Cala se sentía prácticamente abandonada.
El abuelo murió. Min se encerró en un silencio hermético y Léndula se pasaba el día tratando de animarla. Kasa y Namid se ocupaban de la caza, para suministrar al clan, y a Cala le daba la sensación de que todo el mundo tenía un plan en su vida, excepto ella.
Antes de que Yuma se fuera, y a pesar de que su relación ya no era la misma, ella nunca se había parado a pensar en su futuro, ni en su vida, ni en nada que no tuviera que ver con el clan. Pero, ahora, se daba cuenta de que se acercaba a una edad en la que los tupis comenzaban a pensar en tener pareja y a ella se le hacía impensable que ningún chico quisiera estar con ella. Tampoco le parecía que ella pudiera estar con un chico de cualquier otro clan. Sasa se convirtió en su confidente y sobre ella descargaba sus miedos y sus dudas.
—Me quedaré sola ¿Qué otro clan iba a aceptarme? Ningún chico vendrá a conocerme porque saben que no soy como ellos.
—Aún eres muy joven —mentía Sasa.
Cala valoraba la delicadeza de Sasa, pero no le servía de nada, pues conocía muy bien las normas y costumbres de los clanes.
—No es verdad, soy joven para emparejarme pero no para prepararme para ello, incluso si fuera normal ya habrían pasados chicos de otros clanes.
—Venga Cala, pasarán, pero sólo tienes quince años. Yo tenía dieciocho cuando Namid vino a buscarme.
Cala se encogía de hombros. En eso Sasa tenía razón, ella había llegado al clan con casi diecinueve años, pero no solía ser lo habitual. La mayoría de chicas tupi comenzaban el cortejo a los dieciséis y los tupi hombre pasaban más tiempo en el clan de su mujer antes de trasladarse al definitivo.
—De todas formas, no creo que ningún chico pueda gustarme.
Sasa se reía. Cala la apreciaba y trataba de hacerse a la idea de que el resto de tupis de otros clanes serían como ella y la aceptarían de igual modo, pero el miedo la vencía.
—Oh, sí, te aseguro que te gustará algún chico.
— ¿Tú por qué escogiste a Namid? ¿Cómo sabías que era él?
Sasa sonrió. Cerró los ojos como si hiciera una eternidad que ella y Namid se habían conocido y tuviera que concentrarse para recordarlo.
—Bueno, cuando encuentras al chico que realmente es para ti lo sabes porque sientes que no quieres separarte nunca jamás de él.
—Pero a mí eso ya me pasaba con...— Cala calló repentinamente y notó el calor en sus mejillas.
Sasa la observó y comenzó a reírse.
—Con Yuma, Cala, ya lo sé, pero el amor es diferente, no puede ser nadie de tu familia, es un sentimiento distinto y cuando lo sientas, lo sabrás.
—¿Tú conociste a otros chicos además de Namid?
Sasa asintió.
—Sí, pero no sentí por ninguno ese apego. Esas ganas de pasar a su lado el resto de mis días —Le puso una mano a Cala en la barbilla y le levantó el rostro para que la mirase—. Lo sabrás, y será algo en común, así que no debes temer nada.
Pero Sasa no podía evitar pensar en si Cala podría realmente enamorarse de nadie que fuera tupi. A ella, al igual que al abuelo, también le había confesado que tenía sueños en los que aparecían seres con su mismo rostro. Sasa sabía que el abuelo quería que Yuma le dijera la verdad a Cala y que el resto del clan, excepto Léndula, estaba de acuerdo con él. Viéndola tan perdida Sasa no podía dejar de pensar que, seguramente, saber la verdad era lo mejor que podría pasarla. Confiaba en que ahora que Yuma iba a relacionarse de forma más profunda con otros clanes se diera cuenta de que Cala nunca podría ser feliz entre ellos, pues para el resto de los tupi Cala sólo era la humana que convivía con un clan tupi. De hecho, así llamaban al clan, el clan de la humana. Tal vez, a su vuelta se decidiera a acabar con aquel secreto y al menos Cala tendría la opción de elegir lo que deseaba hacer.
Un día, mientras recogían frutos silvestres en el bosque Sasa se llevó una mano a la cabeza y estuvo a punto de caerse. Cala la sujetó a tiempo y juntas se sentaron en el suelo. Cala estaba muy asustada y Sasa, incapaz de hablar, le hacía un gesto con la mano de que esperase, tratando de tranquilizarla. Finalmente recuperó el color y, poco a poco, el habla.
—No te asustes, Cala, no pasa nada malo —le dijo y le cogió una mano y la apoyó suavemente en su vientre—. Voy a tener un bebé
¡Un bebé! Cala abrió mucho los ojos y luego se abalanzó sobre Sasa y la abrazó con fuerza. Un bebé, cómo iba a quererlo. Podría ayudar a Sasa a cuidarlo, enseñarle un montón de cosas, abrazarlo, besarlo, quererlo como... como si fuera suyo.
Pero entonces cayó en la cuenta de que, posiblemente, ella nunca podría tener un bebé propio y, a pesar de la alegría que sentía por Sasa y Namid, la inundó una tristeza tan profunda que, cuando al cabo de seis meses Yuma regresó con su pareja, fue lo primero que vio reflejado en sus ojos.