Alexia se revolvía en su cama intranquila. Sentía un hormigueo que recorría todo su cuerpo en busca de un punto de escape. Sabía lo que eso significaba y no tenía demasiado tiempo. Su tobillo no había sanado del todo, pero poco le importaba a la princesa. Las ganas de dejar fluir toda esa energía tomaban el completo control de su cuerpo.
Se levantó de un salto y se colocó un vestido rojo de caída lisa y tirantes gruesos. No era lo más apropiado para lo que iba a hacer, pero algo más cómodo hubiese levantado sospechas. Además, tampoco era que el armario de la joven rebosase de ropajes sencillos hechos para salir a cabalgar o correr por la espesura del bosque.
Caminó varios pisos escaleras abajo en busca de Cassandra. Conociéndola ya estaría en la cocina preparando el desayuno.
Como de costumbre, no se equivocó en relación a su amiga.
Cassie llevaba un sencillo vestido marrón y llevaba el pelo recogido con un pañuelo blanco.
—¿Qué hacéis ya levantada? —preguntó Cassandra algo confusa—. ¿Y no os dije que no hicieseis esfuerzos? —la regañó señalando el tobillo.
Alexia llamó de forma incesante a su amiga hasta que esta dejó de amasar el pan y se acercó a ella.
—¿Qué ocurre?
—Necesito que me cubras —pidió la princesa.
—No, más escapadas no. Debéis reposar.
—Es importante.
Cassie siguió sin ceder ni un centímetro en su posición. El tobillo de Alexia no había sanado del todo, por lo que era muy peligroso dejarla corretear por el bosque sola.
—Es muy fácil. Vas a la habitación de Alejo y le dices que Jerome y yo tenemos que hacer algo, lo que sea, y que te he pedido que nos cubra.
—¿Qué? ¡No! —exclamó sonrojada.
—Así puedes estar un rato con él a solas —dijo la protegida del rey guiñándole un ojo.
Esas palabras provocaron que las mejillas de Cassandra comenzasen a arder.
—¿Y el príncipe?
Alexia sonrió de oreja a oreja al ver que su amiga comenzaba a pensarse su proposición.
—Durmiendo.
Cassandra hizo una mueca poco convencida.
—Llegaré antes de que se despierte —aseguró poniendo cara de niña pequeña.
La sirvienta resopló.
—Está bien —Hizo una pausa—, pero si a la hora del desayuno no estáis de nuevo aquí iré en busca del príncipe —advirtió.
Lexi besó con fuerza la mejilla, aún caliente, de su amiga.
—Prometido.
Dicho esto salió a paso tranquilo de Palacio y se adentró en el bosque en dirección a Monmouth.
Tras varios minutos caminando llegó a la entrada del poblado. Parecía desierto. Era normal debidas las horas, pero se trataba del mejor momento que la joven había encontrado para escaparse y no ser descubierta.
Caminó entre las pequeñas casitas de madera hasta la fuente de piedra en la que se podía ver la figura de mármol de una hermosa mujer desnuda , con cabellos hasta los tobillos, en el centro.
En ese instante una mano se posó sobre su hombro sobresaltándola. Se giró y miró algo molesta al joven de ojos azules grisáceos que la contemplaba divertido.
—No tiene gracia —se quejó ella y él se encogió de hombros.
—Yo también me alegro de verte —contestó Adam con una burlona sonrisa y ella lo abrazó con fuerza pillándolo desprevenido.
—¿Y mi hermana? —preguntó tomando un poco de distancia.
—Salió anoche en una partida.
—Oh, quería entrenar un poco —lamentó ella apretando el puño y soltándolo unas cuantas veces.
—Puedes hacerlo conmigo —se ofreció él.
Alexia lo miró de forma detenida durante un tiempo hasta que alguien impactó contra ella y provocó que casi cayesen.
La princesa miró con cariño a la pequeña de unos nueve años con cabellos castaños claros, algo enmarañados, que la abrazaba con fuerza.
—¡Qué guapa estás! —exclamó la pequeña de ojos azules como el cielo de un día despejado.
Alexia miró a Cristina con ternura. Sin duda, esa pequeña era su mayor debilidad. A la protegida del rey le apenaba que Cristina hubiese tenido que dejar de ser una niña tan pronto por culpa de las barbaries de Lucas. No quería ni imaginarse lo que tenía que haber sido para la chica haber visto morir, de forma tan horrible, a su padre y su madre.
La abrazó con fuerza. Por suerte, ahora estaba a salvo. Tenía a su hermano, Aaron, y a Adam, Anya y a ella misma para cuidar de ella.
—¿A qué sí, Adam?, ¿a qué está preciosa? —insistió la niña con una inocente sonrisa mientras miraba al joven.
Adam carraspeó de forma entrecortada y trató de esconder su leve sonrojo, pero Alexia no iba a dejar pasar la oportunidad.
—¿Y bien, Adam? —preguntó divertida.