Cassie se sentó junto a Alexia y le miró en silencio durante unos cuantos minutos una vez el príncipe Jerome hubo abandonado la habitación.
—¿Qué? —preguntó la princesa algo molesta.
La joven odiaba cuando Cassandra la miraba en silencio con actitud desaprovadora.
—Ya lo sabéis.
—Si tienes algo que decir dilo —insistió esta levantándose de la cama.
—Sabéis a la perfección lo que opino.
—No, no lo sé. Y deja de hablarme así —se quejó con excesivos aspamientos.
La protegida del rey odiaba que le hablasen de esa forma tan formal. Sabía que era algo que se hacía por obligación. Era el trato que se daba a las personas de rango superior o del mismo rango cuando no había confianza, pero ella no lo soportaba. Solo lo utilizaba para molestar a Jerome o a Adam.
—Ya sabéis que me siento más cómoda guardando los formalismos —respondió esta.
La joven sirvienta quería a Lexi como a una hermana, pero estaba acostumbrada a dar ese trato a todos los miembros de la realeza y de la nobleza. Además, sabía que si alguien le escuchaba hablando a la princesa como a una igual, se lo contarían al rey y él la castigaría.
—Como quieras —dijo Alexia dándose por vencida.
—Respecto al príncipe...
—No. Respecto a Jer nada. No hay nada —interrumpió la protegida del rey intentando convencerse más a sí misma que a su amiga.
—Como digáis, pero tenéis que recordar que vuestro padre le casará con alguna princesa cuyo reino sea atractivo para una alianza —dijo Cassandra mientras se levantaba y posaba su brazo en el de su amiga.
—Lo sé.
Su voz sonaba resignada. Alexia vivía con el constante miedo de que Lucas la prometiese con cualquier rey, príncipe o noble, pero también le aterraba que casase a Jerome. Sabía que no podía sentir nada por él. Y no solo porque los hubiesen criado como a hermanos, sino porque en un futuro, cuando la guerra estallase, serían enemigos. Porque llegaría un día en el que tendría que elegir si la vida del joven príncipe o la de los suyos. Porque llegaría el momento en el que el pasado no importase y ya no podría volver a verlo como a Jer, sino como al heredero del reino que más cruel y despiadado había sido con los de su raza.
Cerró los ojos de forma lenta y suspiró. No quería pensar en eso. No podía ver a Jerome como a su enemigo. A veces confiaba en que no hubiese un "él o yo" sino un "nosotros". Que el príncipe se uniese a ellos en su causa. Que no hubiese guerra alguna, pero sabía que eso era imposible.
—¿Estáis bien?
La voz de Cassandra la sacó de sus pensamientos.
Alexia asintió con la cabeza para no preocupar a su amiga y volvió a sentarse en la cama. Le dolía el tobillo. Con todo lo que había ocurrido había olvidado de echarle un vistazo. Se levantó parte del vestido y llevó su mano al tobillo. Estaba algo hinchado, pero no parecía nada grave.
—¿Qué os ha ocurrido? —preguntó Cassandra alarmada mientras se ponía de rodillas en el suelo y sujetaba con firmeza el tobillo de la joven.
—¡Ay! —se quejó esta por la fuerza de su amiga—. No es nada, he tropezado en el bosque.
Cassie no pudo evitar enviarle una mirada desaprovadora, pero enseguida ambas comenzaron a reír. La joven sirvienta no estaba de acuerdo con las escapadas de la princesa, pero la conocía lo suficiente como para saber que nadie conseguiría frenar su libertad.
—Dejad que vaya a por unos vendajes para curar vuestro tobillo —Hizo una pausa y miró los ropajes algo enmarañados y llenos de barro de su amiga—. ¡Y ya veréis cuando Margarita vea lo que le habéis hecho al vestido!
Cassandra trató de decir eso último con tono serio, pero le fue imposible. A las dos jóvenes les encantaba ver como Margarita se desquiciaba.
—Y no os mováis ni un milímetro mientras os traigo los vendajes —advirtió la sirvienta.
—Trae chocolate —pidió mientras la joven se marchaba.
En apenas unos minutos Cassandra volvió a la habitación con unos cuantos vendajes y un pañuelo que envolvía un par de onzas de chocolate negro.
Alexia cogió un pedazo de chocolate y ofreció el otro a la chica, quien negó con la cabeza.
—Te encanta el chocolate —dijo la princesa llevándose un trozo a la boca.
Era cierto, la joven sirvienta adoraba el chocolate. No lo había probado demasiadas veces, pero recordaba el sabor a la perfección. Sin embargo, no era un manjar demasiado habitual, ni nada barato. Y no era algo apropiado que ella lo comiese, así que volvió a negar con la cabeza.
—Está bien, entonces os ordenó que comáis chocolate junto a mí —ordenó Alexia con esos formalismos que tanto le gustaban a su amiga.
Cassie sonrió y cogió un pedazo de forma tímida. El chocolate se derritió al instante en su boca. La sintonía entre el dulzor y el amargor era perfecta. Cerró los ojos un instante para disfrutarlo.