El ronroneo del puma

14.

Al acostarse, después de aquella charla que había mantenido con Namid, Yuma no podía dejar de dar vueltas en su cabeza a la idea de que Cala, un día, también quisiera tener su pareja. Tenía entonces dos sentimientos encontrados, por un lado tristeza ante la idea de que los tupi la rechazarían sin duda y ella se sentiría muy mal y, de otro lado, sentía una angustia tremenda si pensaba que algún Tupi, por qué no iba a poder ser, la escogiera como pareja y entonces Cala abandonara el clan. La sola idea de estar lejos de Cala hacía que su corazón comenzara a latir acelerado.

Sin dudar, y aún sabiendo que su primo ya dormía, se acercó a su lecho y lo zarandeó suavemente hasta despertarlo.

— ¿Qué pasa? —preguntó Namid, asustado.

Yuma le hizo un gesto con el dedo en la boca para que no gritara. Estaban en completa oscuridad pero sus ojos felinos podían ver de forma bastante clara en la oscuridad.

— ¿Crees que me he portado mal con Cala?

Namid se llevó las manos a los ojos, los frotó y miró a su primo enfadado.

— ¿En serio me despiertas por eso? Es una niña, se le pasará el enfado.

—No soporto que se enfade conmigo—gruñó Yuma.

—La estáis malcriando, tú, Léndula, todos —Namid se recostó en la cama y se volvió dando la espalda a Yuma—. De todas formas, si quieres contentarla, no hace falta que le enseñes un humano, sólo dale un poco de información que no te comprometa y seguro que se queda tan contenta.

Un poco de información sin compromiso. Yuma se sentó junto al lecho de Namid y empezó a maquinar algún plan que pudiera volver a poner a Cala de su parte, pero aquello de un poco de información sin comprometerse, sin decir nada en realidad, sin dejarla adivinar que los humanos eran iguales que ella, ¿qué tipo de información era aquella? Yuma volvió a zarandear a Namid que ya había vuelto a adormilarse.

— ¿Qué clase de información? —susurró Yuma a su primo.

— ¡Yo qué sé! —protestó Namid molesto— ¿por qué no la regalas algo? Eso suele funcionar, y ahora déjame dormir en paz.

Yuma volvió a su lecho y se tumbó boca arriba, mirando el techo del cuarto, a oscuras. Cómo se notaba que Namid no conocía a Cala como él. Ella no iba a contentarse con un regalo, lo que quería era saber más de los humanos y hasta que él no le diera eso ella no iba a quedarse tranquila. Ningún regalo podía sustituir aquello que ella quería a no ser que...el regalo fuera un juguete humano. Yuma se incorporó emocionado con su idea. Claro, si la llevaba de regalo un juguete humano Cala se entusiasmaría tanto que seguramente le perdonaría. Sólo tenía que acercarse a la cueva osera y recuperar aquel cochecito rojo que había encontrado el mismo día en que la encontró a ella. Sabía que infringiría una de las normas, pero también sabía que no ocurriría nada, iría en aquel mismo momento, nadie tenía porqué enterarse, todos dormían y el guardabosques no sería una excepción.

Se levantó con sigilo del lecho. Namid se revolvió en el suyo y Yuma quedó inmóvil un momento a la espera. La respiración de Namid volvió a ser pesada y Yuma salió del cuarto resguardado por la oscuridad. Todo estaba en silencio, se deslizó despacio por el estrecho pasillo que conducía a la salida y alcanzó el exterior al tiempo que una estrella fugaz surcaba el cielo. "Señal de buena suerte" pensó Yuma. Y ese pensamiento le ayudó a seguir adelante con su plan.

La oscuridad del bosque no era un problema para los ojos felinos de un tupi y Yuma se desplazaba cómodamente por un bosque poblado ahora por los despiertos animales nocturnos. Le gustaba la noche, no en vano, su raza descendía de animales nocturnos. Llegó a la cueva osera y se detuvo asaltado por los recuerdos. El lugar no había cambiado en nada, allí seguía el viejo árbol con la raíz destapada, el terraplén hundido, el claro en el fondo donde once años atrás él había dejado acostada a Cala para esconder sus tesoros en el agujero...

Ahora volvía a por uno de ellos. Se acercó despacio y metió la mano en el interior. Sacó un saquito lleno de canicas, una pequeña navaja, un peine, un pañuelo floreado, un embudo, una estrella metálica, una caja de latón con unos niños dibujados y otros cachivaches más, pero el cochecito rojo no aparecía.

Yuma movió el brazo en círculos hasta convencerse de que había tocado todas las paredes del hueco y que realmente no quedaba nada más allí. Volvió a meter todos los cachivaches y se sentó en el suelo confundido. ¿Había llegado a meter el cochecito en el hueco? Estaba seguro de que había sido así. Había llegado a meterlo en el agujero antes de sentir la presencia del humano. Yuma se rio. De repente, solo en aquel bosque, rompió a reír. Sabía que el humano se había llevado el cochecito. No sabía por qué, no se lo podía explicar, pero estaba seguro de que era así. El guardabosques se lo había llevado. Seguramente había inspeccionado el lugar y había descubierto el hueco lleno de objetos. Pero ¿para qué llevarse el cochecito? ¿Qué sentido podía tener para él, harto de ver ese tipo de objetos a diario?




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