—Solo lo estoy haciendo por ti Paulette, porque tú me lo has pedido —declaró el psicólogo—. Bien sabes que nunca he ejercido mi profesión, estoy un poco oxidado. Además, yo entré a trabajar en este colegio como maestro, igual que tú.
—Sí, lo sé, pero eres psicólogo, y eso es lo que importa. Tienes que aceptar que ha sido una gran oportunidad que el psicólogo anterior haya renunciado. Ahora no solo debes conformarte con impartir clases de sexualidad al último grado, sino que puedes desarrollar tu profesión y ganar un poco más.
—Era una buena idea Pau, hasta que me trajiste a Justine. Ella es diferente.
—Por supuesto que es diferente. ¡Está loca! —exclamó exaltada—. ¿Acaso el director Stuart no te dijo lo que acaba de hacer?
—Sí, claro. Él mencionó algo sobre una inocente travesura.
—¿Inocente travesura? —parloteó con molestia mientras recorría la oficina de extremo a extremo—. No me salgas con eso, he visto cómo has ayudado a otros.
—Los otros niños son fáciles, problemas familiares, lento aprendizaje, complejos por obesidad, cosas simples. A Justine no logro descifrarla. No hay avances con ella.
—Es una niña de ocho años, James.
—Por eso lo digo, ¿sabías que sabe multiplicar y dividir a la perfección?
—¿Justine? No puede ser. Con los niños apenas estamos aprendiendo las tablas de multiplicar.
—Seguramente aprendió en otra parte.
—James ¿me estás tratando de tonta? Tiene ocho años. Su padre es recolector de basura y trabaja todo el día, su madre es… bueno, nunca está con ella. ¿Dónde pudo aprender? ¿Quién pudo enseñarle?
—Justine es muy inteligente, no dudo de su capacidad. Pero hay algo en ella que me aturde. No me deja ver más allá de lo que ella misma quiere mostrarme. Por eso no quiero continuar.
—¿Te piensas rendir? Ella también me da miedo James y la tengo en mi clase. Quiero saber qué le pasa.
—No puedo saber qué le pasa, Paulette.
—Pero puedes intentarlo. No puedo enamorarme de un hombre cobarde.
—No trates de chantajearme con eso. Tú me gustas, pero eso es punto y aparte. Además, no has dejado a tu noviecito universitario.
La maestra le acarició la barbilla, coqueteándole descaradamente.
—Pero podría hacerlo…
—Dile a la niña que pase —replicó nervioso—. Por favor vete Paulette, trataré de ayudarla, lo juro.
La maestra salió complacida, con una amplia sonrisa que luego sustituyó por un entrecejo fruncido al ver a la niña durmiendo en la sala de espera.
—Despierta niña —decretó la maestra, tomándola del brazo y sacudiéndola bruscamente. No era momento para ser dulce—. El doctor Hooke te espera.
Lo primero que hizo la niña al despertar fue echarle una mirada fría y llena de rabia a su maestra, que al instante trató de alejarse dando unos torpes pasos hacia atrás.
—¡Director Stuart! —dijo sobresaltada al chocar con él, de espaldas.
—Señorita Roberts, está haciendo una tormenta en un vaso de agua. Tan solo mírese, atemorizada por una de sus propias alumnas.
—Ella no es como los otros niños…
—Solo fue una travesura, se está sugestionando demasiado —opinó el director—. Por cierto, no vuelva a suspender clases por cosas así. Los niños deben parecer pasas de tanto estar en el agua. Ordenaré que regresen al salón de inmediato. Pensé que usted ya estaría con los niños como le indiqué hace un momento.
—Pero director Stuart, hay algo malo con Justine...
Él hombre miró a la niña, un rostro angelical con cierto parecido al de su difunta hija Katherine, en el que no podía encontrar nada fuera de lo común.
—Dejemos eso para el doctor Hooke. Él cobra un salario por ese tipo de diagnósticos. Usted limítese a dar clases, ése es su trabajo y para eso le pagan.
La niña los miraba, primero a uno y luego al otro. Disfrutaba mucho presenciar ese tipo de escenas, tratando de adivinar quién diría la última palabra.
—Sí director —asintió Paulette resignada y caminó rumbo a su salón de clases.