Cuatro años pasaron después del tratado de Gésur. Fueron cuatro en los que David ganó dos batallas, una contra los amonitas y otra contra los moabitas, ya que los filisteos habían abandonado la tierra de Jerusalén y se habían refugiado cerca del mar Mediterráneo. Cuatro, donde Salomón bebió un poco de agua del río en cada batalla, siendo el único del palacio que conocía sus propiedades Cuatro, donde realizó varios de los más peligrosos rituales del Ruggazoné, cada uno lejos del reino, en sus viajes a tierras lejanas, para que Sadoc y Abiatar no lo acusaran de beber sangre.
Fue en ese lapso, dónde Salomón invocó a otros siete demonios diferentes y a dos ángeles, que lo ayudaban a realizar hechizos y a desarrollar habilidades extraordinarias.
El príncipe se fue convirtiendo en un ser superior con la ayuda de las entidades encerradas en el anillo de Josué. Y era capaz de librar batallas él sólo, esta vez no contra un campamento de filisteos, sino contra naciones enteras, como lo había hecho en Babilonia, donde se cuenta que llevó la destrucción.
David consideró que definitivamente su hijo Salomón debía heredar el trono, porque con todos los logros que había hecho, su imagen en Israel se había convertido en la de un héroe, aunque el joven príncipe, guardaba lo mejor para sí mismo.
Fueron cuatro años en los que Salot entrenó en las batallas de su padre, llegando a conquistar la tierra de Beerseba y la tierra de Got. En ambas conquistas se siguió su palabra y sus órdenes.
Zamalech para ese tiempo era algo viejo para las batallas, pero era muy inteligente y sus planes eran siempre correctos. Investigaba mucho sobre el río de leche, y cuando por fin los gesuritas supieron de éste, lo llamaron "El Río Milagroso". Aunque su recuerdo sobre el monstruo que había arrojado al torrente a veces no lo dejaba dormir y siempre que veía a un chico parecido a Salot, le miraba la costilla derecha para ver si tenía una cicatriz.
Zamalech no mató a más de cinco en todo ese tiempo. En cambio, Salot llegó a matar a veinte hombres por año. El nieto de Saúl, había podido ser más hábil incluso que el primer rey de Israel. El ejército de Zamalech estaba ahora sí, preparado para ir por la cabeza de David y éste, indirectamente, estaba preparado para recibir a los de Saúl.
Porque cuando la noticia de los gesuritas conquistadores llegó hasta oídos del rey David, éste no temió por ellos, porque Got y Beerseba no eran relevantes para él, ya que no se podían explotar.
Sin embargo, desconociendo quién era su líder y que, además, su hijo Absalón estaba con ellos, avisó a sus soldados estar preparados por si a esos conquistadores se les ocurría tomar Jerusalén.
Salomón sabía que para esos trabajaba Abiatar, pero no dijo nada. De hecho, el príncipe quería que los gesuritas fueran adversarios de Jerusalén, para que, contra ellos, liberara su ira y demostrara que él era el señor de las deidades.
Ya no le importaba lo que Abiatar hiciese o deshiciese, solamente lo vigilaba cuando estaba cerca de su padre.
Los cuatro años sirvieron para que Salot y Salomón, se prepararan, cada uno a su manera, para un reencuentro revelador y devastador que los llevaría, inevitablemente a un desenlace caótico.
La batalla de David contra la casa de Saúl, iba a tomar pie muy pronto.
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Editado: 05.05.2020