Ámbar
¿Trato hecho? ¿Escuché bien? No, no lo creo. Peter no es capaz de hacerme eso. Él no lo haría.
Con esa frase en mente, arrastro a Neila hasta el lugar en el que creo haber escuchado la voz del pelirrojo. Ella se queja, dice que la ignoro, pero eso no me importa; estoy centrada en lo importante. Subimos las escaleras hasta llegar al casino; fijo mi vista en Peter, quien no para de mirar con furia a otro hombre que no conozco. Nos acercamos a ellos.
-Miren esta belleza. La amiga de Júpiter vino a mí y viene acompañada. ¡Qué delicia!
Simulo no haberlo escuchado; su voz me causa náuseas. Observo a Peter con decepción, aunque sigo sin comprender cómo logré escuchar una conversación tan lejos de mí y encima, con el bullicio en el lugar.
-¿Qué crees que haces?
-Tranquila, lo tengo todo controlado.
«Que alguien me dé un martillo para romperle la cabeza».
Inicia el juego; ellos se miran con rabia, toman sus cartas, colocan dinero sobre la mesa, beben de sus tragos y vuelven a mirarse. Conozco las reglas del póker, pero con ellos se vuelve complicado. Prefiero el juego de billar.
-Esto no terminará bien -recalca Neila.
Peter muestra sus cartas con orgullo; tiene una escalera de colores. El pervertido enseña su escalera real con superioridad. Ha ganado.
-Delicia, parece que esta noche la pasarás conmigo -intenta acercarse a mí y tomar mi brazo, pero Peter se lo impide.
-No la toques -le lanza un puñetazo que hace caer al suelo al pobre individuo.
El chico se levanta; su séquito de idiotas y algunos espectadores se acercan a la mesa. Los vasos vuelan por el aire; escucho cristales rompiéndose en el suelo, golpes estrellándose en sus rostros y la gente comienza a empujarnos.
Todo ocurre muy rápido. Caigo al suelo, no veo a Neila. ¿Dónde está Peter?
La seguridad aparece; unos hombres me ayudan a levantarme y me sacan del casino. Bajo las escaleras y veo a Fosforito. Está hablando seriamente con un señor; supongo que es el gerente de este lugar.
-Ahora no tengo dinero, pero pagaré todos los daños, lo prometo.
-Yo tengo dinero. Es muy poco, pero al menos tendrás una parte -le entrego el dinero que traía al gerente.
-De acuerdo. Tienes una semana para pagarme -le habla a Peter y se retira.
-Qué vergüenza, morena, no debiste hacer eso... -Peter comienza a hablar rascándose la nuca como muestra de nerviosismo.
Lo interrumpo con un tortazo que lo deja impresionado. Su mejilla está roja.
-¿Vergüenza? Vergüenza es una palabra desconocida en tu diccionario. "No debiste hacer eso. Lo hago por tu bien. Es demasiado fuerte para ti. Lo tengo todo controlado" -repito sus mismas frases con exageración-. Estoy harta, ¿lo entiendes? ¡Harta! ¿Quién crees que eres para andar apostándome como si fuera un premio? No soy tu trofeo personal.
-No quise hacerlo.
-Claro que no quisiste. Él te obligó a apostar una noche con tu amiga, te puso un cuchillo en el cuello y no te quedó otra opción más que aceptar.
-Solo lo hice para callarle la boca; no iba a permitir que siguiera hablando mierd* de ti, te miraba con malas intenciones.
-No me uses de excusa. Soy una mujer, no un trozo de carne o una mercancía que puedes vender al mejor postor.
-No pienso eso de ti. Eres lo más valioso que tengo -pretende tranquilizarme endulzando la situación que creó-. Quería demostrarle que eres mía, que nadie puede mirarte como él lo hacía. ¡Solo te estaba defendiendo!
-Pues si esta es su forma de defenderme, no quiero conocer tu manera de odiarme -sé que estoy siendo algo dura con él, pero pensé que no volveríamos a tocar este tema-. ¿Cómo puedes decir que soy tuya? Quedamos en ser amigos; pensé que lo habías entendido.
-¡No quiero ser tu amigo y lo sabes! -se acerca a mí de forma amenazante-. ¿Crees que puedo aceptar esto? ¿Actuar como amigos cuando realmente te deseo bajo mis sábanas? ¿Crees que voy a permitir que alguien te falte al respeto o insinúe que quiere sexo contigo? -se detiene; respiro profundamente, sé lo que viene después de este show-. Te amo, morena; te deseo desde aquel día que entraste al orfanato como una niña indefensa.
- ¿Por qué te cuesta tanto entender que no siento lo mismo? No me gustas y nunca me vas a gustar -digo con sinceridad; ambos necesitamos que dejes de perder el tiempo conmigo-. Solo te veo como amigo. No intentes lo imposible.
-¡Te amo, joder! Entiéndelo. No estoy preparado para verte con alguien más.
-Yo te escucho hablar de mujeres y no me quejo. No sé a qué hombre te refieres. No me interesa nadie hasta el momento, pero si así fuera, no tienes ningún derecho a reclamar -él intenta hablar, pero se lo impido-. No vale la pena seguir dilatando este asunto. Si miras a tu alrededor, verás a muchas chicas locas por tener la oportunidad que me estás dando. Tienes muchas cualidades. No soy la última Coca-Cola del desierto.
Beso su mejilla golpeada y me retiro abrumada de la discoteca.
No puedo creer esto.
Recuerdo a la perfección el día en que Júpiter y yo nos conocimos. Tenía ocho años cuando llegué al orfanato de Stratland; no tenía amigos, era la burla de todos, lloraba por cualquier motivo, me forzaban a comer esa asquerosidad de comida, extrañaba a mamá... aún la extraño.
Júpiter me salvó un día que fui encerrada en un cuarto oscuro, junto a ratones y cucarachas, sin beber agua, perdiendo cada vez más peso. Él consiguió la llave y me sacó de ese lugar, aunque después se llevó una buena tunda por parte de la directora. Nos atendieron varios psicólogos, unos más crueles que otros; nos hacían sentir inútiles, despreciables; las enfermeras cada vez aumentaban sus exageradas dosis de medicamentos... A pesar de todo, él continuaba visitándome a oscuras cada noche para saber cómo estaba; me contaba historias para dormir, robábamos los chocolates de la directora para comer a escondidas, y me enseñó a no dejarme pisotear. Duermo con un cuchillo bajo la almohada desde que lo conocí.