El tiempo en Kimin avanzaba, y la paz gradualmente volvió a reinar en el reino. La muerte de Neul, aunque sin una investigación formal, se había aceptado siguiendo las leyes del reino. Con Neul fuera del camino, la estabilidad regresaba a Kimin.
La gente de Kimin miraba con esperanza hacia adelante, sabiendo que habían superado tiempos oscuros y tenían ahora un líder en quien confiar. Las heridas causadas por el reinado de Neul comenzaban a sanar, y la justicia prevalecería bajo el reinado de Adio.
La justicia finalmente alcanzó a Lekkas y al doctor Leif por sus roles en la masacre en Dogok y el falso diagnóstico de Adio. Sus acciones despiadadas y su participación en esos terribles crímenes no pasaron desapercibidas, y finalmente enfrentaron el castigo que merecían.
La condena de Lekkas y el doctor Leif no solo sirvió como un acto de justicia para las víctimas y sus familias, sino que también envió un mensaje claro de que tales acciones no serían toleradas en Kimin. Este acto de justicia contribuyó a la estabilidad y al retorno de la confianza en el sistema legal del reino.
Un memorial a nombre de Ajax fue creado en el Palacio bajo las órdenes de Adio quien le brindo paz y justicia a la pequeña Aine y su madre.
Con la restauración de la justicia y el orden, Kimin pudo finalmente sanar y mirar hacia un futuro más prometedor bajo el liderazgo de Adio y con la valentía y la determinación de Lomin, Bin y Mazin, quienes continuaron forjando su propio destino en un reino que finalmente volvió a florecer.
En una ceremonia solemne y llena de esperanza, Adio, el valiente padre de Lomin, fue coronado como el nuevo rey de Kimin. La corona descansaba sobre su cabeza con la responsabilidad de guiar al reino hacia un futuro más justo y próspero.
El salón del palacio estaba impregnado de una atmósfera festiva mientras los cortesanos se congregaban para felicitar a Adio por su coronación. La música suave y las risas llenaban el aire, pero Lomin no podía evitar sentir una tensión creciente en su pecho mientras observaba la entrada principal.
De repente, un murmullo emocionado recorrió la sala y Lomin vio hacer su entrada a alguien a quien jamás creía conocer. Era imposible ignorar la figura imponente del hombre, con su armadura brillante y su mirada segura. Pero para Lomin, su presencia estaba cargada de significado.
Adio, se adelantó para dar la bienvenida a Perseo, quien venía a felicitarlo por su coronación. La multitud aplaudió y vitoreó, pero Lomin se quedó en su lugar, sintiendo una mezcla de emociones tumultuosas. No podía olvidar el pasado.
Finalmente, Perseo se acercó a Lomin, extendiendo su mano en un gesto de cortesía, sin embargo, ella no correspondió su saludo.
—Me complace verte aquí en este día tan importante para tu padre y tu reino— Perseo dirigió su mirada hacia Adio— Rey Galanis, lo felicito por su coronación y deseo que su reinado sea próspero y sabio.
—¡¿Cómo te atreves siquiera aparecer ante mis ojos?!— reclama Lomin con furor.
Las palabras salieron de los labios de Lomin con una mezcla de resentimiento y tristeza.
—¡Lomin!— regañó Adio— No es el momento.
Perseo observa a Lomin con seriedad.
—Lomin, entiendo que tengas resentimientos, pero mis acciones en el pasado fueron inevitables. Yo...
—Inevitables o no, no puedo olvidar lo que hiciste, no eres diferente al Dios del Mar.— irrumpe Lomin— No mereces estar aquí.
La complicada relación entre Lomin y Perseo seguía presente, aunque fuera unilateral, incluso en un evento tan solemne como la coronación de un nuevo rey, por lo que Perseo sabía que lo mejor era retirarse del Palacio.
Un inesperado estruendo sacude la sala, haciendo eco en las paredes ornamentadas y en el silencio sorprendido de la multitud. Todos los ojos se volvieron hacia la entrada del gran salón, donde una figura majestuosa se abría paso con furia desenfrenada. Era Atenea, la diosa de la sabiduría y la estrategia, conocida por su imponente presencia y su capacidad para desatar la tormenta con solo un gesto.
Su mirada fulminante recorrió la sala, y sus pasos resonaron como verdaderos mientras avanzaba hacia el centro, ignorando cualquier intento de detenerla. Los nobles y los dignatarios presentes se inclinaron en señal de respeto, pero no había duda de que Atenea estaba furiosa.
Vestida con su armadura divina y sosteniendo un escudo y una lanza, Atenea avanzó con pasos decididos hacia el centro del salón. Su mirada fulgurante y sus ojos centelleantes irradiaban una poderosa aura divina que envolvió a todos los presentes.
Atenea avanzó sin ser detenida. Su mirada se posó en Lomin, quien se encontraba en el centro del salón, rodeado por los nobles y miembros de la Asamblea Real. Lomin, que se había enfrentado a Neul y había tomado la vida del príncipe en defensa propia, sabía que esto no pasaría desapercibido por los dioses, sobre todo por Atenea.
—Claramente te advertí que no tentaras la paciencia de los dioses— le recordó Atenea con sus ojos llenos de furia.
La multitud quedó en silencio, incapaz de comprender completamente la aparición de una de las principales diosas del panteón griego en ese momento crucial.
La tensión en el salón era palpable mientras la diosa de la sabiduría y la guerra se enfrentaba a Lomin.
Adio, recién coronado como rey de Kimin, se interpuso entre Atenea y Lomin. Levantó las manos en un gesto de súplica, tratando de apaciguar la ira divina que emanaba de la diosa. Su voz tembló mientras intentaba encontrar las palabras adecuadas para apaciguar la situación.
—Diosa Atenea, te ruego que considera la paz en Kimin y las vidas de los inocentes. No deseamos una guerra divina en nuestro reino.
Atenea detuvo su avance, mirando a Adio con una mirada intensa. Su rostro divino seguía reflejando su descontento, pero al menos había pausado su enérgica entrada en la sala en cuanto observo a los inocentes.