El rey David había tenido tres hijos con la misma mujer, Maacah. Los tres eran, Tamar, Amnón y el mayor era Absalón, quién algún día se convertiría en Rey una vez que su padre muriera. De los hermanos, el mayor era el más apuesto y el más independiente. Absalón había comprado un magnífico carro de guerra y caballos, además contrató a cincuenta hombres para que fueran su escolta personal.
Se levantaba temprano cada mañana y se paraba en la puerta de la cuidad. Cuando alguien traía un caso para que el rey lo juzgara, Absalón lo llamaba y se mostraba interesado en su problema. Y cuando alguien iba a saludarlo y se inclinaba delante de él, Absalón le tendía la mano, lo abrazaba y lo besaba. De esta manera Absalón iba conquistando el corazón de todo el pueblo de Israel. Se decía que no había un hombre igual a él en todo Israel.
Pero Absalón tenía tantos defectos como virtudes, porque era un hermano celoso, toda la atención de su padre la quería para él. No compartía nada con sus hermanos, y con solo 19 años, ya se encontraba reclamando las tierras de su padre en Omnán, territorios que él explotaría para obtener riquezas independientes.
También era descortés con la servidumbre del castillo, no era respetuoso con ningún guardia, y tampoco con los consejeros del Rey.
Nehemías y Jazeel, pertenecientes a la cocina del castillo, particularmente eran los más humillados por Absalón. A Nehemías lo hacía limpiar la sangre de su espada con la lengua, y a Jazeel la obligaba a tener relaciones sexuales con él cuando quisiera.
El rey se mantenía indiferente ante todos los actos de su hijo mayor y se debía a que la reputación de Absalón le impedía creer a David que aquel fuera capaz de hacer lo que se acusaba. Aún así, hizo caso al consejo real liderado por Ahitofel e imploró al Señor para que le mandara un heredero digno. Ya que ni Amnón ni Tamar eran una opción.
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Editado: 05.05.2020