En el castillo, David no podía dormir, la preocupación le comía vivo. Salomón mantenía el mismo estado, pero porque tenía el temor de ser descubierto.
Así que decidió consultar a Baal.
Quien le dijo que debía reunirse con David mientras estuviese despierto, porque esa noche pasaría algo que le revelaría parte de la verdad de su cicatriz.
Entonces el príncipe bajó con su padre, en la corte real y se sentó a su derecha.
Los guardias lo acompañaban en su preocupación y Urías estaba con él también.
Todos estuvieron presentes cuando los rastreadores llegaron, habían dejado sus caballos en la entrada del palacio, y caminaban con un hombre hacia la corte.
David se levantó de su trono y cuando lo vio, caminó hacia él.
Abiatar caminaba en medio de los hombres.
—¡Abiatar! —gritó el Rey.
Y el sacerdote lo abrazó.
Salomón sintió miedo de repente al ver esa escena. Y recordó cómo el caballo le había aplastado la cabeza. Sin embargo, Abiatar seguía vivo y no presentaba desfiguración alguna. Excepto una pequeñita cicatriz en la cien, que Salomón reconoció al instante.
El rey preguntó por la causa de su tardanza y el sacerdote se explicó.
—Yo venía para el palacio y de repente sentí como si estuviera desmayado, justo después desperté en el río, me estaba ahogando, pero me sentía muy bien. Caminé por dos horas y después tus hombres me encontraron.
—Tal vez solo desmayaste por el hambre, esas cosas pasan cuando uno sale sin comida por un día entero.
Salomón corrió a su alcoba y se quitó la túnica, dejando la cicatriz de la costilla a la vista.
—Mi origen.
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Editado: 05.05.2020