—¿Cristina?
El grito desgarrador de Aaron se escuchó en todo Monmouth. Anya y Adam acudieron en su auxilio alarmados.
—Cristina, no tiene gracia. En serio, sal de donde estés. No estoy jugando —insitió el chico esperando que de un momento a otro la niña apareciese detrás de alguno de los árboles.
Se notaba que Aaron estaba desesperado por encontrarla. Conocía a su hermana y era demasiado impulsiva.
—Tranquilo, vamos a organizar una partida. La encontraremos, ¿vale? —dijo Anya mientras colocaba su mano en el hombro del joven.
—Si Lucas la ha atrapado.... —no pudo terminar la frase.
Aaron siempre trataba de mostrarse frío, pero su Cristina era su punto débil.
—No pienses en eso. Seguro que está en el bosque jugando —se apresuró a decir Adam, aunque no estaba del todo seguro de ello.
El corazón de Aaron estaba a punto de darle un vuelco. No podía perder a la pequeña. No podía permitir que nada malo le pasase. Era su responsabilidad. Así había sido desde que el tirano había asesinado a sus padres frente a ellos.
—Voy a llamar a los rastreadores y voy a preparar algún hechizo para ver si la localizo —dijo Anya visiblemente tensa.
Cristina era una luz para todos los habitantes de Monmouth.
—No hay tiempo para esperar a ese hechizo —respondió Aaron.
En otras circunstancias Anya se habría ofendido por esas palabras, pero entendía la preocupación de Aaron al no saber dónde podría estar su hermanita pequeña. Era más o menos la que ella sentía todos los días con Lexi.
De pronto, una señora de mediana edad, con el pelo canoso y largo trenzado, llegó hasta ellos corriendo como alma que lleva el diablo. Le faltaba el aliento.
—Lucrecia, ¿qué ocurre? —preguntó Anya alerta.
No eran días buenos para la gente de su clase. Por eso Lucrecia siempre estaba cerca de Palacio con su puesto de especias para así poder escuchar los cotilleos del pueblo y rescatar todo tipo de información viable. Además de echar un ojo a Alexia.
—La pequeña Cristina está en Palacio.
—¿Qué? —preguntaron los tres al unísono.
—Sí, está a salvo con la jovencita Alexia, pero no sé cuánto tiempo más logrará esconderla. No es un sitio seguro para ninguna de las dos.
—¿Cómo lo sabes? —preguntó Aaron.
Debía asegurarse de que la información era cierta antes de actuar. Quería correr a salvar a su hermana, pero debía pensar fríamente y no precipitarse.
—Me lo dijo una de las sirvientas —respondió la mujer de piel tostada y algo marcada por el paso de los años.
—¿Cómo sabes que es fiable lo que te ha dicho y no se trata de una trampa?
La voz de Anya sonaba tensa. Entrar en Palacio iba a ser complicado y si entraban en Palacio siendo una trampa podrían poner en riesgo a Alexia. Y eso era algo que nunca permitiría.
Lucrecia abrió su mano y mostró la joya que la joven sirvienta le había dado para verificar el valor de sus palabras.
Anya la cogió inmediatamente y la examinó al milímetro. Sin duda era el anillo de su hermana. Ella tenía uno igual. Su padre los había mandado forjar en el nacimiento de ambas. Era una joya que simbolizaba el poder de la familia. Su padre había sido un señor de dragones. Un hechicero realmente poderoso capaz de comunicarse con esos seres tan extraordinarios. Aún seguía sin entender cómo Lucas había conseguido asesinarlo a él y a su madre. No tenía ningún sentido. Seguro que no había sido nada honorable. Un cobarde como él jamás hubiese podido derrotar a sus padres sin malas artes.
—Es cierto —verificó ella—. Voy a por ella.
—No, es mi hermana, yo voy.
Anya y Aaron comenzaron a discutir sobre quién era el más indicado para ir en el rescate sin que ninguno de los dos se pusiese de acuerdo.
—¡Basta! Seré yo quien vaya —sentenció Adam.
Sus palabras eran autoritarias y no daban opción a réplica, pero Anya no era de esas personas que se callaba las cosas, así que Adam tuvo que explicar por qué iría él.
—Te pareces demasiado a tu hermana. Alguien podría atar lazos y la pondrías en peligro —Después se giró hacia Aaron—. Y tú, tú eres demasiado tú. Necesitamos un rescate limpio y rápido.
Ambos hicieron una mueca, pero parecieron aceptar las palabras del hechicero.
—Está bien, toma esto —dijo Anya ofreciéndole un saquito con unos polvos blancos en su interior.
Adam aceptó el objeto, lo ató en su cinturón, agarró con firmeza su espada y comenzó a andar a toda prisa hacia Palacio para rescatar a Cristina.
No tardó demasiado tiempo en llegar hasta las murallas que rodeaban el palacio. Una vez allí la cosa comenzaba a complicarse, pero se conocía todos los pasadizos y caminos para llegar hasta el interior sin ser visto.
Caminó sigiloso hasta adentrarse en el recinto. Una vez dentro, bajó la cabeza y caminó con prisa, pero sin demasiada para no llamar la atención del resto, hasta la alcoba de Lexi. Esperaba no llegar tarde.
Abrió la puerta y se encontró una escena que no esperaba y que lo destrozó por dentro, pero no era momento de pensar en sentimientos. Lexi estaba recostada sobre el príncipe de Camelot, quien la abrazaba en actitud cariñosa. Nada más verlo, Alexia tomó distancia de Jer y este se levantó en guardia y alzó su espada.
Adam hizo lo mismo y lo miró desafiante.
La protegida del rey los miró a ambos con nerviosismo. Jer tenía los ojos claros y el pelo rubio; y Adam tenía los ojos grisáceos y el cabello oscuro. A simple vista nadie diría que eran medio hermanos y, sin embargo, Lexi les encontraba tantas similitudes...
Y, entonces, Cristina se levantó y corrió hasta Adam para abrazarlo.