Cuarta Parte:
¿Qué habrías de merecer?- espetó irónica.
- ¿El cielo azulado acaso? Retumbante y vivaz, acelerado y casto. Las bellezas de la vida nada han de compararce con el desafortuno de tú mirada y el vacío en tu pecho. Ved, mostrad piedad de la danza pura e impoluta. Del magnífico cielo condicionado para aquellos de mirad en asombro. Cread la luz, para aquel que no percibe, ni ve, el sonido, para el qué escucha, pero no siente.- recitó.
-La pena perpetúa del corazón encandilado y bañado por el manto frágil y efímero...-
-¡Es suficiente!- detuvo.
Nathalia, se detuvo y seria contempló a su nodriza, la señora, Carlotta Paterllini. Una mujer muy seria de gesto estoico de aura lúgubre, estricta.
- ¿Quisiera explicarme usted, qué fue eso, señorita Bélanger?-
- Fue mi reci...- se explicaba.
- No. Eso yo lo sé. Para ser clara. ¿A dónde pensaba llegar en el texto?- inquirió seca.
- ¿Al final?- dudó.
- Verá señorita, Bélanger. El texto de, Dévoument, debe ser expresado y recitado con debida moderación. Con la clase y estructura que le procede. - explicó seria y de gesto inescrutable.
- Usted parece desconocer toda norma ¿no es así?-
Nathalia, permaneció en silencio y en completo silencio ante tal, comentario. Era claro, no lo había recitado con afán, pero, qué más podía hacer ya. La verdad explicada estaba y la situación no la ponía en un lugar privilegiado. Y la situación la estaba desesperado. No estaba en su mejor momento.
- Sí, señora. - sé disculpó con un ademán y una reverencia.
La mujer suspiró abatida e inconforme se levantó de su silla y camino en torno a la salida de aquella habitación llena de libreros y acompañado por aquel piano color tinto.
- Recuerda. Esto es esencial. Las familias cada vez son más exigentes, los pretendiente escasos. Nadie quiere a una ignorante como esposa. - aconsejo antes de marcharse.
Al finalmente retirarse, Nathalia soltó todo el aire retenido en sus pulmones y se llevó la mano al vientre con pesar. Las ganas de gritar se adueñaron de ella, pero mas lo único que hizo fue tragarse todo el dolor y apretar sus puños en su vestido.
En pocos días la familia Le blanc le visitaría, pues estaba previsto que el hijo mayor de éstos, él principal heredero contrajera nupcias con, ella.
Y la idea de aquella le aborrecia, le carcomía el alma entera. Tanta preparación, tanta pasión, tanto deseo pérdido en un matrimonio arreglado por intereses únicamente económicos y devaluados por estructuras sociales y políticas, clasistas y frívolas.
De la sóla idea, las náuseas se volvían insoportables, la piel se le empalidecía. La idea de atarse de por vida con un complemento extraña, que de nada le conocía.
Pero ahora eso ya no importaba, su destino ya estaba escrito y sellado en papel y tinta, monetizado. Ella se convertiría en la muñeca de trapo, con una sonrisa cocida y prendas bonitas, sentada siendo una espectadora de como hacían y deshacían de ella, su vida y su persona sin jamás objetar. Cómo tanto lo soño, en sus peores pesadillas.
Lo único que la podría salvar de su futuro desperanzador, sería una única cosa...
- ¡Nathalia! ¡Nathalia!- bramó alterada.
Nathalia, contempló cómo Sofí, entraba alterada a la habitación. Y está al llegar a ella, la tomó de las manos, para acto seguido respirar profundamente y efusivamente.
- ¿Qué sucede? - cuestionó la castaña.
Sofí, rió emocionada mientras su hermana la contemplaba efusiva y feliz.
- ¡Ay Nath! ¡No sabes! - chilló contenida y emocionada.
- ¿Qué? ¡Dime!- exigió desesperada.
La muchacha pataleó emocionada cómo una chiquilla.
- ¡Qué me caso! - develó.
Nathalia, perdió toda expresión al escuchar lo revelado por su hermana menor, Sofí.
- ¿¡Qué!?- cuestionó incrédula.
La muchacha asintió efusiva con una gran sonrisa de felicidad. Y Nathalia, no cabía del desconcierto por el que ahora padecía ¿Casarse ella? ¿cómo? ¿cuándo? Y sobre todo ¿Con quién?
- ¡Ah! ¿Qué dices niña?- la enfrentó seria.
- Pues eso, me caso. ¡Me caso, Nath! - expresó al borde del colapso.
Nathalia negó paulatinamente y trató de ordenar su mente ante semejante tontería. Ella no podía casarse, sí su padre no lo había declarado o haber siquiera mencionado, era imposible.
- Explicáte. - ordenó.
- ¡Ay! Pues conocí a alguien y...Nath, él me propuso matrimonio. - confesó embelesada.
Nathalia, no podía creer lo que escuchaba, pero tampoco le asombraba, Sofí era muy joven. Su corazón entero era inocente.
- Pero...¿de dónde le conoces? ¿es de acá? ¿Cuál es su nombre? ¿Su apellido?- cuestionaba.
- Nath, eso no importa. Le quiero, y nos vamos a casar. - sentenció con vehemencia.
- No, Sofy. Eso no va a pasar. - aseguró calmada.
El rostro de la menor se contrajo ante la contradicción.
- ¿Qué dices? - exclamó abnegada.
- Escucha.- pidió paciente.
- ¡No!- se negó alterada.
- Sofí, entiende. - trató comprensible.
- ¡Entiende tú!- exigió ofuscada.
Nathalia, negó y permaneció en silencio expectante.
- ¡Qué tú no seas feliz no es mí culpa. Qué no encuentres el amor tampoco. No trates de interferir en mi felicidad por tú completa desdicha!- expresó al borde del llanto.