Era bastante común que niños, mujeres, hombres, y ancianos, se acercarán de vez en cuando al catillo por pura curiosidad. La figura del rey como ya se ha dicho antes era muy importante en ese lugar, tanto en la mente de los habitantes, como en el habla cotidiana y en la cultura de la gente de Anej Nereb.
El castillo tenía alrededor del costado que daba cara al poblado una zona que curiosamente tenia pequeñas y suaves elevaciones de terreno que se asemejaban bastante (aunque mucho más pequeñas) a las colinas que había más allá del poblado que se extendían sin fin hacia el horizonte. Estas mini-colinas eran un bonito detalle natural que le daban al castillo un aura más amigable.
Un día cuando el sol bañaba con su luz las mini-colinas, el príncipe estaba con su maestro Malamo que le explicaba el porqué no era debido dañar a personas físicamente en todos los casos y era más conveniente hacerle daño a las personas de formas un poco más indirectas. El maestro le recomendó leer un libro que desarrollaba más a profundidad el tema que se llamaba “Tratos, pactos y otras condenas” de un autor anónimo de una lejana tierra.
El libro de “Tratos, pactos y otras condenas” contaba la historia de un valiente y astuto demonio que lograba esclavizar a reinos completos solo con sencillos tratos hechos con personas débiles de voluntad con deseos tontos.
El libro daba varios consejos acerca de cómo se podían engañar a personas para que dieran mucho a cambio de poco. El que mejor recordó el príncipe fue uno bastante sencillo y que casi nunca fallaba según el texto. Era el de pedir al mortal un pequeño “favor”, “ayuda” o “juramento” a futuro sin darle demasiadas explicaciones. Este pequeño favor a especificar podía convertirse posteriormente sin que la persona lo sospechase, en un robo, un asesinato o hasta en la pérdida total o parcial del alma de la víctima.
El libro señalaba también que si la víctima era muy tonta o muy incrédula se podía dar con la recompensa mayor sin mayores rodeos pidiendo de una vez el alma del asociado a cambio de lo que este pedía.
Poco después de esto Malamo le indico al príncipe que los primeros tratos que hacen los demonios pequeños con las personas son fáciles de romper debido a que los poderes de los demonios jóvenes aun no se han acrecentado lo suficiente como para lograr hacer el trato irrompible, pero que hacer pequeños tratos podía ayudarlo a practicar y que además si conservaba alguno de ellos hasta la edad adulta el pacto conseguido de pequeño podía transformarse en irrompible mediante un ritual que estaba en un libro más avanzado llamado “Tratos, pactos y otras condenas II”.
Después de la clase el príncipe siguió hojeando el libro que le dio su maestro hasta encontrar el siguiente fragmento:
“Todo pacto demoniaco que se respete debe sellarse con sangre. Sangre de demonio y sangre humana firmando sobre papel o en su defecto estrechando las manos del demonio y del humano ensangrentadas ambas con la sangre de los asociados.”
El príncipe estaba pensado en el asunto y de lo entretenido que sería lograr sellar un primer pacto con un tonto para después empezar con la cosecha de tratos hasta que tuviera suficientes como para ser alguien parecido al demonio del libro.
Miro su mano que tenía una herida algo profunda pero con la sangre seca, esta se debía a que se cortó cuando le robo un trozo de metal a un herrero que vivía en las cercanías del castillo.
En ese momento miro por la ventana y vio a un pequeño niño que se acercaba por las pequeñas mini-colinas antes mencionadas. ¡Ese era el ingenuo que necesitaba para empezar su colección de almas! Con esa víctima empezaría su acción real como demonio.
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En una colina cercana al castillo un pequeño niño de la ciudad que había sentido curiosidad por la imponente figura del castillo caminaba por los alrededores de este, observando cada detalle. Ese niño se llamaba Emperador.
El pequeño niño Emperador tenía en su espíritu una inclinación casi innata hacia la grandeza y la ambición, cosa que no se manifestaba del todo puesto que aún era muy pequeño. Cuando creciera aunque fuera solo un poco más, probablemente esa ambición se manifestaría de maneras más directas y en acciones más sólidas. Pero como ese momento no había llegado, su pequeño e insignificante deseo de grandeza lo había llevado a acercarse a esa construcción tan importante del reino.
Una de las mini-colinas era subida por Emperador cuando vio una silueta acercarse. Le produjo un poco de inquietud, pensó que era algún animal salvaje, pero se calmo cuando vio rápidamente la cara del príncipe. No lo conocía, ni sabía que era el príncipe, pero le agrado ver que no era más que un niño igual que el.