Unas figuras casi translúcidas de aspecto esquelético, cubiertas por una desgastada capa negra, comenzaron a rondar alrededor de la aldea mientras soltaban un irritable sonido agudo, continuado y desagradable.
Lomin dio una rápida mirada a su alrededor para asegurarse de que todos los aldeanos se hayan refugiado sin embargo, uno de ellos se encontraba esparcido en el suelo, en la desesperación, la muchedumbre se abalanzaron en su dirección haciendo que cayera al suelo y una de sus piernas resultara herida.
Uno de los Eurynomos llevó la mirada hacia el hombre y antes de dirigirse hacia el, soltó el tan irritante chillido y Lomin, corrió con la mayor velocidad posible hasta el aldeano. Con el escudo, se resguardó debajo de el junto con el hombre, antes de que el Eurynomos lograra alcanzarlo.
Lomin llevó la mirada hacia los demonios que revoloteaban alrededor de la aldea en la búsqueda de sangre humana, debía hallar una rápida forma de acabar con ellos antes de que atacaran a los aldeanos.
—¿Puede caminar?— interrogó Lomin al hombre que aún se encontraba en el suelo.
—Puedo hacerlo— respondió el aldeano.
Y sin apartar la mirada de los demonios, Lomin retomó la postura.
—En cuanto de la orden, se levantara y correrá rápidamente hacia una de las casonas. Voy a protegerlo en el camino, pero debe ser rápido, ¿entendido?
—Entendido, señorita Galanis.
Lomin se posicionó para la pronta carrera y en cuanto el Eurynomos cercano a ellos se alejó, dio la orden.
—¡Ahora!
El hombre rápidamente retomó su postura y corrió en dirección a la casona más cercana, mientras Lomin protegía el paso con el escudo.
Ambos se adentraron en el interior de la vivienda y se refugiaron momentáneamente.
—Me ha salvado la vida, le estaré eternamente agradecido, señorita Galanis— agradeció el hombre.
—Solo asegúrese de mantenerse con vida— respondió Lomin quien vigilaba los alrededores a través de la larga tela que funcionaba como una precaria puerta.
Los truenos resonaban por toda la aldea con gran impacto.
—¿No pensaron en invocar al dios de los infiernos para que regresen al inframundo?— interrogo Lomin en referencia a los demonios.
Una mujer de mediana edad se acercó hasta Lomin.
—Lo hemos intentado, pero que, en su lugar, debíamos llevarle una ofrenda una vez al mes.
Lomin se giró hacia la mujer.
—Es algo que un dios pediría, entonces, ¿por qué no lo han hecho?
—Porque pidió una vida a cambio, una vida para poder alimentarlos, porque de lo contrario buscarían alimento en la tierra— el rostro de la mujer lucia completamente afligido— ¿Cómo podríamos ser capaces de cumplir con tal ofrenda?
Lomin soltó una suspiro de frustración, es que no podía esperar menos de un dios y eso solo incrementaba su pensamiento acerca de que los dioses eran igual a los humanos o incluso peores.
—Tiene sentido— respondió con molestia— ¿Nunca ingresaron a sus viviendas?
—El color rojo, por alguna razón, los aleja, es por eso que todos cubrimos las entradas con tela roja, sin embargo, no podemos hacer lo mismo con nuestras vestimentas debido a nuestra clase— la mujer inclinó la mirada— Solo podemos llevar estas desgastadas telas— se lamentó.
Lomin tomó una de las manos de la mujer.
—Prometo que pronto las cosas serán diferentes, no solo para ustedes, sino también para el reino en su totalidad, no habrá colores que nos dividan o incluso criaturas impuestas por los dioses. Es nuestro reino, el cual construimos con gran esfuerzo y no voy a permitir que sigan viviendo de esta manera tan desafortunada.
La mujer elevó la mirada hacia Lomin.
—Deseamos su pronta coronación y la del señor Adio, tanto como usted la desea— la mujer apoyo su mano restante por encima de la de Lomin— Confiamos en usted, señorita Galanis.
—Prometo que hablaré con Hades, pero hay un lugar al que debo ir y no puedo quedarme por más tiempo.
Lomin llevo la mirada hacia los aldeanos presentes.
—¿Estarán bien en mi ausencia?
La mujer soltó la mano de Lomin y avanzo hacia un cofre de madera del cual tomó una tela en color rojo que, al extenderla, se convirtió en una capa para seguidamente caminar hacia Lomin y colocarla a su alrededor cubriéndola por completo.
—No debe preocuparse por nosotros, confiamos en su palabra, siga su camino, nosotros estaremos a salvo, pero por favor, no nos olvide— pidió casi en un ruego.
Lomin llevó de regreso la mirada hacia cada uno de los presentes y la misma expresión de aflicción, invadió sus rostros.
—Prometo que regresaré, pero a cambio deben prometerme que estarán a salvo hasta entonces.
Inmediatamente, el rostro de los aldeanos se iluminó ante la respuesta.
—Lo estaremos.
Lomin asintió y dio una última mirada hacia el exterior ante de continuar con su camino.
—Prometo que tendrán noticias del reino muy pronto.
Los aldeanos inclinaron sus cabezas en señal de despido y Lomin rápidamente partió hacia el exterior de la casona.
Con pasos ralentizados, caminó entre los estruendos y los chirridos de los demonios, hasta cruzar mirada a mitad de camino con la pequeña Aine en donde se detuvo momentáneamente.
Lomin realizo una pequeña reverencia hacia la pequeña, como una promesa de que regresaría a la ciudad para seguidamente continuar su recorrido mientras se alejaba de la vista de los aldeanos de Nakhon.
Un bosquejo comenzaba a visualizarse a la distancia y antes de que adentrarse en el, Lomin dio una última mirada hacia los habitantes de Nakhon y la gran invasión de Eurynomos que los rodeaba, sin embargo, no había nada que pudiera hacer por si misma.
Regresó la mirada hacia el bosquejo que tenía por delante y sin dudarlo, se adentró en el.
Lomin corrió hacia atrás la capucha de la capa que cubría su rostro, se encontraba fuera del alcance de los Eurynomos y continuó su camino a través del bosquejo, debía encontrar la cueva de las tres hermanas de quienes había oído hablar en su adolescencia, dado que era una historia popular entre los aldeanos para asustar a los más pequeños cuando no obedecían la orden de sus padres.