El Secreto #1 Del Infierno al Reino

•Capitulo II: Hades y la mente de Luzbel•

KATHERINE.

Si pudiera definir mi vida en tres palabras sería un total enigma, no habría forma de definir, cambiaría y modificaría en cada segundo de mi vida, creería y tendría mil forma de describirla pero lo más posible se reduce al hecho de que por cada día que la describo, el mundo cambia y modifica, secretos salen a la luz y desatan una tormenta de sentimientos.

Nunca encontraré algo para definir al menos que sea solo cerrado en una palabra, misterio.

— ¿Cómo es que tienes alas? —le pregunto a Nale sintiendo la curiosidad llenar mi ser.

—Todos tenemos alas, Katherine —me contestó mientras movía la cucharita para diluir el café en el agua—. Nunca las vemos, e incluso cuando morimos raramente las vemos, solo que el de arriba te elija, si te eligen eres un ángel, si eres su preferido como Gabriel te dan un puesto más grande como los arcángeles y mensajeros, si fallas en tu misión te rebajan a ángel guardián y tienes que proteger a la realeza católica aunque no quieras y te caigan mal... Es un maldito relajo.

Es entonces cierto que Dios tiene sus preferidos y a los que verdaderamente aborrece.

— ¿Y qué pasa con los no "elegidos”?

—Son simples almas, no son almas en pena, llegan a los cielos y viven la supuesta vida eterna, claro que no existe, porque si te olvidan desapareces y se borra tu existencia en el mundo nadie te recordara, no encontrarán tumba y mucho menos registros sobre tu vida, por eso la gente se esfuerza por ser recordado, para no morir como lo hicieron muchos —suspira y toma un trago de su café para después verme a los ojos y sonreír—. Tus alitas son muy tiernas.

— ¿Puedes ver las de otros? —pregunto con asombro y el asiente—. ¿Cómo son las mías?

—Son grandes, de un fuerte y gran plumaje, son de color violeta con toques dorados, como si tuviera brillantina, y tiene una pequeña luz blanca alumbrándolas.

La imagen pasa por mi cabeza y sonrío ante la imagen.

— ¿Y las de Malthus?

El suspira antes de reír por lo bajo, y señalar a un dormido Malthus sobre el hombro de una pobre ancianita.

—Parece ilógico pero sus alas relucen de un tono grisáceo muy bajo cercano al blanco, tiene pequeñas manchas muy diminutas en la parte de arriba como si fueran pecas, son de color negro y unas alas totalmente envidiables..., no se lo digas —me mira y un destello de tristeza brinca por sus ojos, y así como llega se va.

Nale es un gran secreto, un misterio digno de que Sherlock Holmes lo analice y descubra, su pasado —aunque no sea posible— lo persigue en sus pensamientos y los recuerdos cada vez que cierra los ojos los ve. Nunca he sabido que son, pero han de ser lo demasiado fuertes como para que el mismo tenga miedo a dormir o hablar de ellos.

Qué habrá sido de tu antigua vida, Nale...

—Las alas de ella son lindas también —susurra mirando el paisaje oscuro que es permitido por la ventanilla del avión.

Sé que cuando habla de ella pertenece a su antigua vida, dónde aquella chica fue muy importante para él, nunca he tocado el tema, o bueno si lo he hecho pero las veces que ha pasado él se cierra en su mundo y desaparece por días.

— ¿Cómo eran?

—Son —me corrige y suspira—. Sus alas son de un dorado reluciente, toques rosas y plateados... Ella siempre ha sido hermosa en todos los sentidos... Mi lucecita es hermosa en todos los sentidos.

El brillo de sus ojos no pasa desapercibido cuando me mira, y las lágrimas almacenadas le dan un toque inocente a sus ojos.

—Ella debe de ser grandiosa —susurro mirándolo a los ojos.

—Lo es, ella es grandiosa.

†††

El viaje en avión transcurrió tranquilo y sin más preocupaciones, o eso se podría decir de no ser por el pitufo que golpeó mi asiento durante más de una hora.

«—Katherine... —susurro Malthus en manera de reproche y pena al verme peleando con un niño de cinco años o menos.

— ¡No me reclames a mí! ¡Dile a ese pitufo que deje de molestarme! —lo señale mientras como niña pequeña zapateaba en el "piso" metálico del avión.

— ¡No! —se negó el niño mientras me sacaba la lengua y el dedo corazón.

— ¡Dominic! ¡Deja a la señorita en paz o desconecto el Internet al llegar a casa! —le advierte su madre mientras lo toma de la mano y lo intenta jalar hacia el asiento.

A mí de pequeña me castigaban por una semana encerrada en mi cuarto sin televisión y libros solo por no comerme un mísero pedazo de zanahoria y si hacía panchos era recoger la casa, sin televisión, libros, peluches o Malthous por tres meses, claro que lo último lo saltaba.

— ¡Si lo haces le diré a papá que vendiste a pucki! —lo amenaza el niño y la azafata se acerca.

—Disculpen pero bajen la voz que están alterando a los pasajeros y colóquense en sus respectivos lugares —su voz era tranquila mientras que su pelo rosa se balanceaba al momento de hablar.

El pitufo se le quedó viendo embobado mientras asentía lentamente y se colocaba en su asiento.

—Uff, los niños de ahora —me sonrió y logré ver qué su placa decía Odette D. —. Y señora un día sin internet no provocará cambios... Ay, cosas de la vida».

El lado positivo de la situación fue que el pitufo por quedar flechado con la pobre azafata dejo de patear mi asiento y solo miro a la señorita con la baba escurriendo.

— ¿Lista para volver a casa? —me pregunto Malthus cuando nos encontrábamos esperando al taxi que nos llevaría a al monte Olimpo

—Lista de lo que se dice lista, no, pero preparada si —susurre.

MORFEO. 

El hecho de llevar cerca de tres horas parado en medio de la acera mientras espero a Melinoe provoca que los pies me empiezan a punzar y las rodillas empiecen a tener un hormigueo que ni moviéndolas se controla.




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