El rey de las nubes

Un juego con historias

Estaba molesto, pues durante el primer tiempo fui un asco total. No pude defender la portería y nos hicieron tres goles a solo uno que pudo meter mi equipo.

Por supuesto, los chicos se vinieron contra mí mientras en el otro lado celebraban. Acepté la culpa, pero no dejé que me menospreciaran así que les pedí que me cambiaran de posición. Yo jugaría como ataque ahora, y un muchacho que estuvo callado todo el tiempo de cabello largo pero recogido en una coleta, se ofreció a ser el portero.

Ahora sí venía lo bueno. Si bien, el mismo que me exigió que jugara bien se rio al verme dirigirme hacia el centro del campo. Supuso que no jugaría con ganas para no «ensuciar mi ropita de riquillo». Sonreí con sarcasmo, pensé en varias formas de decirle que yo vengo de un pueblo en donde trabajaba como burro para mis cosas, pero preferí que lo resolviéramos en el campo.

Respiré profundamente. El sol estaba en su punto, recibía una brisa agradable y calurosa, a diferencia del frío que hacía cuando se mostraba la luna. Llegó la hora de comenzar, y le quité el balón con rapidez. Corrí por el campo hasta pasársela a un compañero de cabello pintado, entretanto, escuché aplausos a la lejanía, pero nada más, mi mundo estaba en el campo en ese momento.

El de cabello pintado se la pasó al de gorra roja, este se la pasó al de cicatriz en una ceja e intentó meter el gol; sin embargo, el portero la detuvo y la pelota se alzó unos cuantos metros. Corrí hasta alcanzarla y salté lo más que pude para darle un cabezazo, sin saber que uno de los del otro equipo también lo hizo, chocamos y yo caí encima de él. El portero se distrajo y la pelota entró rodando tan tranquila y mi equipo gritó con euforia.

Me levanté y todos me dieron palmaditas en la espalda. Jadeé por unos momentos pero sin apartar mi sonrisa de satisfacción. Me giré a ver al chico que aplasté y no parecía estar en condiciones para continuar. Su equipo me empezó a culpar y decirme de que lo habría hecho apropósito para ganar por faltarles un jugador. Antes de siquiera discutir al respecto, Fabián se acercó a nosotros gritando que jugaría.

Si bien mi equipo se mostró inseguro, el contrario le preguntó si sabía jugar y Fabián enseguida se quitó la camiseta. Por supuesto, me quedé absorto y boquiabierto contemplando esa escena, y de inmediato su equipo entero se la quitó por igual entre gritos de guerra, mientras me retaba directamente, como si fuera un desconocido. «¿Qué pasa, les da miedo jugar contra alguien mayor que ustedes?», y otras cosas más que solo lograban que estuviera a punto de partirme de la risa.

Ambos equipos se reunieron en un círculo y comenzaron a gritar y darse ánimos, mientras que Fabián apartó su actuación por un instante para guiñarme el ojo, le sonreí en respuesta, y nos separamos para reunirnos con nuestros equipos.

—¡Vamos tres a dos, tenía miedo de que nos ganaran pero ahora con... —le preguntó su nombre y él contestó—, pero ahora con Fabián, les ganamos seguro.

—¿Elvis, verdad? —preguntó. Yo confirmé—. Gracias a ustedes que llegaron a hacer este juego interesante. Cuando nos reunimos alguien siempre falta o solo si es entre nosotros se vuelve tedioso —dijo el chico con la coleta.

En unísono, ambos equipos gritaron: «¡Vamos a ganar!», y era claro que comenzó algo más que un juego amistoso. Fabián y yo éramos delanteros, y comenzamos de una vez. Ese fue un buen juego, bastante épico y muy raro pues nunca pensamos en que cuando saliéramos de la posada, nos pondríamos a jugar fútbol.

Y algo me hizo atesorar más ese momento. Durante el juego, Fabián daba todo de sí contra mí, pero evitaba cualquier acción que pudiera herirme. Lo sé porque chocó contra otro de mi equipo para poder pasarle la pelota a uno de los suyos. Y en un instante en que pudo haber hecho lo mismo contra mí, simplemente me engañó con una estrategia física, quitándome la pelota entre las piernas y corriendo al sentido contrario. O no sé, cualquier cosa para quitarme el balón pero sin hacerme daño.

En mi caso, tampoco buscaba hacerle daño pero no me fijaba tanto en si lo hacía o no. Mi modo de jugar era bastante rudo, no temía quitarles el balón a ellos con pequeñas patadas a la hora de driblar. Duramos varios minutos corriendo de un lado a otro para evitar el gol a toda costa, hasta llegar al momento en que obtuve el balón, corrí con furia y pateé con fuerza hasta la portería. Logré empatar el juego.

Faltaban pocos minutos para que terminara el tiempo según el cronómetro del chico a quien le caí encima, que estaba en la banca. Los momentos decisivos. Estaba en mi zona, muy confiado y seguro de que ganaría. Mis ojos estaban puestos en Fabián, mi sonrisa le decía lo que pensaba. Estiró la mano y la aparté, algunos hicieron el típico «uuuhh» que hacía ver como si fuera más grave de lo que lucía.

La última ronda comenzó y me quitó el balón antes. Corrí hacia él con claras intenciones de atacarlo pero tomó el balón con los pies y saltó con el mismo, evitando mi pie. Dio la vuelta y se la pasó a otro, y luego se la pasó a Fabián nuevamente. Esta vez corrí directo a él y cuando pensó que vendría el mismo movimiento, lo marqué y le engañé, para que otro de mi equipo se lo arrebatara.

Corrimos lado a lado hasta que me lo pasó y estuve cerca de la portería; no obstante, el portero sonrió y miró a mi lado, Fabián estaba allí, y nos detuvimos con el brazo. Fue como un juego de la papa caliente para ver quién se quedaba con el balón: me lo quitaba, se lo quitaba, me lo quitaba y se lo volvía a quitar.

—¿Puede que sea este el lado más salvaje que te haya visto, Fabián Torrealba? —susurré con picardía.

—Sabes que no —mostró la misma expresión que yo—. Creo que estás apunto de perder otra vez.

—¿Quieres apostar?

Extendí mi collar frente a él y le pedí que sellara la apuesta por mí. Él lo dudó un segundo pero igual se acercó para hacerlo. Y qué bien que lo hizo, porque gracias a eso le arrebaté el balón y le rodeé para correr a la portería y patear la pelota con fuerza. ¡Y fue un gol rotundo!



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En el texto hay: juvenil, romance, lgbt

Editado: 22.05.2024

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