La reina de Olaf examinaba al milímetro a Alexia, no muy segura de si su atrevido vestido le maravillaba o le disgustaba profundamente. Ella era un mujer de armas tomar y le gustaba que la joven fuese capaz de tomar sus decisiones y hacerse respetar en ese mundo de hombres, pero temía que tuviese demasiado carácter como para saber manejarla. No quería a una mujer que manipulase a su hijo, sino un mero complemento en su reino. O sea, alguien que no se pareciese en nada a ella. La regente sabía que ese era un pensamiento horrible, pero debía buscar el bienestar de su hijo y el futuro de su reino.
—Escarlata, espero que el viaje os haya sido ameno —comentó Lucas rompiendo el hielo.
Esta le dedicó una pequeña sonrisa a modo de afirmación.
—Lucas —dijo el primer hombre.
—León —respondió este.
Aunque en un principio el saludo podía haber parecido frío y seco, por la cara de los dos se podía ver que se guardaban un gran aprecio y respeto.
—Máximo, ¿por qué no dais un paseo con la princesa?
León pronunció la frase a modo de pregunta, pero era evidente que se trataba de una orden.
El príncipe le dedicó una forzada sonrisa y ofreció su brazo a Alexia, quien no dudó ni un segundo en entrelazar el suyo con Jerome e invitarlo a acompañarlos.
Estaba claro que ese desplante había molestado a Lucas, León y Escarlata, pero a Máximo, en cambio, pareció darle igual.
Los tres comenzaron a caminar por los jardines de palacio.
—Parece ser que nos vamos a casar —afirmó Alexia.
La frase pilló por sorpresa a Jerome. Él creía que esta iba a tratar de deshacerse del compromiso, no que iba a entablar relación con su prometido.
—Eso parece —respondió Máximo de forma educada.
—En ese caso, pongamos las cartas sobre la mesa —Hizo una pausa—. Sois el legítimo heredero al trono de Olaf. No me malinterpretéis, vuestra madre ha hecho un buen trabajo, pero tenéis edad de gobernar. No voy a irme de casa para seguir siendo princesa en otro reino —Le dedicó una sonrisa—. ¿Entendéis?
Jerome se esforzó por aguantarse la risa, aunque sabía que la apuesta de Alexia era arriesgada. Si el príncipe contaba lo sucedido a su madre, esta se ofendería y rompería todo tipo de alianza posible con Camelot, algo que Lucas no se tomaría nada bien.
—Me asombra vuestra franqueza —se limitó a responder él.
La princesa frenó su paso algo contrariada. No era la respuesta que hubiese esperado. Se suponía que él debía molestarse, romper su compromiso con ella y, de paso, toda posible alianza con Camelot. ¿Qué le ocurría a ese muchacho?
Miró a Jerome en busca de que este le echase una mano.
—Oh, ya os acostumbraréis. Lexi es diferente a cualquier dama que hayáis conocido —comentó Jer.
Alexia miró a Jerome sin saber muy bien cómo tomarse ese comentario. ¿Era un cumplido o un insulto?
—Ya lo veo —respondió Máximo mirando el ajustado y atrevido vestido de la chica.
Alexia se llevó la mano al pecho algo incómoda.
—No me malinterpretéis. Yo admiro que en combate sea mejor que muchos que mis hombres, pero sé que hay a quien no le haría demasiada gracia esa cualidad en su prometida —insistió él.
La princesa le dedicó una gran sonrisa. Era cierto que a las mujeres no se les permitía el manejo de la espada o el arco, pero a ella siempre le había llamado la atención y, a disgusto de Lucas, se había entrenado con Jerome desde niña y era realmente buena en el manejo de las armas.
Máximo la miró con un destello de asombro.
—Me parece una cualidad más que cautivadora —respondió.
—¿Pero a vos que os pasa?, ¿todo os parece bien? ¿Es que acaso no tenéis sangre en las venas? —explotó la princesa.
—¡Lexi! —llamó su atención en príncipe de Camelot.
Jerome no podía dejar que la chica perdiese los papeles.
—¿Qué es lo que queréis que os diga? —preguntó el chico de manera educada.
—¿Por qué esa insistencia en casaros conmigo? No me creo que todo lo que os he dicho os parezca bien.
—Es cierto —reconoció—, pero es lo que se espera de mí —explicó—. Si no queréis casaros conmigo, ¿por qué no se lo decís a vuestro padre?
Alexia lo miraba incrédula. Sentía unas ganas irrefrenables de darle un bofetón. No soportaba esa calma y que le expusiese las cosas como si no se le hubiesen ocurrido ya.
—Porque no le importa con quién quiero casarme yo.
—¡Lexi! —volvió a regañarla Jerome.
Lucas podría no ser perfecto, pero era su padre, su familia y no podían dar la impresión de no estar unidos frente a un integrante de la realeza de otro reino.
—¿Qué? Es la verdad. A nadie le importa qué es lo que yo quiero. Solo los hombres tenéis derecho a opinar y a sentir, nosotras debemos asentir porque todo nos parece bien —dijo apenada—. Pero, ¿sabéis qué? ¡No es cierto! Que sonriamos no significa que las cosas nos duelan menos, solo es que debemos de ser educadas. Que estemos en silencio no significa que no tengamos opiniones sobre nada, solo que no se nos deja participar en la conversación...