Zamalech se puso de pie y le pidió a su hijo Salot que fuera por las flechas lanzadas.
—¿De qué príncipe me estás hablando, Abiatar? —preguntó Zamalech.
—El hijo más pequeño del rey David, Salomón, ha incendiado el campamento filisteo del monte Gilboa.
—¿Y qué tiene de espectacular? Salot mató a cincuenta amalecitas con mi ayuda en la batalla de...
—Lo ha hecho solo. Salomón lo ha hecho solo, Zamalech —interrumpió Abiatar.
—¿Qué?
—Salomón partió por la noche de ayer, y no llevaba nada consigo, ni espada ni lanza, solo un caballo. El rey me pidió personalmente para que siguiera al príncipe con sigilo, y cuando estaba cerca del campamento, vi como las columnas de fuego consumían las tiendas de campaña. Sin duda Salomón lo hizo, no pudo ser un accidente.
Zamalech enmudeció y volteó a ver a su hijo.
—¿Sabes lo que eso significa? —preguntó Abiatar.
—¿Qué?
—Que, si atacas ahora, enviarás a tus hombres a las garras de la muerte.
—¿Entonces qué sugieres que haga?
Abiatar ya tenía una respuesta.
—Yo lo mataré, iré en la noche a su alcoba y tomaré su cabeza, mañana la traeré a ti antes de que amanezca y me quedaré aquí hasta que decidas atacar.
—Hazlo y te daré esta montaña y las tierras de mi sobrino Mefi-boset para gobernar.
Abiatar le dejó su caballo como muestra de que cuando volviera, lo intercambiaría por la cabeza del príncipe. Y Zamalech le ofreció quedarse a dormir y partir por la mañana.
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Editado: 05.05.2020