El rey de las nubes

Un millón al paraíso

Sorprendentemente mis piernas funcionaban y caminé hasta sostenerme del hombro de Fabián. Ambos subimos por las pequeñas escaleras y nos colocamos en el medio de la tarima.

Pude notar algunos rostros confundidos y otros llenos de desagrado; no obstante, en un costado se levantó un grupo de chicos que estaba sentado y comenzaron a vitorearnos. Entre ellos, dos chicas halagaban la apariencia de mi novio. Ni siquiera me molestó, tomé mejor en consideración ver cómo se levantaron por nosotros.

—¡Bueno, no es común ver que dos hombres suban a bailar juntos pero, qué diablos, adelante!

Hubo más aplausos de los que pensé. Quizá era por la acústica del lugar, quién sabe. Jamás pensé que llegaría a hacer algo así o que ni siquiera nos dejaran subir a hacerlo, pero ya estábamos, y comenzó a sonar una canción completamente aleatoria. Fabián la identificó de inmediato, lo supe por la expresión en su rostro. Acercó mi cuerpo al suyo, y me sostuvo de la cintura, luego dirigió mi mano izquierda a su hombro. Lo iba a hacer, ya no había vuelta atrás.

—Escúchame bien —me susurró—, te diré los pasos que debes hacer.

Me tomó de mi mano derecha para ya estar en posición y comenzamos para estar al compás de la canción. Él me dirigió los pasos mientras me susurraba lo que debía hacer. Un paso hacia atrás con el pie derecho. Luego dejar caer el peso con el izquierdo. Hacia adelante con el derecho. ¡Pausa! Me dio un giro para entrar en calor, disfruté el sonido de nuestras risas.

Enseguida un paso al frente con el pie izquierdo. Luego usé el pie derecho y deje caer mi peso. De nuevo hacia atrás con el izquierdo; y a partir de ahí pude maniobrar los pasos con más facilidad. Me felicitó por lo rápido que aprendí. Nos miramos a los ojos húmedos por la alegría en nuestro rostro. Me dio la confianza necesaria para poder continuar y dejarme llevar.

Mi paso favorito fue cuando me sostenía de la mano y nos enrollábamos como serpentina para después hacer un látigo y girar en el proceso; ciertamente me dolía el rostro por la enorme sonrisa cada vez que Fabián y yo lográbamos ese paso. Entre la audiencia también estaban emocionados de que lo supiéramos llevar tan excelente.

—¡Mírame, estoy bailando salsa! —repetía entre mis adentros, lo suficiente para que mi novio escuchara.

—Lo estás haciendo perfecto, nunca dudé de ti.

—Todo gracias al mejor bailarín del mundo.

—¡Esa sería mi mami Julieta!

Hubo público cercano, el cual ni siquiera estaba interesado en acercarse anteriormente, que comenzó a aglomerarse frente a la tarima a observarnos. Se juntaron e iniciaron los aplausos al compás de la canción y el grupo de chicos no detuvieron en ningún momento su ovación. Fue un momento fascinante y muy especial que desde siempre estará en mi corazón.

La canción terminó más rápido de lo que esperaba y los parlantes retumbaron por el locutor que reclamaba la ronda de aplausos de los presentes. Fabián me abrazó y me levantó por los aires, yo hice lo mismo con mucho más esfuerzo que él pero aun así lo logré por un corto tiempo.

Ya mi novio estaba listo para bajar pero yo me quedé unos segundos más, haciendo varias reverencias y agradeciendo a mi querida audiencia. Una chica del grupo de antes me alzó un chupito instándome a beberlo y por la emoción del instante, lo hice. Era muy fuerte el sabor del licor, sea cual sea, y me invitaron a juntarme con ellos en su mesa. Yo acepté, con la condición de llevar a Fabián, lo cual no tuvieron problema alguno.

Me devolví hacia las escaleras con Fabián y le tomé de la mano mientras le explicaba que el grupo nos invitó a beber con ellos. Él lució extrañado pero supongo que no quiso aguar la fiesta. La chica nos presentó a sus amigos, y todos elogiaron nuestra valentía de subir a bailar juntos. «Siempre son que si hombre y mujer y alguien debía atreverse a demostrar que existen parejas del mismo sexo que bailan de maravilla», exclamaban.

La noche transcurrió como no hubiera imaginado, sentado con unos cuantos extraños los cuales nos invitaron varias rondas de tragos. Sin embargo, Fabián creo que ni se acercó a la cantidad de alcohol que tenía en mi organismo. El locutor presentó a la pareja de baile ganadora y les concedió el premio, una gran cantidad de dinero que me quejé entre bromas no haber ganado yo.

Ya era pasada la medianoche y aunque no estaba en un estado deplorable de ebriedad, me acercaba poco a poco a ese punto. Fabián notó que ya no quería estar allí, tú sabes, esa euforia que paulatinamente se desvanece y ya no quieres estar rodeado de tantas personas. Él se levantó, agradeció a todos y, aunque nos suplicaron que nos quedáramos, ambos nos negamos y salí con él abrazado de su brazo.

Fabián me preguntó al salir si la había pasado tan bien como pensaba, y sí, la pasé increíble. Le dije que era una de las mejores noches que había tenido y una de las mejores de la que éramos dueños. Me dio un suave beso en la coronilla de la cabeza y alegó que para él, todas las noches junto a mí han ido mejorando cada vez más. «¡Para mí también!», repliqué.

Recuerdo que caminamos bastante esa noche, y que nos decíamos cosas tontas y muy cursis. Bueno, creo que era yo el que lo hacía. Y aún permanece conmigo ciertas palabras que intercambiamos cuando nos detuvimos en un parque, donde no transitaban muchas personas en ese momento. Sentados en una loma cercana al tronco de un árbol seco, donde la luz de la luna llena nos guiaba hasta un eterno resplandor de armonía.

—Te necesito a mi lado al menos por un millón de días más.

Y él, con una sonrisa burlesca y algo cautivadora, dijo:

—¿Un millón de días? No creo que estemos vivos para entonces, Elvis.

—Sí, estaremos vivos. Viviendo en nuestro propio paraíso.

No dijo nada por unos segundos, pero en su miraba se reflejaba cierto brillo recalcitrante. Se talló los ojos con una mano y me preguntó:



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En el texto hay: juvenil, romance, lgbt

Editado: 22.05.2024

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