El revolotear de los cuervos

XI

Justine terminó con su dibujo y lo pegó con cinta en el refrigerador. Estaba orgullosa de su trabajo, pues se parecía mucho a la casa del árbol que había visto esa mañana. Mandy y ella estaban muy ilusionadas con la idea.

«¿Tu abuela murió y tú estás pintando casas y arbolitos?».

—No sé de qué hablas.

«Claro que sabes. ¡Deja de fingir inocencia!».

—Mi papá no me ha dicho nada.

«Tu papito nunca te dice nada, te oculta cosas, y te miente».

—Mi papi me quiere. ¡Cállate!

«Nadie te quiere Justine, si te quisieran no te dirían mentiras».

Justine comenzó a escuchar risas escalofriantes, se tapó los oídos y apretó los parpados. El eco de las últimas palabras que escuchó empezó a retumbar en su cabeza. Nadie te quiere. Nadie te quiere. Nadie te quiere.

Se sentó en la silla del comedor y tomó uno de los crayones, con los que estaba dibujando minutos antes y comenzó a pintar en una hoja de papel en blanco. Tenía los ojos fijos en la nevera que tenía en frente, específicamente en su dibujo. No parpadeaba y no levantaba el crayón del papel, ni siquiera miraba lo que dibujaba. Rayas descontroladas, trazos incoherentes y líneas desquiciadas inundaron el papel. El resultado era atroz, pero no acabó ahí. No, señor.

Con la mirada tan perdida como sus recuerdos, tomó uno a uno los crayones y empezó a romperlos por la mitad. Los trozos, empezaron a caer sobre la mesa, y algunos otros con menos suerte, en el suelo. La niña estaba inerte, fuera de sí, como si no estuviera ahí, dentro de su propio cuerpo. No era capaz de vislumbrar que había destrozado los crayones que tanto amaba, los que su papá le había regalado.

Mientras su pequeña atravesaba alguna especie de trance psicológico, Santiago trataba de huir del funeral de su propia madre, después de escuchar lo que Adam había desenterrado de su pasado. Si bien eran buenas noticias, pues la vieja bodega de su padre ahora le pertenecía, el solo pensar que Adam se había dado cuenta que era un mentiroso, lo hacía sentir miserable. El tipo más miserable del planeta. Y sabía que lo era.

—Santiago, esto te pertenece —declaró su hermana Christine al detenerlo a escasos pasos de la puerta. Extendió el documento dónde se le cedían los derechos de la propiedad dónde vivía­—. Mi padre así lo quiso.

Santiago lo tomó con manos temblorosas. No lo merecía, sentía que no merecía nada, pero Dios sabía cuánto iban a ayudarlo esos amarillentos documentos. Tenía un techo para su hija, por fin tenía algo.

—En cuanto a nuestra madre —suspiró y tragó saliva. Le costaba sacarlo de su pecho, porque ahí, donde se albergaban todas sus emociones, sentía lo mismo—, ella nunca te perdonó.

—Christine, si lo dices por la empresa y la casa —tomó aliento—, yo no quiero nada, estoy muy agradecido con la vieja bodega. Lo único que necesito es darle un techo a Justine.

—Claro, la niña…

—Deberías darle una oportunidad, es una niña muy inteligente, obediente y dibuja muy bien, eso debió heredarlo de ti. ¿Recuerdas que te gustaba mucho dibujar?

—Sí y no quiero seguir hablando de esa niña. Además, no se parece en nada a ti, es la viva imagen de la perra que me arrebato a mi hermanito. Ni tú mismo sabes a ciencia cierta si es o no tu hija.

—¡Justine es mi hija! —Santiago gritó tan fuerte que llamó la atención de todos los que estaban en el lugar.

—No me importa. Solo sé que fuiste tú quien trajo todas las desgracias a la familia. Primero la muerte de mi padre, la empresa de vinos se vino abajo, mamá empezó a fumar y ahora está muerta. Destrozaste todas nuestras vidas Santiago, las vidas de todos nosotros al igual que la tuya y la de esa niña que tanto defiendes. Todo por una calentura.

—¿Y qué pasó con tu flamante prometido? —inquirió Santiago en un intento arrebatado de girar la conversación y hacerle entender a su hermana que todos cometían errores—. Debería estar aquí para apoyarte.

—Él también me dejó, Santiago. Cuando supo que las acciones y el prestigio de la empresa estaba por los suelos, y terminó conmigo. Yo lo amaba Santiago… lo amaba de verdad. Ahora estoy más sola que nunca, ¿sabes?

—No estás sola —declaró al acercarla a su pecho y abrazarla—. Nos tienes a nosotros, que somos tú familia.



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En el texto hay: muerte, sangre, problemas mentales

Editado: 05.08.2018

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