El romance perfecto

XXIV

Veintinueve de septiembre… 

 

Me guardo esa imagen de ella, mirándome y sonriendo, igual que conservo todos los momentos que estoy junto a ella. La conversación que tuve con Yago, mientras Ariadna dormía en la tumbona, me choca y hace que apreté más los brazos alrededor de mi chica. 

<<Te arrepentirás.>> Pestañeé. <<Erik, ella no está preparada.>> <<No se lo ve venir, Erik.>> Si lo hacía, le he dado más de una señal para desconfiar de mí y aun así aquí sigue, ella lo sabe y estoy seguro de que tiene las mismas intenciones. <<No te mientas, no servirá de nada.>> Me levanto bruscamente de encima de Ariadna y la miro desde mi posición, me mira con los ojos muy abiertos.

- ¿Qué es lo que pasa, Erik?

- No pasa nada. Estoy cansado.

- Pero, ¿no estabas descansando aquí?- pregunta, confundida.

- No.- dicto- La mierda de tamborileando que hace tu corazón repetidamente no me deja.- sus palabras chocan contra ella y al momento me arrepiento de ellas. No dice nada y yo tampoco. Me doy media vuelta y veo a Yago mirándome con una mirada que dice: te lo dije. Doy media vuelta y me voy, contra más lejos mejor. Creía que eso me relajaría, pero hace todo lo contrario, en cuanto más me alejo de Ariadna, más me duele el pecho.

Me siento sobre un tronco al llegar a un descampado y me pongo a pensar. Lo mejor sería alejarme ya. Debo alejarla de mi carácter antes de que la dañe más.  Dejarla tranquila. Tengo que pensar en ella antes que en mí. Pero, eso no va a ser posible, me quiero acostar con ella antes de todo, lo necesito para así poder tener el mejor último recuerdo de ella.

 

Volví unas horas más tarde, cuando el sol se escondía. La mocosa estaba en nuestro porche estirando una toalla en la baranda. Se giró hacia mi dirección, su pelo mojado cayendo por los costados de su cuerpo, su abdomen al descubierto, el sol del atardecer la iluminó y me di cuenta de lo bonita que era tanto por fuera como por dentro. Ella me dedicó una sonrisa tan perfecta que me hizo decidirme y ser egoísta, porque, como no serlo si cada vez que digo o hago algo mal, ella lo ignora como si aquellas palabras se las hubiese llevado el viento. Llegué a su altura y extendí una mano hasta su mejilla.

- Lo siento.- murmuré.

- No pasa nada, te entiendo.- y aunque ambos sabíamos que no lo hacía, me dediqué únicamente a admirarla. Sus ojos brillantes recorrieron mis facciones sin sentimiento de culpa. Entonces, fue ahí cuando fui consciente, mirándola, de que me estaba… No, de que llevaba tiempo completamente enamorado. 


 




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