Santiago caminó por ese barrio que conocía demasiado bien, había frío, se abrazó a sí mismo tratando de darse un poco de calor, cubriendo sus brazos descubiertos. Tocó la puerta solamente dos veces antes de llamar.
—¡Sophía! ¡Sophía!
Entonces la puerta se abrió tan solo un poco y una mujer despeinada de respiración agitada se asomó, mirándolo con expresión de horror.
—¿Qué haces aquí Santiago? Hoy no es domingo. No me digas que traes a la niña.
—Justine ha estado muy triste, deberías hacer algo para animarla —dijo él. Escuchó ruidos dentro de la habitación y arqueó una ceja—. ¿Interrumpo algo? No son horas de trabajo, ¿o sí?
—¿Desde cuándo te importan mis horarios de trabajo?
Un joven desnudo, terminó de abrir la puerta, era bastante atlético. Sintió algo de envidia, le hervía la sangre, no podía evitarlo, a pesar de saber cómo era la madre de su hija, los celos invadían cada una de sus venas, haciéndole sentir lo mismo que aquella noche fatal. Intentó controlarse, pero la estupidez en ese muchacho no se lo permitía.
—¿Quién es él, amor? Si es algún cliente, deberías decirle que espere hasta la noche. También tienes derecho a vivir tu vida y tener tus propios amoríos —dijo el impertinente muchacho.
—¡Soy el padre de su hija, idiota! —Lo tomó del cuello, haciendo que su cuerpo desnudo y sus partes descubiertas se sacudieran como gelatina.
—¡Santiago! —gritó con horror la mujer.
Santiago lo empujo con vigorosidad, haciéndolo caer de espaldas.
—¡Tú hija te necesita, perra! —exclamó con voz despectiva al darse la vuelta.
Era la primera vez que usaba una frase despectiva con esa mujer, sintió dolor con solo pronunciarla, un nudo en su garganta se hizo presente. Pero le dolía más ver a Justine tan triste y que su madre, no tenga la mínima consideración con ella. Siempre sería una arpía, una traidora y una mala madre. Se marchó de ese lugar, con la promesa de no volver ahí para rogarle atención para su hija.
—¿Tienes una hija, Sophí? —preguntó Jhon.
—¡Lárgate de aquí imbécil! No olvides pagarme las horas extras.
—¿Por dormir a tu lado? Si no hicimos nada.
—Mi compañía cuesta, muchachito.
Sophía se arrepintió de haber permitido que el chico se quedara a dormir, jamás se imaginó que Santiago los sorprendería de esa manera. ¿Aun sentía algo por él? ¿Acaso alguien como ella tenía el derecho de amar?
Jhon por su parte recogió sus cosas, se vistió y se puso unos tenis, antes de marcharse, dejó dinero en la mesita. Estaba nadando en deudas y aun así no podía dejar de caer en la tentación de esa mujer, sus labios, su cuerpo, su piel eran la mejor droga que él había probado.
—Nos vemos luego, primor —le dijo, pero ella ni siquiera lo miró.
Lejos de ese barrio de vicios y excesos, una rubia azotaba a golpes la puerta de la casa del doctor Hooke; Mariel pegó un ojo en la mirilla de la puerta.
—¡Vaya! Creo que dejaste a tu amiguita demasiado ansiosa anoche.
—¡Mamá! —replicó James.
—¿James? Necesito decirte algo muy importante —chilló la rubia desde el otro lado de la puerta.
—Tal vez, quiere un poco más de lo que le diste. Me alegro que después de tantos años, vuelvas a tener un poco de sexo, pero eso de que vengan a tumbarme la puerta… es algo nuevo—musitó Mariel tan quedito, que solo James pudo escucharla.
James quitó a su madre de en medio con sutileza, quien se retiró hacia la cocina para poder escuchar mejor. James abrió la puerta para encontrarse a una Paulette desarreglada y en pijama.
—¡Dios mío! ¿No era suficiente con los Converse en la escuela? ¿Ahora también andarás en pantuflas paseándote por la ciudad?
—¡Se murió, James! ¡Está muerta!
Su rostro deslavado, sugería que acababa de levantarse y también así le pareció bonita.
—¡¿Quién?! ¿Sophía? —respondió con el primer nombre que se le cruzó por la cabeza.
—Dios te oiga y pronto se muera esa mujer de alguna enfermedad venérea —replicó la rubia—. Adam me llamó para decirme que su hija murió anoche, ha sido una desgracia —Se llevó ambas manos al pecho—. Justine estaba con ella cuando murió. ¿Te das cuenta?