Tras recorrer varios pasillos, llegaron a una habitación más pequeña en el fondo del edificio. La puerta estaba entreabierta, y un leve resplandor emanaba del interior. Adrián levantó la mano, indicando a Alejandra que se detuviera.
“Déjame ir primero,” susurró. “Si algo sale mal, quiero que estés lista para salir corriendo.”
Alejandra negó con la cabeza. “Estamos en esto juntos, Adrián. No voy a dejar que te arriesgues solo.”
Adrián sabía que no podía disuadirla, así que ambos se acercaron con cautela a la puerta. Empujaron suavemente, revelando una pequeña sala con una mesa en el centro. Sobre la mesa, una computadora portátil encendida proyectaba un brillo azul en la oscuridad.
“No puede ser tan fácil,” murmuró Adrián, acercándose lentamente. “Esto debe ser una trampa.”
Sin embargo, Alejandra se acercó a la computadora, observando la pantalla. “Hay un archivo abierto,” dijo en voz baja. “Parece un registro de transacciones.”
Adrián miró a su alrededor, buscando cualquier señal de peligro. “Descarga lo que puedas y salgamos de aquí.”
Alejandra rápidamente conectó un dispositivo de almacenamiento y comenzó a copiar los archivos. Mientras lo hacía, notó algo peculiar: las transacciones no solo involucraban a Mendoza, sino también a otras figuras que hasta ahora no habían sospechado.
“Esto es más grande de lo que pensábamos,” dijo, su voz tensa. “Hay nombres aquí que no teníamos en nuestro radar.”
Adrián sintió un escalofrío recorrer su espalda. “Tenemos que salir de aquí, ahora.”
Justo cuando estaba a punto de desconectar el dispositivo, un ruido sordo resonó en la fábrica. Ambos se congelaron, escuchando con atención. El sonido se repetía, cada vez más cerca.
“Alguien viene,” susurró Adrián. “Debemos irnos, rápido.”
Alejandra terminó de descargar los archivos y guardó el dispositivo en su bolso. Se levantaron de inmediato, moviéndose en silencio hacia la salida. Pero justo cuando alcanzaron el pasillo, un grupo de sombras apareció al final del mismo, avanzando hacia ellos.
“¡Corre!” gritó Adrián, empujando a Alejandra hacia una puerta lateral que conducía al exterior. Corrieron con todas sus fuerzas, escuchando los pasos rápidos y pesados de sus perseguidores detrás de ellos.
Salieron al aire libre, la noche aún más fría de lo que recordaban. No se detuvieron, corrieron a través de las calles desiertas, sabiendo que si se detenían, no tendrían una segunda oportunidad.
Finalmente, llegaron a un callejón donde se detuvieron para recuperar el aliento. Alejandra sacó el dispositivo del bolso, temblando, pero no por el frío, sino por la adrenalina.
“Lo conseguimos,” dijo, apenas creyendo sus propias palabras.
Adrián la abrazó, aliviado de que ambos estuvieran a salvo. “Sí, pero ahora empieza lo más difícil. Tenemos que encontrar la forma de utilizar esta información sin que nos descubran.”
Alejandra asintió, sabiendo que la batalla estaba lejos de terminar. Habían conseguido pruebas que podían destruir a Mendoza y a toda su red, pero también sabían que sus enemigos no se quedarían de brazos cruzados. La caza había comenzado, y ellos eran el objetivo principal.