—Estás asustada?—una pequeña risa salió de sus labios tan carnosos y rojizos como siempre.
Me puso un mechón de pelo detrás de la oreja y me estremecí. Su contacto me ponía nerviosa, no sabía como actuar.
—No—dije en bajo. Tan bajo que podría parecer un susurro.
Quitó las manos de mis muñecas y se echó hacia atrás.
—No sabes ni como actuar.
Me leía la mente, no sé ni cómo lo hacía, pero pasó más de una vez.
Se pasó el dedo por los labios.
La lluvia mojaba mi pelo escuro haciendo que se me pegara en la cara. El callejón estaba oscuro y daba miedo, incluso más con ese chico ahí. Entonces la ví. Se acercó al chico y soltó una risa floja.
—Cameron, déjala, tiene miedo—le acarició el hombro y eso hizo que apretara la mandíbula.
Les miré confunsa y me acerqué a ellos.
—No tengo miedo—intenté sonar firme. Y lo conseguí.
Los dos se miraron y se rieron al unísono.
—No es lo que dicen tus labios sangrientos y temblorosos—señaló.
Se me olvidó la herida del labio, y las de más partes del cuerpo.
Tragué grueso. Dudé en hacerlo, pero me acerqué a ellos un poco más. La lluvia caía y hacía un sonido bastante molesto para mi gusto al chocar contra el suelo. Sus rostros mojados me miraron sospechosos. Entonces, lo dije, con firmeza y seguridad:
—¿Nunca habéis oído lo de que a veces Caperucita se come al Lobo?