Entonces Salomón atendió el llamado de la cena, donde se encontraban los generales y soldados del ejército de David.
—Mi hijo Salomón irá hoy de campaña contra los filisteos. Y prometió traerme cien corazones de ellos ¡Que Dios bendiga su espada! —brindó.
Algunos quedaron contentos con la noticia, otros no podían creer que el niño fuera a cometer esa barbaridad y se susurraban entre ellos que aquello era un suicidio.
Pero así fue, el rey mandó a su hijo más pequeño al campo de batalla.
Antes de partir le ofreció la armadura y la espada real, pero Salomón las rechazó y solo tomó a su caballo azabache.
—No, oh padre, pues la gracia del señor ha bendecido mis manos —le había dicho.
Y el niño se marchó galopando y vistiendo una túnica con capucha solamente, en dirección del campamento Filisteo, a las afueras de Jerusalén, cerca del monte Gilboa. Sin saber los movimientos del enemigo, acompañado únicamente del anillo que le había sido dado por Baal.
David mandó llamar a Abiatar el sacerdote y le ordenó que, con sigilo, siguiera a Salomón.
—¡Pero te has vuelto loco David! —exclamó Urías el cercano —Es tu hijo.
—Soy más sabio de lo que crees Urías, he mandado a mi hijo porque sé que miente. La mujer que vieron entrar a su alcoba pudo haber sido una ramera. Pero al intentar ocultar su pecado, me ha contado una mentira. Volverá sano y salvo acompañado de Abiatar, porque se arrepentirá a medio camino y vendrá a pedirme perdón.
Pero Salomón no se detenía, y ya había pasado los territorios de Jerusalén y a lo lejos podía ver las fogatas enemigas.
La oscuridad permitió que el caballo y la túnica oscura pasaran desapercibidas.
Cuando estuvo más cerca, galopó más despacio y se detuvo para mirar las tiendas al pie del monte. Al parecer algunos filisteos descansaban y se dio cuenta que otros se reunían cerca del fuego para conversar.
No sabía cuánto tiempo llevaban ahí, pero sabía que no se quedarían más tiempo, porque algunas carretas ya estaban cargadas para partir.
Bajó del caballo y detuvo el lazo con una roca del suelo. Después caminó lentamente hasta que sus pisadas fueron tan ruidosas para que un soldado se diera cuenta que alguien venía del reino.
El soldado llamó la atención de los que estaban en el fuego y juntos se volvieron a Salomón, quien iba entrando al campamento.
—¿Quién eres? ¿Y qué quieres? —dijo un hombre que al parecer era un general.
Salomón se quitó la capucha y los hombres se admiraron.
Pero fue lo último que hicieron, porque cuando el príncipe extendió el anillo hacia ellos, éstos se voltearon de la piel en sangre, dejando las entrañas al exterior. Los cuerpos en un último reflejo de supervivencia brincaban en el suelo como peces fuera del agua.
Rápidamente, Salomón recogió los corazones de los cuerpos en las bolsas que llevaba para éstos, sin sentir absolutamente nada de empatía por aquellos cuerpos.
Un soldado que había ido a orinar vio aquella escena y de un grito alertó a los demás.
Los filisteos salieron de sus tiendas con espada en mano, y buscaron con la mirada cuál era la causa de aquel grito horroroso.
Salomón advirtió a los enemigos y se apresuró a usar en anillo nuevamente.
Al ver lo que estaba pasando, los soldados se lanzaron contra Salomón, dispuestos a matarlo. Pero no tenían oportunidad, todos se acercaban y la piel se les reventaba hacia afuera. Los filisteos salían de las tiendas y parecían ser incontables, así que cuando Salomón contó más de doscientos cadáveres, extendió sus manos a las tiendas y éstas se prendieron en fuego.
Al ver esto, Abiatar a lo lejos, se detuvo asombrado. Veía cómo era consumido el campamento por las llamas del infierno. Dio media vuelta con el caballo y cabalgó hacia las montañas de Gésur, directamente al campamento de Zamalech.
Salomón recolectó doscientos cincuenta corazones, ciento veinticinco en cada bolsa. Salió inmune de las llamas y amarró las bolsas al corcel, después cabalgó en la oscuridad hasta la cueva de Adulan para descansar y hablar con Baal.
Como el terreno era desierto, ningún árbol sufrió de las llamas de Salomón, y las tiendas se convirtieron en cenizas cuando el fuego cesó.
A la mañana siguiente, Salomón exprimió dos corazones para formar un círculo de sangre en el suelo y se postró en él.
Después de invocar a Baal, le agradeció. Pero el demonio se apresuró a hablar.
—Alguien ya sabe lo que ha hecho en el campamento filisteo. Y ese alguien ya le ha dicho a alguien más. Debe ir a Jerusalén y entregarle los corazones a David hijo de Isaí, después busque a Abiatar en el camino de Elboy cerca del bosque y mátelo, porque ese ha traicionado a su padre y conspira en su contra.
Salomón colocó las bolsas en el caballo y cabalgó hacia Jerusalén.
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Editado: 05.05.2020