Dicen que un hombre se enamora solo una vez en su vida, o al menos eso fue lo que mencionó Rafael un día que andábamos de juerga. “Hombre —decía—, uno solo ama la primera vez, las demás veces ya no importan”. De alguna forma apoyaba su teoría. Todos los que estábamos allí habíamos sentido la magia de un “primer amor”, pero sabíamos que se había difuminado, como todo, cuando eres adolescente y estudias la prepa. Solo pude agachar la vista y ocultar mi tristeza y luego escudarme con un “yo nunca he amado”, una declaración rotunda, que buscaba convencerme que así era.
—Pues entonces todavía tienes oportunidad, no la cagues —me aconsejó, despistando con un guiño.
Recuerdo que ese día solo tome dos copas, mientras los demás bebían como si no hubiera mañana. Ya entrada la noche y al ver mi actitud, Ramiro se me acercó y dijo que estaba tomando muy bien mi ruptura con Andrea. No sé si fue sarcástico o sincero, no me interesaba, lo único que ofrecí fue un pequeño brindis levantando mi vaso, Rafael y Diego me imitaron y Ramiro buscó su trago para hacer lo propio.
Sabía que ahí no encontraría la confidencialidad que necesitaba, ese secreto de confesión que buscaba, pero todo era mejor que quedarme en casa viendo con cuántas, y cuáles, corbatas me serían útiles para… bueno, ya saben.
Recuerdo también que me despedí de prisa cuando mi celular vibró en mi bolsillo, que solo levante la mano y di un ligero adiós a esos tres. Contesté apenas estuve en la acera. Era Andrea, bien pude haber colgado, pero no, la escuché sollozando, y el pecho se me comprimió aplastando mis pulmones y ahogándome cada palabra. Hay días en los que aun pienso que no debí tomar esa llamada, ni acudir a su casa a consolarla, ni haber pasado la noche entre sus brazos creyendo que ahora sí dejaría al que fuera su nuevo novio. Pero soy tan ingenuo, que le compré cualquier mentira con tal de obtener un poco de su amor, o de su calor, de sus besos, de su pasión.
No es mi culpa, es de ella que con el roce de sus labios me hace surcar las estrellas con el pensamiento, con el simple roce.
Andrea es de aquellas mujeres que te agobian en las madrugadas y que saben que estarás al pendiente de su llamada. Es de las que tienen fuego en la mirada y veneno en la sangre. Es de las que tiene la puerta del cielo tatuada en la piel.
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Me llego el rumor de que Diego era la pareja de Andrea, “rumores, chismes”, pensé, hasta que un dia fui a buscarla. No le avisé, quería sorprenderla, pero la vida suele ser una mala película romántica en la que el personaje secundario observa desde lejos como la chica se despide de su amado al pie de la entrada de su casa.
Son esas las ocasiones que te sientes abatido e inconsolable que lo único que se quiere es vengar la vergüenza que se hace pasar. Sé que Andrea me vio ese día, que me observó apostada en ese lugar, divisando mi silueta desdibujandose en la lejanía. Y si, todavía recibo sus llamadas “ocasionales”, pero ya no las contesto tan seguido, a veces solo le digo: “disculpa, mucho trabajo” o algo por el estilo, cuando por dentro arden las palabras de Sabina: “Este adiós no maquilla un hasta luego,/este nunca no esconde un ojalá,/estas cenizas no juegan con fuego,/este ciego no mira para atrás./Este notario firma lo que escribo,/esta letra no la protestaré,/ahórrate el acuse de recibo,/estas vísperas son las de después./A este ruido tan huérfano de padre/no voy a permitirle que taladre/un corazón podrido de latir./ Este pez ya no muere por tu boca,/este loco se va con otra loca,/estos ojos no lloran más por ti.”
Y sé que en mi vida buscaré de nuevo con quien surcar las estrellas que Andrea fue apagando.
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Hace noches que ya no duermo mis ocho horas, noches que paso trasnochado escribiendo versos y textos sin sentido. Horas en las que mi lámpara de escritorio pide clemencia y mi bolígrafo pide descansos, ruega por jornadas de medio tiempo y no esté tiempo completo que te pienso.
Las mañanas se han vuelto pesadas, con cierto hálito de cansancio entrando por la ventana, llenando la oquedad que tu ausencia dejo.
Siento como los espacios en blanco agrietan mi alma, y puedo mirarte, a través del lienzo en el que escribo, como te buscas entre líneas. Sé que esperas encontrar un poco de los dos en esta caja de pandora que hago en forma de carta sin destinatario.
En la radio ya no pasan nuestras canciones,/ parece que todo se llena de silencio en mi habitación,/ solo me queda el recuerdo de tu aroma/ y los ojos vidriosos por contener mi rencor./ Este rencor que te debo, que provocaste,/ este desamor que te profeso/ desde el día que te marchaste.
A veces el del espejo me ofrece una sonrisa,/ pero sigue teniendo esa mirada vacía,/ le haces falta tú a mi vista/ para llenar un poco de alegría.
Y así de fácil es escribir poesía, para ti, Andrea, para que la leas algún día.