Tengo miedo. A veces solo basta con pronunciar demasiado fuerte una frase para hacerla verdadera. Siento unos alucinantes escalofríos rodeándome en espiral mientras tú y Stella tienen un verdadero duelo de miradas en ese cuarto de hospital. Me aterra que mi muerte se materialice con un solo susurro, con un sencillo conjunto de palabras, convirtiendo en algo tangible, aquella alusión.
Es la primera vez que pienso en la muerte como algo que me asuste. No estoy seguro de querer marcharme del todo, de olvidarme de ti o de Stella.
—Yo no lo maté, Stella. ¿Qué te hace pensar eso? —cuestionas desde tu lecho, moribunda.
—Entonces me estás diciendo que sí está muerto —deduce al instante ella—. ¿Dónde está? ¿Por qué estás ocultando lo que le pasó?
—Si te hace sentir mejor, en efecto, Asher está muerto —confiesas con la voz temblorosa y yo miro mis extremidades para saber si comienzo a desvanecerme en el unísono, pero no pasa nada en absoluto conmigo—, pero eso tú y yo ya lo sabemos, así que no pienso decir una sola palabra más. Te tocará comprobar ese hecho con las notas que un muerto te ha dejado. A ver quién se traga esa patraña.
—Nadie va a creerme, Nicole. Eso lo sabes muy bien, pero a ti sí van a creerte. A lo mejor puede ser difícil pero siempre es mejor que la verdad salga a la luz. Podrías comenzar con decirme dónde está, con decir en dónde escondieron su cuerpo.
La voz de Stella se quiebra. Sus ojos vidriosos son ahora un abismo en el que quisiera sepultar todo lo que escondo, todo lo que llevo sobre la espalda.
—No tienes ni idea.
—¿De qué?
—De lo que significa para mí confesar lo que le pasó a Asher.
—¿Estás encubriendo a alguien? ¿Por qué? —cuestiona.
—No, me estoy protegiendo a mí misma —farfullas con la voz a punto de sucumbir ante algo más fuerte que tú y yo juntos—. Solo intento salvarme.
La puerta se abre lentamente y aparece tu mamá con dos vasos térmicos en las manos. Ninguna de las dos parece estar dispuesta a continuar la conversación. Tú te secas las lágrimas de los ojos con el brazo que tienes libre.
—Te traje algo para tomar —anuncia tu mamá al extender la bebida hacia la rubia.
—No te hubieses molestado. Stella ya se iba, mamá.
—Pero ¿por qué?
—Es cierto, señora Marrón —replica Stella para seguirte en la mentira al aceptar el café con diligencia—. Sigo en horario de clases, solo me escape para ver a Nicole y comprobar que está mejor. Nos vemos.
—¿Volverás? —pregunta tu madre con cierta esperanza.
—Solo si Nicole quiere…
—¡Oh! ¡Por supuesto que quiere!
—Entonces tal vez regrese más pronto de lo que pensaba —decreta la chica y sale de la habitación, pero yo soy incapaz de moverme… incapaz de comprender lo que ha sucedido contigo.
Todo este tiempo he actuado pensando en lo injusta que has sido conmigo porque a pesar de todo lo que luché para salvarte de las garras feroces de esos demonios, tú no fuiste capaz de decirle a alguien lo que pasó después, no fuiste capaz de confesar lo que ellos hicieron conmigo; pero no pensaba en ti, nunca pensé en ti a pesar de lo mucho que digo amarte. No pensaba en lo que significa decir lo que pasó, en lo que significa recordarlo y hacerlo real. Confesar que estoy muerto, decirle a alguien que sabes dónde mi cuerpo se está pudriendo, significa que tu dolor se hará cada vez más nítido en un mundo real, un mundo que revivirá una y otra vez, con una mirada de lástima, lo que ocurrió bajo la brisa del otoño.
Tu madre te abraza contra su pecho y tú cierras los ojos como una pequeña niña indefensa.
—¿Y papá? —preguntas.
—Tu padre está muy molesto con todo esto. Ya lo conoces, prefirió irse con Nathan a la granja de tus abuelos. ¿Cómo pudiste, hija?
—¡Mamá! —protestas rompiendo ese abrazo
—¿Heroína, Nicole? ¿No pudiste probar con algo más sutil?
—Perdón, mamá.
—Ven acá —solicita de nuevo tu mamá y vuelves a rendirte en sus brazos—. Ahora tienes que poner todo de tu parte para recuperarte. La heroína no es cualquier droga y será difícil eliminarla de tu organismo.
—Lo sé.
—¿Quieres decir que no es la primera vez que lo haces?
—No quiero hablar de eso, mamá.
—No quieres hablar de eso y últimamente no quieres hablar de nada. De una vez te digo que, aunque tu no quieras, voy a averiguar dónde conseguiste esa mierda.
—¡Mamá!
Tu madre se separa de ti con brusquedad y tú te colocas en posición fetal abrazándote a las sábanas frías del hospital, quedándote sola en la habitación en cuanto ella se marcha. Estás rota y no todas las personas consiguen unir los pedazos en los que quedaron destruidos por la simple razón de que no los encuentran. ¿Eso es lo que pasa contigo Nicole? Me acomodo a un lado tuyo y solo me permito contemplarte y cuidarte hasta que te quedas dormida.
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Editado: 08.10.2018