El secreto de Jaime Mcfill - El interno 515

Es un camino lúgubre. Aquí en el hospicio ocurren hechos que matan. -

Creí que había una cura, pero era

 

una enfermedad peor.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Al dar los tres pasos subsiguientes en búsqueda de Simón, no pude regresar. Voltear mi semblante en noventa grados y ver que Simón desaparecía nuevamente en el barrio. Era notable que los dichos referentes a que los gatos rondan en varios mundos, era una verdad que podría ser absoluta. No tenía remedio que ir hacia delante. El lugar a donde dirigirme no era tan extraño como debería ser, más bien, la figura del paisaje se conformaba en un camino lleno de polvo del viento como si hubiera una tormenta en un paramo lejano de un desierto semi árido. De un lado, como del otro, solo había llanuras de pastizales que a medida que se avanzaban iban creciendo hasta el tamaño de una persona promedio, por lo que el horizonte no podía visualizarse de en conformación topográfica plena. Aparte de ello, el polvo del camino no permitía tampoco la visualización amplia. El ir y venir del viento golpeaba mi rostro con granos de tierra que a veces golpeaba mis gafas, y otras la cubría de la arenisca. Mi atuendo estaba lleno de suciedad, y la camisa se manchaba. No parecía encontrar nada alrededor, pues no veía nada. Era mejor mantenerme quieto o ir hacia los pastos. Quise cambiar la dirección, pero al acercarme a ello, la maleza en su estructura se configuraba en un muro impenetrable, no tenía remedio que continuar. Los sonidos del aire se colocaron en mis oídos como voces que señalaban penas, y suplicios. No puede evidenciar con certeza, pero sentía que alguien alrededor

 

 

 

 

mío estaba caminando, y luego otro y otro revelando que realmente no estaba solo. No era un solitario viajero de ruta.

 

Me pregunto ¿Cómo saldré de aquí? En un momento ante el anuncio de una voz efímera que se prolongo como un tormento, llamo a mi atención. –

 

- Vamos, no sabemos, Vamos, no sabemos.

 

- Si, vamos a dónde iremos.

 

- Llegaremos, llegaremos.

 

 

Al oír esas repetidas voces de padecimiento, sin poder dirigirme a la dirección de ellos me cubrí con mi codo, y aun así era imposible.

 

- ¿Quiénes son? ¿Dónde están? Mi nombre es Jaime. –

 

- No estamos, no vamos, y vamos.

 

- No, no estamos, y vamos, solo vamos.

 

- Vagamos, en pena, vagamos.

 

- ¿Por qué? ¿Por qué vagan? – Pregunté tomándome el rostro con el codo, para tapar aquel viento improcedente y perturbador.

 

- No podemos saberlo, hemos estado aquí yendo sin rumbo fijo

 

- Si, sin rumbo, sin rumbo. –

 

- Puedo ayudarlos, solo díganme ¿En qué lugar se encuentran? No puedo verlos.

 

- No puedes ayudarnos, no puedes vernos, solo percibirnos

 

- No, no puedes vernos. No podemos verte, solo sentirte.

 

- Pero, ¿Entonces qué haremos? – Les pregunté con miedo

 

- No lo sabemos, estamos castigados, no nos quieren en el hospicio.

 

- No, nos aceptan, entonces por eso vagamos, por eso vamos queriendo encontrarlo.

 

 

 

 

- Queremos encontrarlo, pero no, nos aceptan, y no podemos, no podemos encontrarlo. –

 

- No, nos aceptan. – Configuraba la voz ante tal castigo. Es lo que comprendí de ello. Era un limbo, éste lugar es el limbo para quienes no pueden ir a ningún sitio, por lo tanto soy parte de ello, no obstante Koha me ha dicho que venga. Que debo ir al hospicio. En aquel momento recordé algo muy vago y era un campo de líneas. Era menor y seguía unas líneas de piedras color ámbar, como los ojos de Koha, y luego un establecimiento, con un hombre de bigote que parecía de un aspecto formal, y recio, con una ambo de médico, y luego todo parecía una sala de cirugía, y allí permanecía postrado en una cama, y desperté. Recuerdo, recuerdo ese sueño. Parecía tan real.

 

Quise dejar de caminar un instante, la manifestación más precisa es que mi cuerpo quería avanzar. No había opciones, solo ese camino polvoriento que mis pies rosaban desde el suelo, y esas voces en pena que se iban multiplicando en un ejército. Eran varias, y todas explayaban las mismas retoricas de palabras. No puedes vernos, no, no puedes ayudarnos, no lo sabemos. Como si fuera un chip implantado en sus cerebros para que siempre confesasen lo mismo. No había muchas alternativas, ni tampoco podría establecer una disyuntiva, pues la elección era seguir. El viento estaba tan grotesco que hasta pensé que no deseaba que avanzase en su preferencia entre llegar a no, al hospicio. Y nuevamente me planteaba si mi carne y corazón realmente sufrirían, lo que estas personas, o lo que fueren esos individuos. No podía abandonar este empréstito. Todo estaba convulsionado en la forma de lo que soy. Un humano que puede ver lo que otros no, y que no recuerda firmemente lo que es desde aquel accidente. Si me tuvieran

 

 

 

 

que analizar, dirían que soy una obra dramática de Kafka, en la cual me envuelvo en forma de cucaracha en una cárcel a la cual manifestar mi proceso.

 

"Largo es el periodo que nos inunda la mente durante el extenso sin fin de los años que transcurren."

 

Esa frase, no sé, a titulo de qué razón a llegado a mi mente, he camino ya varios kilómetros sin poder cansar el cuerpo, sin agua, sin comida. Siento que ha pasado una eternidad, y mantengo, en todas las palabras de mi mente la cordura, de lo contrario me volvería una maquina insana e insalubre como las

 

voces.

 

El viento parece disipar un poco su bravura. Y ahora si puedo bajar mi brazo y codo que cubrían mis lentes, y en ellos ojos. Sin embargo el polvo de éste prosigue suspendido en el aire como si levitara en su magia. Puedo por lo menos examinar el suelo repleto de pequeñas piedras, y las líneas del color del ámbar de los ojos de Koha, también algunos cactus. En efecto es como un desierto. El soplido de la ventisca cede casi definitivamente. Esa corriente parece seguir detrás de mí, aunque sin acosarme. Era mejor dejar de lado la tromba tan maliciosa que reprimía avance alguno.




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