Alexia logró escaparse del brazo de Jerome y avanzar hasta la niña.
—Suelta el cuchillo —le pidió de forma dulce, mientras retiraba un rizo de la cara de la chica.
Jerome caminó hasta ellas y agarró a Lexi del brazo para apartarla. La intención del joven era ponerla a salvo, pero la pequeña se tomó esa acción como un afrenta. Así que clavó el cuchillo en el cuello del guardia y lo movió hasta colocarlo en el cuello del príncipe.
—¡No! —chilló Alexia desesperada ante una confusa Cristina.
—¡Iros! —ordenó Jer a Alexia y Cassantra, tratando de nuevo de que estas estuviese a salvo.
Alexia miraba la escena sin saber muy bien cómo actuar para salvarlos a ambos.
Se acercó a Cristina y se arrodilló junto a ella.
—Baja el cuchillo, por favor —le suplicó.
—No entiendo —dijo la pequeña.
Ella siempre escuchaba lo malo que era el príncipe y su padre. ¿Por qué Lexi lo defendía?
Entonces Lexi se levanto, se sacudió el vestido para quitarse el heno y ofreció su mano a la pequeña.
—Ven conmigo —le ofreció.
Cristina dudó unos instantes.
—Vamos a buscarte uno zapatos —insistió.
La niña miró su pie descalzo y se dio por vencida. El cuchilló cayó al suelo y Jerome desenvainó su arma en dirección a Cristina.
Alexia se colocó entre ambos.
—Jer, es una niña —suplicó mientras oía como varios guardias se acercaban.
—Ha matado a tres guardias.
—Es una niña. Estaba asustada.
—Es una hechicera.
Esas palabras fueron como una patada en el estómago de la joven. Ella también lo era. ¿También la apresaría a ella cuando lo descubriese?
—Jer, por favor —suplicó.
Jerome no entendía por qué tanta insistencia, pero la angustiada cara de Lexi hacía que no pudiese negarle nada.
—No puedo dejarlo pasar —respondió tratando de convencerse más a si mismo que a ella.
No podía seguir consintiéndole todo. Debía entender que la vida no era así.
Alexia no podía creer lo que estaba escuchando. ¿No la iba a ayudar?, ¿tanto odio sentía por los de su clase?
—Pensé que...
No pudo terminar la frase, la voz entrecortada de la joven doblegó la voluntad del heredero al trono de Camelot.
—Escondeos —dijo resignado.
Alexia cogió en brazos a la cansada pequeña, y se escondieron, junto a Cassandra, acurrucadas entre los caballos.
En unos minutos varios soldados llegaron al lugar alertados por los gritos y al ver el cadáver todos alzaron sus espadas alertas.
—Señor, ¿está bien? —preguntó el que estaba al mando.
—Sí, he llegado tarde. Creo que se ha ido por allí —mintió mientras salía por otra puerta con el ejercito tras él.
Las tres chicas aguantaron unos minutos más en silencio por si acaso aparecían más, pero pasado un rato decidieron que era el momento de moverse.
—Cristina, ¿qué haces aquí? —preguntó Alexia con evidente preocupación.
—¿Cómo?, ¿la conocéis? —preguntó asombrada Cassie.
—Cassie, no es el momento. Tengo que llevármela de aquí.
Cassandra estaba algo molesta con su amiga, pero sabía que no era el momento de comenzar una discusión.
—Salir de palacio ahora mismo será imposible —respondió la sirviente mientras la niña jugaba con uno de sus rizos manchado con sangre.
—Cassie, tengo que ponerla a salvo.
—No hay forma humana de que la niña salga de palacio —insistió Cassie.
De pronto Alexia sonrió. Su amiga, sin haberlo querido, había dado con la solución.
Se llevó la mano al cuello y desabrochó una cadenita de plata que llevaba desde niña. De ella colgaba un anillo de plata con forma de dragón, que tenía un pequeño diamante azulado como ojo.
Cassandra la miró confusa. No tenía muy claro si quería saber qué estaba tramando su amiga.
Alexia abrió la palma de la mano de su sirvienta, colocó en anillo en ella y la cerró con fuerza.
—Quiero que vayas al pueblo. Al puesto ese de las especias. Y le das eso a la señora de mi parte. Quiero que le cuentes lo sucedido y que le des el anillo. ¿Entendido?
Cassie la miró como si hubiese enloquecido por completo. ¿Quería que le diese a una comerciante ese anillo? ¡Era un joya de lo más valiosa! ¿Por qué dársela a esa mujer?, Además, ¿qué iba a hacer ella?
—Cassie, no hay tiempo. ¿Me has entendido?
La chica no estaba del todo de acuerdo con el plan, pero era su deber hacerle caso, así que no lo dudó. Agarró el anillo y caminó hacia ese puesto con tranquilidad. Como si no llevase una joya que valía más que su vida y como si no estuviese guardando un secreto por el que la colgarían.
—¿He hecho algo malo?, ¿estás enfadada conmigo?—dijo la niña bostezando.
Alexia acarició de forma tierna la mejilla de la niña.
—No, cariño. Todo está bien, pero ahora tienes que estar muy en silencio, ¿vale?
La niña sonrió al escuchar la respuesta y asintió con la cabeza.
Con todo el ajetreo y Jerome desviando a la guardia real no fue demasiado difícil llegar hasta los aposentos de Alexia. Todos buscaban a alguien que trataba de huir de palacio. No a alguien que se seguía adentrando y menos de la mano de la propia realeza.
Una vez dentro Lexi pidió a la niña que le esperase dentro sin hacer ruido y sin abrir la puerta a nadie. Sabía que allí estaría a salvo mientras ella iba en busca de ropa y zapatos para que la pequeña se cambiase.
La joven princesa solía dar ropa y calzado a los niños del pueblo, por lo que las costureras no se extrañaron cuando la chica les pidió si tenían algo que pudiese llevar y le entregaron un par de conjuntos y zapatos.
Lo que Lexi no sabía era que habían alguien que no le quitaba los ojos de encima y que no iba a dejar que se saliese con la suya.
—Sé que está en tu habitación.