Veintiuno de agosto…
- Te he echado tantísimo de menos.- Solloza Mar en mi oreja.
- Yo también.- me siento en mi cama, seguida de ella- Cuéntame. ¿Cómo estás?
- Quiero recuperarlo, Na.
Hacía tres semanas de la última vez que vi a Yago y a Erik. No era extraño, tanto Mar y yo, como ellos, habíamos ido en pack siempre. En el momento que la pareja se conoció, nos vimos obligados a juntarnos los cuatro. Algo que no se habían planteado era: ¿Y si los novios, por algún motivo, dejaban de serlo?
Bien, pues esta es la situación actual, Mar y Yago lo dejaron hace unas tres semanas, aproximadamente.
Mar se abalanzó sobre mí cuando abrí la puerta de casa. Tenía los ojos hinchados y la cara roja. La consolé, en silencio, durante una hora entera, sin saber lo que le pasaba. Cuando su lloro cesó, se atrevió a separarse unos centímetros de mí y explicarme lo sucedido.
Por lo que se ve, las inseguridades de mi amiga, le habían pasado una mala jugada, de nuevo. La noche anterior, Yago y ella salieron a una discoteca cerca de Molins de Rei. Erik y yo fuimos invitados, pero ambos nos decantamos por quedarnos en casa, a mí no me apetecía, y por lo que sé, él tenía planes. Yago invitó a unos amigos suyos (que conocía no sé exactamente de qué), entre ellos una pelinegra guapísima que se llevaba de diez con Yago. Mi rubia, no solo no fue capaz de disimular sus celos, sino que también le dio un bajón emocional. Su novio y Ann estuvieron durante horas conversando, ella se reía con él y él realmente parecía feliz con ella. “Aunque no tanto como lo haces tú, Mar” le aseguró Yago a su novia cuando ella salía del local comparándose una y otra vez con Ann. Mar, cegada por sus emociones, le dejó claro que lo de ellos no iba a llegar a ninguna parte, y muchas más cosas que se avergüenza de nombrar.
- Te precipitaste mucho.- digo, intentando que no suene a reproche.
- Ya lo sé, joder. Ya no puedo hacer nada.- afirma- Seguro que ya ha encontrado a alguien o se ha dado cuenta de cómo soy y no le intereso.- se pone de pie y empieza a dar vueltas sin parar por mi habitación.
- ¡Mar!- grito- Basta. Intenta no sacar conclusiones antes de tiempo. Habla con él, ve a buscarlo. Te quiere y se notaba. Estoy segura de que si se lo explicas te entenderá.
- No me ha buscado en estas semanas.- duda- No estoy tan segura de lo que dices.
- Sé que no me equivoco. Pero si lo hiciese, ¿qué?- no espero respuesta- Aquel día cuando viniste a la tienda te dije que lo intentases, que no perdías nada.- asiente, recordándolo- Pues ahora te digo lo mismo, lo peor que te puede pasar es que os deis cuenta de que quizá no funcionáis juntos o algo por el estilo. Pero de lo contrario Mar… No dejes perder la oportunidad de solucionar este malentendido.
- Te odio, siempre sabes qué decir.- me encojo de hombros y me envuelve entre sus brazos- He acaparado toda la atención. Cuéntame, ¿qué tal en el pueblo de tu madre?
Le empiezo a contar, sin antes asegurarme que me hará caso y hablará con Yago.
Veintidós de agosto…
Mar tomó la iniciativa de ir a Bellvitge y solucionar su caos. Como yo había dicho, Yago lo comprendió perfectamente. Para “celebrarlo”, decidieron que sería buena idea invitar a sus mejores amigos, Erik y Ariadna, a pasar un día en la playa con ellos.
La furgoneta de Erik aparca en el estacionamiento que hay delante de la playa, al lado del coche de Mar. Yago baja el primero por la puerta del copiloto y mi amiga corre hasta él.
Y pensar que hace un día estaban fatal.
Erik baja del coche cuando su amigo saca las mochilas del maletero. Asiente en dirección a Mar y mantiene su vista fija en mí, que estoy sonriéndole, menos de un segundo. No esperaba un cálido abrazo como el que me ha dado Yago, pero después de tres semanas sin vernos, considero que lo mínimo es preguntarme qué tal me va la vida, ¿no?
Nos adentramos en la playa y nos ubicamos cerca de unas rocas.
Yago y Mar no tardan en salir corriendo, al agua, abrazándose y besándose, yo extiendo mi toalla. A punto de quitarme la ropa, me fijo en Erik. Se ha quitado la camiseta y se ha tumbado sobre su toalla. Negar lo bueno que está, sería un delito. Su torso, igual que su cara, es pálido, tienen el cuerpo libre de tatuajes. Levanto la mirada de nuevo hacia su cara. Me está mirando como si le molestara que yo lo hiciera con él. Clavo la vista en cualquier otro punto y me quito el vestido veraniego que me cubre. Bajo la vista a mi cuerpo, comprobando que el bañador negro con la mitad de la espalda descubierta y un escote bastante pronunciado, este en su sitio. Guardo mis cosas en la mochila, posiblemente con las mejillas aún teñidas de otro color, y me giro para ir al agua. No soy consciente de si el pelinegro se me ha quedado mirando en algún momento, pero ahora mismo, lo único que noto, son sus ojos clavados en mí. No voy a decir en la nuca, porque eso es una tontería, ¿quién se queda mirando la nuca de otra persona en la playa?
Erik se une a nosotros diez minutos después. Intento que se involucre en la conversación, por algún motivo él se niega, se niega a compartir una mirada o unas palabras conmigo. No hago ni digo nada, pero me empieza a molestar bastante lo que está haciendo.