La calma es abrumadora, la espera interminable y el silencio, un asesino. Stella se ha ido y la oscuridad se ha apoderado de cada pequeño rincón de la biblioteca, yo preferí quedarme. Sé que tienes miedo, pero no puedes mantenerme sepultado en tus recuerdos por siempre, no puedes borrarme de tu memoria y me niego a que me olvides; entonces sí estaría muerto.
¿Qué nos podemos llevar a la tumba si no es la esencia de un recuerdo? La muerte es dolorosa y por horrible que parezca, se tiene que afrontar en soledad. Aquí no está mi madre para abrazarme o arroparme cuando el frío me hace tiritar, no está ninguno de mis amigos veraniegos para darme la mano, o algún amor fugaz que me regale una sonrisa. Al final lo que somos es solo el resumen de lo que hicimos, un pasaje solitario de los recuerdos que forjamos con el tiempo, mientras yo sigo perdido entre el vaivén de los segundos al pasar.
Alrededor de mí se respira muerte, muerte y mentiras, muerte y verdades ocultas, sepultadas sobre emblemáticos tristes recuerdos. Quisiera tener lagrimas para arrojarlas sobre mi ataúd, quisiera tener voz para gritarle al cielo mi rabia y más que nada, quisiera tener fuerza para levantarme y obligarte de una vez por todas a hablar. No puedes jugar conmigo así, no puedes seguir torturándome.
El libro permanece en el mismo sitio en el que Stella lo ha dejado, lo acaricio con dulzura, pues al pasar los años, ni siquiera él podrá recordarme. Algo me quema la garganta, un intenso sabor a dolor me carcome… saber que me pudriré con todo y los secretos que planean en silencio irse a la tumba, me desespera. Grito.
Las páginas de aquel libro se mueven con una fogosidad indescriptible, como si tuviesen vida propia. Una y otra vez, puedo hojear de principio a fin aquella historia en la que me refugié tantas noches. Observo mi mano con vehemencia, igual que un niño al descubrir que sus pies tienen destino propio… descubriendo nuevos poderes, nuevos mundos. Mis manos tiemblan, temerosas, expectantes, vivas.
Camino recorriendo los estantes con las manos extendidas, desordenando todo, dejando huella de mi presencia. Todos los libros caen, hacen ruido, vibran a mi contacto, todos saben que estoy aquí. De mi garganta emana una sonora carcajada, hermoso fragor que desborda felicidad y dicha. ¿Acaso alguna vez estuve tan feliz?
Tal vez dejamos pasar los instantes sin capturarlos como pequeñas fotografías instantáneas en nuestras memorias, como aquella vez que el ratón de los dientes me dejó una moneda bajo la almohada, la primera vez que mi padre asistió a uno de mis partidos de futbol, o cuando la chica pelirroja de la escuela me sonrió por primera vez. En verdad hemos sido felices, solo que no logramos recordarlo.
Regreso al mismo libro y lo abro justo en donde dejaste el separador, releo tus palabras y las repito como un mantra, pensando en la que podría ser la respuesta. Era un bonito juego aquél, porque ambos sabíamos quién era el que escribía esos mensajes abandonados entre los libros y fingíamos no hacerlo. Solo intercambiábamos sonrisas o miradas cómplices, en estas mismas cuatro paredes repletas de libros, hasta que a ti te pareció algo estúpido el jueguito y dejaste de venir a la biblioteca; dejando sin respuesta al último mensaje que escribí en un separador., justo en la página 26. ¿Qué decía? ¡Ah!, sí, lo recuerdo: “¿Podrá esta amistad traspasar las hojas y la tinta?”.
Al parecer no pudo traspasar nada, mucho menos la muerte, porque tú misma dijiste que nunca fui tu amigo. Yo no podría dejarte sin una respuesta, Nicole. Nunca. Y lo que quiero ahora no es tu amistad sino justicia. Justicia para los dos.
Busco con fervor algo que me permita escribir y lo encuentro, me cuesta trabajo sostener el lápiz, algo quiere desbordarse en mi pecho y cierro los ojos, concentrando toda mi energía en ese minúsculo movimiento, algo gélido e inhumano recorre todas mis extremidades hasta que lo consigo. Sonrío para mis adentros completamente satisfecho. ¡Claro que tendrás una respuesta!
La oscuridad cobija mis sentidos, me rehidrata de una forma aterradora. Siento que soy parte de ella, parte de la noche y del cielo estrellado, tan solo una partícula de muerte que ronda los desolados pasillos de la escuela. No he tenido el valor de salir de aquí o de enfrentar el mundo real, no quiero frecuentar muchos sitios, no quiero escuchar a mi madre llorando o a las personas buscando a alguien que jamás regresará, no quiero seguirte a ti o a Stella, y mucho menos quiero volver al bosque que guarda mi sepulcro. Supongo que debo enfrentar a la muerte como un valiente soldado en el destierro, sin compañía, sin amigos ni familia, a expensas de las migajas que puedan dedicarme personas como tú. ¡Qué injusta es la muerte!
Me pierdo entre los sonidos de la noche, entre el silbido del viento que se cuela agradable por las ventanas del salón de historia, el ruido se aleja hasta que de nuevo la luz reaparece acompañada de nuevos canticos del alba. Los salones comienzan a llenarse, no distingo los rostros o historias de todos esos chicos, hasta que apareces tú.
—Buenos días, Nicole —te saluda uno de nuestros compañeros, Dylan Price. Siempre odie a ese chico—. Te traje un café.
—No gracias, Dylan —le adviertes.
—Has estado muy rara últimamente, ¿te pasó algo? —pregunta con cinismo, mostrando su perfecta sonrisa de ortodoncia costosa.
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muerte de un personaje, secretos y rebelaciones, suspenso y drama
Editado: 08.10.2018