La reunión con Marcos Sarmiento había dejado a Alejandra y Adrián con una mezcla de alivio y ansiedad. Tenían un plan, sí, pero era arriesgado, y sabían que no habría margen para errores. La tarde se les fue en preparar todo lo necesario para el día siguiente, cuando llevarían a cabo la primera fase del plan para exponer a Mendoza.
Al día siguiente, la tensión se podía cortar con un cuchillo. Alejandra y Adrián llegaron temprano al punto de encuentro, un edificio de oficinas en el centro de la ciudad que servía como fachada para operaciones encubiertas. Desde allí, Marcos y su equipo trabajarían para filtrar la información de manera controlada, asegurándose de que el golpe a Mendoza fuera lo suficientemente devastador como para que no tuviera oportunidad de defenderse.
“Todo está en su lugar,” dijo Marcos cuando se reunieron en una sala de conferencias pequeña y segura. “Los medios están listos, y los contactos en la fiscalía están esperando la orden para proceder.”
“¿Y nosotros qué hacemos mientras tanto?” preguntó Adrián, tratando de mantener la calma.
“Ustedes dos se quedan aquí, fuera del radar, hasta que terminemos. Pero estén listos para moverse en cualquier momento. Si algo sale mal, necesitaremos salir rápido.”
Alejandra asintió, sabiendo que cualquier error podría ser fatal. “Confío en que todo salga bien.”
Las horas pasaron lentamente. Alejandra y Adrián se sentaron en la pequeña sala, tratando de no pensar en lo que podría salir mal. Sabían que la única forma de salir vivos de todo esto era confiar en Marcos, pero también sabían que en el mundo en el que se movían, confiar en alguien era un lujo peligroso.
Finalmente, después de lo que pareció una eternidad, Marcos entró en la sala con una expresión grave. “Hemos lanzado la primera parte de la operación. Los medios ya están comenzando a recibir las primeras filtraciones, y las redes sociales están explotando con la noticia. Mendoza está siendo acorralado, pero eso significa que va a volverse más peligroso.”
“¿Qué hacemos ahora?” preguntó Alejandra, sintiendo el peso de la situación.
“Ahora, nos movemos al siguiente paso,” respondió Marcos. “Hemos recibido información de que Mendoza ha ordenado eliminar a cualquier testigo que pueda implicarlo. Eso incluye a ustedes.”
El corazón de Alejandra dio un vuelco. “¿Qué tan cerca están?”
“Lo suficiente como para que no tengamos tiempo que perder,” dijo Marcos. “He preparado un lugar seguro donde podrán esconderse hasta que todo esto termine. Pero necesitamos salir ahora.”
Sin perder tiempo, recogieron sus cosas y siguieron a Marcos fuera del edificio. Se dirigieron a un auto que los esperaba en la entrada trasera, uno de varios vehículos que Marcos había dispuesto para despistar a cualquiera que los estuviera siguiendo.
El trayecto fue tenso. Mientras recorrían las calles de la ciudad, Alejandra no podía evitar mirar por la ventana, esperando ver algún indicio de que los estaban siguiendo. Adrián, por su parte, mantenía la vista fija en el camino, listo para cualquier cosa.
Finalmente, llegaron a un pequeño motel en las afueras de la ciudad, un lugar discreto que apenas se notaba desde la carretera principal. Marcos les entregó las llaves de una habitación en la planta baja.
“Quédense aquí y no salgan por ningún motivo,” les dijo. “Voy a estar en contacto, pero si algo sale mal, tienen que estar listos para correr.”
Alejandra asintió, tomando las llaves. “Gracias, Marcos.”
“Solo asegúrense de que todo esto valga la pena,” dijo Marcos antes de subir nuevamente al auto y alejarse.
Una vez dentro de la habitación, Alejandra y Adrián se dejaron caer en la cama, exhaustos tanto física como emocionalmente. Sabían que estaban en la recta final, pero también que lo peor aún podía estar por venir.
“¿Crees que lo lograremos?” preguntó Alejandra, rompiendo el silencio.
Adrián la miró a los ojos. “Tenemos que hacerlo. No hay otra opción.”
Alejandra asintió, aunque una parte de ella no podía dejar de temer por lo que les esperaba. Sabían que Mendoza no se rendiría sin luchar, y que su red de contactos era extensa y peligrosa.
La noche cayó, y con ella, un silencio pesado llenó la habitación. Afuera, las sombras se alargaban y el viento hacía crujir las ramas de los árboles cercanos. Alejandra y Adrián se quedaron en silencio, escuchando cada pequeño sonido, cada crujido, cada susurro del viento, conscientes de que en cualquier momento, el peligro podía golpearlos sin previo aviso.