Ángela estaba sobre Martín, lo había acorralado contra el escritorio de madera, la Bela de vainilla que tenía sobre la mesa casi se voltea, ella lo miraba fijamente, tenía la respiración agitada, las mejillas rosadas y un brillo inusual en los ojos, el brillo del deseo, martín estaba muy desconcertado, Ángela no era así, aun el día que le confesó sus sentimientos no fue tan atrevida.
—Angela…—Martín tragó saliva al sentir como se le pegaba al cuerpo cada vez más y ella se le abalanzó robándole un beso.
Su lengua esta húmeda y caliente, Ángela estaba ardiendo en temperatura, pero no estaba enferma.
—Estas ardiendo ¿te encuentras bien?
—No…quiero que me hagas tuya hasta el amanecer.—Ángela intentó desvestirlo y lo besaba apasionadamente, pero martín trataba de librarse de ella, estaba muy desconcertado, Angela estaba llena de deseos prohibidos.
—Detente…estas actuando muy raro.—Ángela le estaba metiendo mano pero él la frenaba, al principio estaba sonrojado y el corazón le latía con fuerza.
Pero al verla tan lujuriosa se sintió indignado de que no se detuviera y luego ella agarró su mano y se la puso en uno de sus pechos y la restregó.
—¡Ya déjame! ¡Soy un sacerdote! ¿Como te atreves a intentar hacerme caer?—le reclamó Martín ofendido.
—Ya no eres un sacerdote, te excomulgaron ¿recuerdas?—le dijo Ángela con una sonrisa traviesa.
Fue entonces que Martín lo entendió todo y rápidamente agarró la jarra de agua que tenía cerca de la vela y se la arrojó en la cara, sacándola de sus deseos carnales de golpe.
—¿Por que hiciste eso?—le preguntó Ángela dando unos pasos hacia atrás y al ver la expresión de dolor de Martín se llenó de vergüenza por lo que había echo.
Martín no pudo contener las lagrimas, logró ver algo demoniaco en ella, la misma esencia que el romeo de sangre aunque no tan poderosa.
—Lo siento, no se que me pasó…perdóname por favor.
—Te estas convirtiendo en un incubo…el ser de bajo astral femenino de esa clase de demonios del deseo.—le dijoMartín con tristeza.
—Eso explica el impulso que acabo de tener ahora…—expresó Ángela mientras se sentaba en la cama.
—¿Cuantas veces te ha tomado el demonio?
—No lo sé, muchas veces y cada vez mi lívido aumenta más, empece a tener malos pensamientos, después deseos insoportables, pero podía contenerme, pero ahora…casi te robo tu pureza, soy una idiota.
—No, es culpa del Romeo de sangre, mira, me robé esto de la biblioteca subterránea de la iglesia, contiene información sombre los súcubos he incubos.
—¿Robaste? Eso también es pecado ¿que tendría de malo si tu y yo…?—Martín la vió feo y ella se calló.
—Ángela, lo nuestro jamás podrá ser, nací para servir a Dios de una manera total he integra, no hay nada de malo en ti, pero he descubierto que mi llamado es más grande de lo que pensé, así como en san Isidro hay pueblos y ciudades que son asediados por seres sobrenaturales y nadie puede ayudarlos, por que o no les creen o no les importa su sufrimiento, mi deber es ayudar a todos aquellos que no tienen esperanza.
—Ya lo sé, sé que jamás vas a corresponderme, no dejarás tu vocación por mí.
—Lo lamento, quiero que encuentres a otro hombre, uno que te ame de la forma que mereces, más de lo que yo puedo hacerlo.
—¿Y si me convierto en monja? ¿Podríamos tener algo?
—Ángela…
—Es broma, no puedo evitarlo, al menos quiero decir que agoté todas las opciones.
—Esto es muy serio…él demonio te marcó, aunque tu cuerpo no tenga ninguna señal visible, tu alma tiene una marca que hace que poco a poco te conviertas en una incubo, tenías razón, el romeo de sangre quiere convertirte en su pareja.
—Maldición, él ya me lo había dicho, pero me parecía algo imposible.
—Tus malos deseos aumentaran hasta el día que no puedas controlarte, entonces serás como él, iras de cama en cama, en busca de un amante que te satisfaga por completo y al no conseguirlo, acabaras con sus vidas con tal de saciarte.
—¿Estas diciendo que ya es tarde para mí?
Hay una manera de detenerlo, aparte del ayuno y la oración, puedo contenerlo y mandarlo al infierno de manera permanente.
—¿Y como podrás hacerlo? Él es muy poderoso, más ahora que se ha alimentado de todas esas virgenes.
—Solo debo enfrentarlo cara a cara y hacer que se pare un tiempo considerable bajo la marca de sal, en lo que recito las palabras de encarcelamiento, no puedo decírtelo todo, si intenta llamarte de nuevo puede sacarte la verdad.
—Lo hará, me buscará, si te hubieras acostado conmigo…
—Si me hubiese acostado contigo te habría puesto en peligro de muerte, airarlo sería el mayor de nuestros problemas.